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Jueves, 28 de agosto de 2014

SOBRE “LA MUERTE DEL 10”

Engánchate conmigo

Pase gol a momentos históricos del Pipi y Román, la maldición mundialista post Maradó, el sacrificio de Messi y los enganches de Playstation.

 Por Santiago Rial Ungaro

“A Messi lo dejamos solo”, confesó con las sensaciones de la final aún en el cuerpo Javier Mascherano y paró la pelota. Luego arrancó para cerrar (o abrir) la polémica: “Messi le dio más al equipo de lo que el equipo le dio a él”. Consciente de que, como siempre, la “culpa” de no haber traído la Copa del Mundo que se llegó a acariciar siempre cae sobre al crack, el Jefe marcó la cancha: al 10 no le llegaban tantas pelotas; como compañero suyo en Barcelona él lo sabía mejor que nadie. Que Juan Román Riquelme (un 10 clásico, de tirarse atrás, casi el último de los mohicanos por sus convicciones inquebrantables) haya decidido irse de Boca a jugar en el brevemente prestigioso Nacional B para Argentinos vuelve a poner en escena el drama futbolístico (y cultural) que desde el “me cortaron las piernas” de Diego en USA 1994 hasta ahora persigue la identidad futbolera en la vida cotidiana y sobre todo en los mundiales: en mayor o menor medida siempre es la figura del 10, el “enganche”, la que termina haciendo de chivo expiatorio, sea por palabra, obra u omisión. Aunque es cierto que no abundan (en el torneo local sólo hay tres equipos entre 20 pensados para jugar idealmente con enganche), los 10 son como las brujas: apenas unos minutos del talento del Pipi Romagnoli alcanzaron para que San Lorenzo alcanzara su sueño continental y rompiera una maldición histórica.

Pero aunque Messi parece empezar a encontrarle el gusto a jugar de enganche en el Barça de Luis Enrique, la “muerte” del 10, su sacrificio ritual, parece por alguna misteriosa razón inevitable, y ahí están los mundiales para recordar ese calvario. En Francia 1998 fue el turno de Gallardo, y el ahora DT de River (que perdió a Lanzini, su enganche campeón, que se fue a jugar a Abu Dabi, donde gana 5 veces más que en River) la venía rompiendo, cumpliendo desde muy joven en la Selección y como apuesta de Daniel Passarella que, curiosamente, decidió dejarlo afuera del partido con Holanda en cuartos de final: 1-2 y afuera. En el polémico mundial del 2002 (Corea-Japón) las cosas arrancaron pésimo antes de empezar: Julio Grondona le hizo un pedido oficial a la FIFA para que el plantel argentino eliminara (en “homenaje” a Diego) la camiseta número diez argentina. La terminó usando el Burrito Ortega; un crack, sí, pero nunca un 10. Cuatro años después, a un Riquelme en un gran momento (ese año pasó de Boca a Barcelona) le tocó no ser convocado por Marcelo Bielsa: la imagen del Loco gritando desesperadamente a Verón se superpone con el grito a la pantalla de este lado: “¡¿Quién es el 10?!” Claro que Verón tampoco, aunque bueno hubiera sido contar con la Brujita en el mundial siguiente.

Hay que admitir que desde 2006, con Pekerman, Maradona y Sabella hubo claramente una evolución estética. Más allá de alguna excepción (en el último mundial Tevez, al que le queda bien el número aunque tampoco sea 10, o Riquelme en 2010, predeciblemente automarginado por los comentarios públicos de un Diego siempre demasiado locuaz) en esos mundiales se pudo disfrutar de Messi, Tevez, Crespo, Maxi Rodríguez, Cambiasso, Higuaín, Saviola, Agüero, Aimar, Zanetti, Pastore, Gago y hasta del Pocho Lavezzi, pero por alguna razón siempre pasa “algo” con el 10.

Como crítica puede parecer sutil, pero quedar afuera contra Alemania en 2006 en Alemania y con Messi en el banco (que es cierto que era más autista que ahora, pero ya era Messi) y Riquelme ya fuera de la cancha lleva de nuevo a esa simbólica “muerte” del 10. Ni a Maradona ni a Bochini (blanco tan fácil como imposible por su conducta inmaculadamente infantil, casi inimputable), ni a Alonso (más allá de la tapa de El Gráfico buscando saber “¿cómo les explico a mis hijos lo que dicen de mí?”) se los criticó tan duro como a Román, sobre todo durante esos días, a pesar de haber quedado eliminado estando invictos en el juego.

Que cuatro años después, “El” Diez no haya llevado finalmente siendo DT a ningún 10 en el plantel es una paradoja inquietante que no se explica por la susceptibilidad de Riquelme, pero que se hizo notoria contra Alemania. En ese 3-7-2010 en Ciudad del Cabo, contra Alemania, ni Messi ni Tevez ni Di María tuvieron la claridad, la vocación quizás innata, de parar la pelota y dar el “pase gol”, la especialidad justamente del 10.

Sobre Alejando Sabella (él mismo un buen 10 en su época de jugador) no se puede negar que su conducta y su subcampeonato fueron más que respetables, pero el fastidio de Diego cuando declaró que “Messi jugaba mucho mejor” con él de DT lleva a la confesión de Mascherano y a la soledad del 10. El fútbol real requiere más osadía que un partido de Playstation: es tan ridículo como recurrente fantasear con que Messi hubiera tenido que gambetear a cuatro alemanes y clavarla en un ángulo como si fuera, ejem, ¿Messi? Quizás haya cierta autocrítica implícita en los comentarios de Sabella sobre que Messi “se sacrificó” por el equipo. Quizás hubiera sido mejor que el equipo se sacrificara un poquito más por él, porque en tres partidos completos con alargue Argentina apenas hizo un gol, justamente con pase de... Lionel Messi.

A fin de cuentas, la “muerte” del 10 (como la muerte del rock) siempre termina siendo la excusa perfecta para seguir soñando con su resurrección: el mito del eterno retorno del 10. En simultáneo con la postal del Pipi Romagnoli levantando la primera Copa Libertadores de América del CASLA, la llegada de Gerardo Martino como entrenador nacional genera alivio (no es de Estudiantes, se va por fin Bilardo) y también esperanza. Con sus elegantes vendas blancas sobre las medias negras del glorioso Newell’s Old Boys, la cabeza siempre levantada y el toque siempre preciso, el Martino jugador era un 10 que se paraba como 5 y por eso quizá jugó con la 8 durante años. El Tata sabe lo que necesita el 10: confianza, respeto, mimos, jugar a la Play, tener dos delanteros delante, al Kun de compañero de cuarto. Y jugar todo el partido, que le den muchas pelotas al pie. Eso es lo más importante. Que le lleguen todas las pelotas al que más sabe: al 10.

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