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Jueves, 6 de noviembre de 2014

SOFíA VIOLA EN ESTADO DE GRACIA

“Los niños enseñan mucho más que cualquier viejo”

La trovadora elemental que supo hacer coincidir los paseos latinos de Me han robado el mar con la cuestión urbana de No me des merca y subvertir el cancionero popular de esta década sacó Júbilo, un disco de propuestas firmes con apego por la tierra y por la infancia.

 Por Julia González

“Mi misión es ser feliz para poder dar felicidad a los demás y estar ahí, limpia”, suena maciza la afirmación de Sofía Viola al caer. Y aunque repique su carcajada cada tanto mientras escucha las cosas que salen de su boca, el contenido de lo dicho es compacto, como cuando canta. Firme como una coplera, su voz es sólida y tangible. Es posible que el hecho de haber tocado trompeta desde chica haya influido en esa sonoridad. Y por eso ella se siente trompeta a la hora de pensar las canciones. O al menos eso imagina. Entonces sus pulmones fuertes sueltan melodías de viento con una gracia reluciente, como ese Júbilo que lleva por nombre su tercer disco, que presentará en el ND Teatro el jueves 13.

Sofía buscó en el diccionario una palabra que representara al amor. “Al estar enamorada hay como una energía dentro que se quiere manifestar hacia afuera. Y el júbilo es la energía de la alegría manifestada hacia el exterior”, dice. Por eso la elocuencia al compartir ese concepto, ya que el disco anterior Munanakunanchej en el Camino Kurmi (que en quechua significa “Tenemos que querernos en el camino Arco Iris”) traía el aluvión del amor y el consecuente contento. “Más allá de la sonoridad de la palabra, júbilo es linda por lo que representa”, dice.

El disco es una cadena de eslabones empáticos con ritmos folklóricos y otros jazzeados con trombones. Arreglado y producido por Ezequiel Borra, a quien Sofía demuestra su agradecimiento cada vez que detalla la dedicación que ofrendó a las once canciones elegidas de entre 96, suena compacto y suave. Enfrascado en el Placard, su laboratorio de juguetes y objetos, Borra se tomó el trabajo minucioso de adornarlas como si fuera una casa en la que es lindo vivir. “Creo que mi problema, y a la vez mi solución, es que compuse como doscientos temas desde que empecé a hacer canciones. Hay mucho material y tendría que sacar discos más seguido. Pero grabar lleva tiempo, tenés que estar con esa energía. A menos que lo saque así como Violeta Parra: ‘me voy con mi guitarra y listo’.” A la hora de embellecer las canciones, Viola quiere decidir con quién hacerlo. Y en este caso, Borra laburó como ella no vio nunca laburar a nadie con la música: “Se metió mucho sin atiborrarlo todo. Le dio mucha belleza y una chispa muy bonita pero bueno, llevó dos años hacerlo”.

En Júbilo hay dos canciones en guaraní y letras que apelan a la energía de los alimentos, otras de plantas curativas y una conexión omnipresente con la naturaleza que nace del afecto que la cantante tiene con San Marcos Sierras, el lugar en el que quiere vivir y donde se dejó ilustrar por cada habitante que conoció. Acoplada a la filosofía oriental en la cual la contemplación de lo natural y la unidad con el cosmos son la máxima expresión, Sofía le canta a la simpleza susceptible de ser internalizada por grandes y chicos.

Invita a tomar un tecito caliente, se lamenta por la pérdida del mar y también pasea por Constitución, donde los trabajadores comen panchos, toman el Plaza y otros pibes fuman. Son los mundos que se amalgaman en su historia, que va de Lanús a Capital, de Bolivia y Perú a San Marcos Sierras, de Colombia al mundo de la música africana, el tango y otros ritmos latinos. Y todo esto convive gracias a la apertura que vivió en su casa esta hija de músicos y melómanos (su padre es el trompetista Pollo Viola; su madre, Gloria, es anticuaria, enfermera y bailarina), donde se escuchaba jazz y salsa, y la despertaban los graves de los bronces.

¿De dónde sale esta conexión con la naturaleza que se traduce en tus letras?

–Entre los 18 y los 25 estuve viajando bastante. Empecé a ver otra cosa que no fuera el paisaje urbano. Empecé a ver en la literatura japonesa o china esa simpleza del árbol que ves y si hace frío o calor, y no mucho más. Y después pura imaginación. No me siento mucho de ningún lado. A veces siento pertenencia a Buenos Aires por haber nacido acá, pero tampoco en un lugar específico. Nací en Lanús, después me quedé en Remedios de Escalada, pero ya de muy chica andaba por los barrios de al lado. Después empecé a ir a Capital y así, muy gitana, de andar con mi mochila de acá para allá, muy movediza.

Hay letras incluso con alusiones andinas.

–Sí, en Me han robado el mar. Fue un viaje solo y me fui sola. Me tomé un colectivo a Villazón y tenía ganas de adentrarme en una aventura, y como Bolivia tiene mucha fama de ser un lugar que te vuela la cabeza de entrada, me dio curiosidad. Además es el país más cerca yendo para arriba; Bolivia o Brasil, pero en Bolivia hablan en español. Y fue re lindo. Ahí como que me adoptó una familia y me quedé un montón de tiempo. Después seguí viajando y me fui a Perú y estuve cantando en la montaña para los niños de los pueblos, en una ONG que me sumé. Eso fue un viaje.

Por Villazón, Sofía entró a Oruro y Cochabamba, se quedó un tiempo en la casa de una amiga que conoció ahí y después siguió por Copacabana, en el límite del Titicaca, la Isla del Sol y derecho para Cuzco. Y fue donde se sumó a una ONG en el Valle Sagrado cerca de Machu Picchu. “Ahí la cosa era la fiesta. Había que llevar pan dulce y juguetes a los niños, y mi deporte era cantar. Estaba re bueno compartir”, cuenta. Y ése es otro detalle de Júbilo. En la primera escucha llega un enlace ineludible con el mundo infantil. Los coros, los melodías, la alegría que se contagia. Una especie de pureza que delata esa lejanía con la ciudad.

¿Fue adrede incluir en el disco esa sonoridad que roza el mundo infantil?

–Hay una mezcla, vi muchas horas de dibujos animados en mi infancia. Me quedaron un montón de imágenes. Y por otro lado, escuché mucho Pro Música de Rosario, que es una mezcla de música popular de distintas partes, hay cosas españolas y de repente un joropo o el arrorró. No es que yo me dirijo a los niños ni nada, pero pasa eso. Los niños escuchan y se quedan así, abriendo grandes los ojos. Me interesa lograr una música que llegue a todas las edades, que no haya distinción; que sea apta para todo público también une generaciones. Entonces pueden venir el nene con el papá y el abuelo. A mí me llama mucho la atención. Ellos son el filtro porque si les gusta a ellos, ya está. Este disco tiene muchos chiches también, hay muchos juguetitos porque Ezequiel Borra, que fue el productor, tiene muchos. Un sonajero, unas rueditas que hacen ruidos, se incluyó un micromundo que suena, y eso también debe sonar a infancia.

Está implícito en el arte también, pintado a mano por vos con crayones de colores.

–Soy medio infantil. Si llego a la casa de mi mamá y prendo la tele, lo primero que me sale es poner dibujitos. Tengo una conexión con el mundo infatil y disfruto mucho de los niños. Me parece que enseñan mucho más que cualquier viejo, tanta pureza ahí, tan nuevos en el mundo.

Sofía Viola fue “la supuesta hija de Perón” en Medios Locos a los 11 años, el payaso tanguero Curda, tras el que se escondió entre los 16 y los 18 años para cantar hasta que no hubiera más vino, y se transformó, como en una fábula, en esta mujer que elige poner su voz para decir. “Curda fue un éxito, a la gente le encantó. Después de dos años de estar detrás de un personaje, tenía mis canciones. Un día sentí la necesidad de hacerme cargo de lo que estaba diciendo, porque las canciones estaban diciendo cosas y ya no las podía decir un payaso.” Cuando cumplió 18, festejó en un lugar de Temperley en el que jugaba de local y se presentó como Sofía Viola. “Con mi nombre y apellido –afirma–. Curda me ayudó a curtirme en la noche y cantar para cualquier borracho, me dio mucha pista”, le reconoce igualmente a esa piel.

¿Y cómo te preparás para este salto cuántico que es tocar en un teatro como el ND?

–Es medio un choque, al menos para mí. Capaz que a la gente le da igual; pero de cobrar la entrada 50 o 60 pesos a cobrarla el doble... Es que me acuerdo cuando iba a ver a El Otro Yo y los amigos más grandes decían: “Cuando yo iba a ver a El Otro Yo, la entrada salía cuatro pesos y yo la pagué quince, son unos caretas”. Y no es que somos caretas sino que empieza a crecer la dimensión del espacio y ya no es tu amigo el de la puerta, ni el de la barra ni el dueño del teatro, ni es tu amigo nadie. Es gente que está trabajando ahí y cobra un sueldo todos los meses. Es un lugar gigante, yo voy a ir con banda y estamos ensayando. Es otra dimensión. Es muy fácil criticar al otro, es más fácil que criticarse uno mismo. Pero sigue siendo con todo el amor y me pone un poco nerviosa todo esto de dar notas y hacer un montón de cosas. Estoy muy acostumbrada a una vida muy tranquila y me descompagina estar yendo y viniendo a la Capital con la mochila, la guitarra. Pero a la vez no es todo el tiempo, sé que es una ocasión especial, es una especie de gala, me hice un vestido, ja ja. Voy a tratar de ponerle la mejor onda, que nos vayamos bailando como en todos los shows y poder dar cada vez con más calidad. Siempre tiene que ver mucho cómo esté yo; mi energía, mi ánimo. Hace muchos años estoy muy centrada en que cuanto mejor me sienta, duerma y coma, cuanto más me cuide del vino que tanto me gusta, del tabaco armado que me vuelve loca, mejor voy a dar. Estamos preparándonos con mucha intención y con muchas ganas de que sea una fiesta.

Jueves 13 en ND Teatro, Paraguay 91. A las 21.

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Imagen: CECILIA SALAS
 
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