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Jueves, 9 de julio de 2015

ACERCA DE ESTA SELECCIóN ARGENTINA

La única verdad es la realidad

¿Cuán justo es trasmitir las frustraciones individuales y nacionales a los jugadores que nos devolvieron la alegría y las finales?

 Por Santiago Rial Ungaro

“Depende de cómo nos levantemos”, respondió Kanu en 1998, en pleno Mundial de Francia, cuando se le preguntó cómo veía a su equipo de cara a uno de los partidos. El sentido común de Nwankwo Kanu, crack de la selección nigeriana campeona olímpica en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, tan consciente de lo impredecible que es cada partido, da una clave para entender la “dinámica de lo impensado” que identificó Dante Panzeri para nuestro juego favorito.

Más allá de la falta de títulos, el aporte de esta camada de jugadores argentinos, tanto en la selección de Sabella como en esta etapa de Martino, debería ser valorado ética y estéticamente, incluso por su dignidad en la derrota. Aunque el sábado los muchachos no se levantaron inspirados y quedaron segundos (aun así invictos), los balances no deberían ser tan frustrantes e injustos. El fútbol, en el partido que sea, genera una incontenible diarrea verbal, potenciada por la alienación que supone una avalancha de información que pasa de lo futbolístico a lo histórico o político: ¿cómo puede tener Higuaín la culpa por los 22 años sin títulos si tiene sólo 27 años?

Por su rendimiento, habiendo jugado el mejor fútbol del torneo y sin recibir goles en la final, estos jugadores, que tantas alegrías han dado más allá de las cucardas, merecen el mismo apoyo y reconocimiento que si hubieran salido campeones. Los “maradonistas” que siguen viendo las repeticiones desde distintos cámaras del gol a Inglaterra olvidan (o nunca supieron) lo insoportables y negativos que fueron los ocho años de la gestión Bilardo, que al aburrimiento en el juego le sumó la deslealtad conceptual.

Más allá de los sospechosamente pésimos arbitrajes y de la animosidad del público chileno durante todo el torneo, el equipo chileno tuvo la suerte (y la puntería) del campeón, que no tuvo la Selección Argentina, y es un justo campeón de América. Y así como en su momento crucificaron a Maradona, Riquelme o Tevez, ahora les toca a Higuaín (26 goles en 50 partidos, cuando Caniggia, ídolo indiscutido, hizo 16 en la misma cantidad de partidos) y hasta a Messi (que la descosió y se bancó impasible las patadas) hacer de chivos expiatorios.

La verdad, nuestros problemas (personales o nacionales) no se solucionaban ganando una nueva Copa América. A esta altura, Messi, Di María, Agüero e Higuaín ya merecen ser respetados como lo que son: grandes jugadores, verdaderos artistas eficaces a la hora de brindarle alegría al pueblo argentino. Duele y genera decepción quedar segundos, sí. Pero más doloroso es que, por ser tan desagradecidos, acomplejados y volátiles, nunca podamos aceptar la realidad: no somos los mejores, ni del mundo ni de América. Pero estamos ahí. Y el fútbol, a estos subcampeones, siempre les va a dar revancha.

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