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Jueves, 9 de julio de 2015

EL CASO DE LOS BARRAS EGIPCIOS

Pirámide invertida

Tribunales de Asuntos Urgentes, faraones, corridas, represión, cuchillazos... ¿y la pelota?

 Por Juan Ignacio Provéndola


Lo que pintaba para fiesta terminó en tragedia. Después de una veda de dos años, el fútbol egipcio volvía a jugarse con público en febrero pasado y los hinchas del Zamalek, ansiosos por el regreso, se juntaron cuatro horas antes del partido en la puerta del estadio de la Fuerza Aérea. El país de las pirámides y los faraones es el que más veces ganó la Copa Africa y el primero del continente en jugar un Mundial (¡en 1934!). Allá, como acá, la redonda concita pasiones, negocios y polémicas desde tiempos remotos.

Aunque el estadio ubicado en las afueras de El Cairo posee amplios accesos, la policía preparó especialmente un largo y angosto desfiladero enredado en alambres de púa. El país, que vive sumido en revueltas, golpes y represiones, planea cada evento público como si una guerra acechara a la vuelta de la esquina. El operativo fue propuesto para evitar desbordes, pero terminó convirtiéndose en una jaula mortal: allí terminaron muriendo veinte personas al cabo de una estampida provocada (según las consabidas fuentes parciales-oficiales) por quienes pretendían ingresar sin entradas.

Fotos y videos (a disposición de quienes procuren su búsqueda) muestran más bien otra cosa. Los hinchas quedaron encerrados primero entre una lluvia de gases y balas. Y, más tarde, en la estrategia del presidente del club, un excéntrico abogado que los denunció penalmente por “tentativa de homicidio”. No a quien la provocó, sino al que la padeció. Una pirámide invertida.

Cuatro meses después, la Justicia legitimó la acusación: el mismo día que condenó a muerte a Muhamad Mursi (derrocado primer presidente democrático de la historia egipcia) también declaró a los hinchas como “organizaciones terroristas”. Lo hizo un tribunal de Asuntos Urgentes (sic).

De fondo subyace la verdadera problemática. El gobierno actual, deudor del temible dictador Hosni Mubarak, vincula a los hinchas de fútbol con las fuerzas de choque de motorizaron la Primavera Arabe. La misma que acabó con la tiranía de Mubarak y propició la asunción del ahora denostado Mursi. Durante ese breve período democrático, se produjo la roncha más sangrienta de la historia futbolera egipcia, cuando en febrero de 2012 los barras del Al Masri masacraron a 74 hinchas del Al Ahli con cuchillos, botellas, proyectiles y la connivencia de la policía, dominada por células del régimen anterior. Apremiado, el gobierno la mandó a la tribuna, prohibiendo el público en los partidos oficiales. Una solución que suena familiar: los hinchas lejos de las canchas... y de las oficinas donde se descosen los gajos de la maltrecha pelotita.



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