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Jueves, 26 de junio de 2003

LA PELICULA DEL DIRECTOR DE “FUTBOL DE PRIMERA”

Un mundo feliz

Marcelo Domizi es el responsable creativo del show de imagen y sonido que precede a cada partido grande, en el programa de los domingos a la noche. Pero también el director de “Tico Tico”, una película sobre una realidad paralela. Sonriente. Y elevada.

 Por Pablo Plotkin

Como todo clásico, “Fútbol de Primera” añeja y se resignifica. Detrás de la insólita verborragia de Macaya y los dos caracteres de Araujo (el etílico –en la cabina– y el operador político –en el estudio–), el ciclo (meta)futbolero del 13 dejó de ser testigo de la fecha para convertirse en su asesor de imagen. Los clips en fílmico musicalizados con gomoso dub, los separadores de Luis Salinas y Romina Cohn, ese plano panorámico con que el ojo de la patria se asoma a la dupla de conductores emplazada en una especie de cámara de frío futurista...
Las oficinas de Torneos y Competencias, en la calle Balcarce, son la perfecta traducción arquitectónica de esa estética. Televisores en serie, paredes convexas, cúpula de vidrio. Empresarios locos por el fútbol se cruzan con las estrellas pop de las transmisiones: Sebastián Vignolo, Gustavo López, el Bambino Pons. En una oficina-pecera del fondo, Marcelo Domizi, el realizador de la idea de Carlos Avila, conversa con el percusionista Abdulai Badiane, uno de los refugiados senegaleses que recalaron en Buenos Aires cuando, un lustro atrás, las cosas se pusieron demasiado feas en la frontera entre Senegal y Guinea Bissau. “Ellos me cambiaron la película”, comenta Domizi señalando a Abdulai. “La película” a la que alude el director creativo de “Fútbol de Primera” es Tico Tico, su primer largometraje como solista, que presenta un territorio paralelo al que se accede mediante la apertura de una cajita de fósforos con restos de marihuana.
Le llevó tres años hacerla, por una cuestión de tiempo y presupuesto. En las pocas horas libres que le dejaba su trabajo en Torneos, Marcelo salía a filmar y embarcaba a su equipo en una road movie desarticulada: la selva de Misiones, la salina de La Pampa, un vivero en City Bell. Asistido por sus compañeros de trabajo, Domizi había diseñado un elenco que se componía de un mozo de oficio (Roberto Mansilla, del bar de Paseo Colón y Belgrano), algunos refugiados senegaleses, Gillespi (también autor de la música), un mimo (Cristian Minzer), vagabundos de San Telmo, un actor casi famoso (Roberto Lavezzari)... Mansilla y Lavezzari interpretan a dos policías que patrullan Buenos Aires y, en la primera escena, sorprenden a un flaquito fumando marihuana en un zaguán. Lo obligan a vaciar los bolsillos, abrir la cajita de Fragata y –¡paf!– todos se extrapolan por arte de magia a una dimensión en principio blanca e infinita (la salina de La Pampa) convertidos en seres con aspecto de judíos ortodoxos. “El tema de los disfraces tiene que ver con una forma de soltar a actores que no eran profesionales”, explica Domizi. “Una de las películas que yo tomo como referencia es Simón del desierto, de Buñuel. Siempre me gustó el tema barba. El hecho de que parezcan judíos no tiene nada que ver con nada, es sólo una cuestión estética. En un momento se me ocurrió que podía tener que ver con el rastafarismo, que mezcla faso, Torah... Una forma de decir: los tipos tenían razón, ahí eran todos rabinos. La única referencia concreta es El Gólem (clásico de la literatura judía), que aparece como primer nombre de un personaje.”
El mundo es extraño, luminoso y se rige por reglas tan arbitrarias e inexplicables como la trama. Los protagonistas emprenden una búsqueda dispersa a través de una Tierra Prometida cannábica, donde proliferan las plantaciones, la levedad y las actitudes desconcertantes. Domizi señala que, además de enfocar la cuestión-porro como disparador imaginativo, la película trata sobre la amistad, la manera en que los personajes y su relación se transforman en una dimensión gobernada por patrones opuestos a los de la Tierra. “Se puede ver como una serie de sueños, aunque las escenas no surgen de ningún sueño”, dice el director y guionista. “Pero es así, medio onírica, tiene una lógica de sueño. En el momento en que hay que revelar algo de la trama, no se entiende nada. Quería hacer una película desacartonada, sensible y voluptuosa. Que te dejes llevar por lamúsica y la imagen.” Rechazada del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, Tico Tico “está a un paso del ridículo”, en palabras de su autor. “Quería manejarlo en ese tono, porque sabía que la película me la iba a bancar yo, que no iba a tener ningún subsidio, que a todo el mundo le iba a parecer incoherente. Yo estoy muy contento con el resultado.”
Domizi tiene 38 años y hace veinte que trabaja en televisión. Graduado de documentalista en una escuela de cine de Avellaneda, comenzó a trabajar en ATC en tiempos del primer “Fútbol de Primera”. Nueve años después lo llamaron de Torneos y Competencias, donde introdujo –en la última fecha del ‘94– la novedad del material fílmico en los partidos, editado y musicalizado en el día. “Ese trabajo es algo inédito, al menos con esa celeridad”, asegura Marcelo. “La NBA lo hace, pero lo pone en el aire después de una semana. La NFL (liga de fútbol americano) hace un trabajo en fílmico impresionante. No sé cómo carajo lo hacen, deben usar como dieciocho cámaras, pero tampoco lo editan en el mismo día.”
A la par de su trabajo en la tele, Domizi integraba el equipo de realizadores Maleta, que en 1990 firmó Semana Santa, un largometraje de terror sanguinolento. A mediados de los ‘90 ganó el premio Coca-Cola a las Artes y las Ciencias por un corto basado en el primer cuento de Witold Gombrowicz, el escritor polaco de familia noble a quien la Segunda Guerra Mundial sorprendió en la Argentina, donde vivió 24 años en la pobreza. “Gombrowicz es una influencia”, dice Domizi. “Creo que la peli absorbe cosas de él. Me encantaría acercarme aunque sea a los tobillos del nivel de creatividad y delirio de ese tipo.”
Suerte de extenso flash de porro en alta fidelidad, Tico Tico “no es una película política”, aclara el autor. “Desde ya que soy consciente de que somos testigos –y quizás cómplices– de una ridiculez tal como la prohibición de la marihuana. Hay una gran hipocresía, especialmente en el medio artístico, donde todos sabemos que fuma la mayoría, que es generador de cosas y que es muy denso que haya gente que termine presa por consumir. Pero no me interesa filosofar al respecto. No lo hice en la película, menos lo voy a hacer ahora, hablando.” Además de Buñuel, Gombrowicz y el japonés Imamura, Domizi señala la camada del New American Cinema como corriente estética inspiradora. Aleluya a las colinas (62), de Jonas Adolfas Mekas, es una de las coordenadas fundamentales para este realizador que dice no estar al tanto de las maravillas del nuevo cine argentino.
No hay más que ver algún clip de apertura o cierre de “Fútbol de Primera” para enterarse de la predilección de Domizi por la golosa nitidez de una imagen en cámara lenta y la espesura de los ritmos negros: reggae, dub, música tribal. Tico Tico también elige la intriga percusiva de cantos tradicionales africanos (en las voces de los refugiados senegaleses, sobre quienes el director planea rodar un documental) y finalmente una canción que responde al estereotipo fumeta, un reggae cantado por Ricardo Mollo que cae a la par de los títulos de cierre. Los héroes de la película, a esa altura, ya habrán atravesado playas narcóticas, valles dominados por gurúes imposibles y pruebas de levedad frente a una multitud de túnica, cáñamo y barbas mitológicas. Entre los bailarines de la bacanal relucen fetiches del deporte y el humor bizarro como Osvaldo Príncipi y Tití Fernández. Para ese entonces, las escenas y los sonidos “voluptuosos” ya le habrán pasado por encima al conflicto. ¿Conflicto? Pequeño detalle: Tico Tico no tiene conflicto. n

Tico Tico se proyectará el último lunes de cada mes, a las 21, en el Cine Cosmos, Corrientes 2046. Gratis.

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