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Jueves, 29 de enero de 2015

NATHANIEL RAPPOLE, EL GENIO DETRáS DE LA CARETA DE GULL

“No creo que todo se resuelva con música, pero es una manera extraordinaria de conectarse”

Pese a que se registra más cerca de los percusionistas rurales, el blues de los ’40 y el batero de James Brown, este estadounidense es referencia mundial para las one-man band y one-lady band: monobandas, que le dicen.

 Por Julio Nusdeo

Cuando Marcelo Iconomidis, responsable de la selección musical de Peter Capusotto y sus videos, consiguió material del Austin Psych Fest 2010, fue con la intención de dar con los shows de Roky Erickson, Sky Saxon (The Seeds) y Meat Puppets. Entre imágenes de recis y cuerpos que deambulaban bajo las altas temperaturas del lugar –cuna de los 13th Floor Elevators, y actual epicentro de la neopsicodelia mundial–, Iconomidis prestó atención a un tipo de pelo trenzado en dos colitas, gorra de visera echada hacia atrás y una máscara de papel maché que simulaba una calavera vudú. Le colgaba una guitarra de la que tiraba notas al azar, escalaba y las aullaba desde esa máscara colmada de delay. Frente a él, una batería reducida a bombo, tacho y hi-hat esperaba su turno. El tipo tomó asiento y comenzó un aporreo frenético en el que su brazo derecho se movía como poseído entre los platos y el redoblante, mientras su mano izquierda golpeaba las cuerdas para dar con los tonos. Todo ese remolino caótico sonaba como una suerte de hip-hop endemoniado, gritado desde esa calavera que sonaba a basura. Simplemente fantástico. Eso es Gull.

El responsable es Nathaniel Rappole, un estadounidense muy cordial de Philadelphia, que habla distendido en una cadencia opuesta a su toque. Atiende el llamado del NO en Richmond, Virginia, donde acaba de mudarse hace dos meses: “No sé por cuánto tiempo, pienso seguir girando. Pero antes vivía en mi auto”. Los últimos años los pasó andando, llevando su secuencia a donde diera el camino, “usando la música para viajar”.

Nathaniel no se siente tan ligado a una one-man band, lo ve “más bien como un proyecto de percusión”. Aunque sí habla del blues de los ‘40 y de Abner Jay, un bluesman de Georgia que tocaba huesos de vaca como percusión: “No sabía de él hasta hace unos siete años. Es buenísimo”.

Gull no parece tan ligado al tradicional método de trabajo de grabar y publicar un disco, girar, volver a grabar y así. ¿Cómo lo ves?

–Es una buena pregunta. La manera en la que abordé este proyecto no fue tan tradicional. Se trataba más de salir y ejecutar. Tengo canciones que se adaptan más a la situación, dependiendo de dónde esté, el clima y otras variables.

El material de video de Gull supera a la grabaciones tradicionales de audio. Su hasta ahora único álbum, The Thin King (2008), tuvo una tirada de 500 copias por Molsook Records, un pequeño sello que ya no está activo. “Fue grabado en vivo. Hoy mi manera de pensar evolucionó a creer que la grabación no tiene por qué estar apegada a lo que hago en vivo, y quiero hacer de Gull un proyecto de registros. Estoy concentrándome más en la composición de canciones.”

En 1999, Nathaniel tenía 19 años y tocaba el bajo en un trío: “Nuestro baterista se fue para trabajar como camionero de larga distancia, así que empezamos otra banda con el guitarrista y tomé el lugar en la batería. Nos llamábamos Snack Truck”, cuenta. Concentrado en aprender a tocar los parches, se mantuvo un tiempo en el dúo. Al mismo tiempo empezó a tocar la guitarra en Ultra Dolphin: “Toqué y canté en esa banda durante años, y cuando tuve la guitarra encima, que era mucho más liviana que el bajo, empecé a golpear con la mano izquierda y desde ahí fue una progresión natural de sentarme en la batería y probar los sonidos que podía sacar”. Nunca había visto a alguien trabajar de esa manera la batería y un instrumento de cuerda, así que eso lo hizo aún más atractivo para él.

La máscara llegó luego de graduarse en la universidad. Un amigo se la regaló porque sabía de su fascinación por la cultura de máscaras. “Me ayudó a poder cargar el micrófono, que de otra manera hubiera sido más complicado.” Para este punto había en él influencias de diferentes aspectos de la cultura africana y sudamericana, música tribal, el stop motion de los hermanos Quay, incluso el imaginario del Día de los Muertos mexicano. Un viaje a Egipto de cinco semanas cambió su percepción y fue un punto de formación evolutiva: “Las escalas que usan, la música de países como Mali, creo que trabajó en mi conciencia y en mi manera de percibir las cosas. Ver gente tocando en las calles, los cantos religiosos varias veces al día, empezando a la madrugada... Podías sentir la diferencia entre los cánticos diurnos y los que se cantaban con la oscuridad”.

De los videos que circulan en Internet, hay música que suena como de James Brown, mientras que otra es más climática, paisajes sonoros. ¿Qué ritmos te interesan?

–Qué bueno que menciones a James Brown. Su baterista, Bernard Purdie, es una gran influencia. Se dice que Brown multaba a sus músicos cuando se equivocaban. Una vez le dijo a Purdie que le restaba dinero por un mal toque y él contestó: “Yo no me equivoco”. Fue el final de su relación. Pero, volviendo, me interesa la música de John Carpenter, la banda italiana Goblin, que hizo música para las películas de Dario Argento. Y también me encanta el krautrock de Can, Cluster, me gusta mucho esa electrónica primitiva.

En 2010 manejó su auto desde Virginia, al norte de la Costa Este norteamericana, hasta la pequeña ciudad de Xico, en Veracruz, México. “Era el casamiento de gente amiga y pensé que era importante ir y representar a mi familia. Parte de la fiesta era una procesión en bicicleta de doce días; poder apreciar eso fue increíble. Y todo ese tiempo tuve mi equipo conmigo: mi español es terrible, pero cuando tocaba, la gente se juntaba y después de tocar y tratábamos de comunicarnos. Luego de ese viaje seguí pensando en si podría comunicarme así en otros lugares.”

De esa experiencia surgió Street Muse Project, un proyecto documental que explora la cultura y música de la calle como método de exposición pública de emoción y un medio para romper las barreras sociales. Cebado por su interés en la cultura tribal, el primer destino fue Kenia. “La idea era registrar momentos espontáneos, cruzarse con músicos callejeros y ver qué ocurría. Crear un diálogo. Muchas de esas cosas sucedieron sin saber siquiera los nombres de las personas.”

En streetmuse.bandcamp.com están las grabaciones de campo de esas experiencias: “Los primeros dos tracks que hay ahí son con Oduor y con Mango, dos músicos increíbles que conocí. Estoy trabajando para que puedan venir y hacer un tour juntos. No es que crea que todo pueda resolverse con música, pero es una manera extraordinaria de conectarse”.

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