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Jueves, 5 de mayo de 2016

DJ OSKI OG, EL MíTICO LINAJE DE UN MúSICO DE BAJO PERFIL

“De ser DJ me atrajo la posibilidad de redefinir lo viejo”

Es hijo de la alemana Nina Hagen, una de las madrinas del punk, y del francés Franck Chevalier, estilista de las estrellas. Pero Otis Hagen Chevalier, el veinteañero nómade, hace la suya en la noche europea como DJ de tendencia dance. A más de 30 años del histórico show de su mamá en Vélez, Oski OG explica la fascinación de su propia generación por las bandejas y por la música de antaño.

Desde Berlín

La última vez que Otis Hagen Chevalier fue noticia en los medios de todo el mundo fue en 2000, cuando con sólo 10 años quedó atrapado en medio de una disputa legal entre su madre, la icónica rockera alemana Nina Hagen, y su otrora pareja, el estilista francés de los rockstars y las estrellas de Hollywood, Franck Chevalier. Después de un escandaloso toma y daca entre ambos por la custodia de su único hijo, la autora del súper álbum NunSexMonkRock (1982) consiguió traérselo de vuelta a Berlín. Desde entonces, no se supo más del chico cuyo nombre está inspirado en el de la leyenda del soul Otis Redding. Hasta hace un tiempo, cuando a través de las redes sociales comenzó a circular el rumor de que aquel niño dulce devino en un genio del groove. DJ Oski OG es el álter ego de un artista en ascenso que apeló al bajo perfil antes que recurrir a un apellido notable en la realeza del rock, para hacerse una carrera a contramano de la de su vieja y contemporánea a la de su generación. Aunque sustentada en un riquísimo bagaje musical que apuntó hacia el baile, al calor del funk, el afrobeat, la nü disco, el house, el soul, el hip hop, el electro y el pop.

Luego de su época de nómade cosmopolita, Berlín lo sedujo de vuelta. Por lo que el NO, en su paso por la capital alemana, invitó al productor y DJ nacido en París en 1990 para que le confiese en exclusiva al público de la Argentina, donde aún no estuvo, cómo el hijo de la llamada “madre del punk” apeló por la herejía y apostó por la música dance. Una vez que aceptó la pulseada, que tuvo como mediadora a la artista argentina establecida en suelo teutón Yasmin Gate, DJ Oski OG puso hora y lugar: Schönhauser Allee, una de las calles más importantes de la localidad berlinesa de Prenzlauer Berg (epicentro de la contracultura local hasta la caída del Muro), poco después de la caída de la tarde.

Pero es invierno y el sol ya se esconde pasada la sobremesa del almuerzo. No obstante, en medio de un frío que buscaba malograr la alegría, el medio hermano de Cosma Shiva (modelo y actriz nueve años mayor que él) irrumpe de la nada con la misma cara de su madre y la altura de su progenitor. Saluda e invita a tomar algo. Será apenas un rato, pues debe volver pronto a su casa. Su novia está resfriada.

¿Tu madre no te hizo la cruz por no haber seguido sus pasos en el rock?

–Claro que los seguí, aunque desde una perspectiva distinta. Una de las cosas que aprendí de mi madre fue a crecer con el groove. Con ella me di cuenta de que el ritmo no sólo se encontraba en la batería, sino en otros tipos de sonidos. A veces puede estar en la voz, en el sintetizador o en el bajo. Con los años, incluí ese tipo de enseñanza en mis producciones. Me gustan los ritmos tribales porque son básicos y se pueden mezclar con música dance. Después fui sumando otros estilos como el afrobeat, pues es fresco y me seduce su combinación de matices. Así que a medida que pasó el tiempo, mi acercamiento al hecho rítmico fue cambiando.

¿Pero qué fue lo que te motivó a convertirte en DJ?

–Fue parte de un proceso. Comencé muy joven en esto y aún se mantiene intacta mi fascinación por encontrar algo nuevo. Me pone muy feliz. Sin embargo, esa novedad no necesariamente debe ser de ahora, sino que puede estar en una canción o un estilo de hace muchos años. Para mí la música nunca se gasta. Por eso me convertí en DJ, porque me atrae la posibilidad de redefinir lo viejo.

¿Recordás cómo fue tu primer acercamiento a las bandejas?

–Claramente. Fue a los 11 años. Mi padre tenía muchos vinilos, y me gustaba chusmearlos, ponerlos y hasta grabarme. En su casa se solía escuchar a James Brown, De La Soul o A Tribe Called Quest. Luego hice la secundaria en Los Angeles, donde, además de pasar música en fiestas, a los 15 les mostraba con mucho orgullo a mis amigos las mezclas que hacía. Pero el gran cambio se produjo a los 18, cuando me mudé a República Checa.

¿Por qué?

–Surgió la propuesta de participar en una estación de radio por internet de Praga, donde tuve un programa, Back 2 School, que iba los viernes durante unas cuatro horas. Ahí me di cuenta de que ser DJ me hacía bien y podía ser un medio de vida. Me quedé allí hasta los 21 o 22 años, y después me vine a Berlín. Uno de mis primeros sets los hice junto a Westbam (NdelR: pionero de la escena electrónica berlinesa). Al descubrir esa movida, me gustó tanto que me quedé.

¿Qué te atrajo de Berlín?

–Una de las cosas que me gustan de acá es que me permite mostrar el lugar donde creo que está mi propuesta. Después de haber vivido en Estados Unidos, tengo la sensación de que la mayoría de la música que suena allá es bastante mainstream, y eso lo compruebo cada vez que regreso. Mientras que Berlín me permite mostrarme sin la necesidad de ser masivo y me da cancha para experimentar. Lo que me encanta de esta ciudad es podés ser fiel con tu personalidad. También me pareció increíble que, pese a la cantidad de DJ que hay, abunda la variedad de estilos. En Berlín, todo es original. Y eso lo adoro.

¿Entonces el “sueño alemán” se impuso al “sueño americano”?

–Así es. De hecho, es una frase que me gusta mucho, especialmente en cuanto a oferta artística, pues hay muy buena oportunidades. Tengo muchos amigos estadounidenses que viajan para acá y se sorprenden por la paleta de opciones que tiene Berlín, y que en otros lugares no está sucediendo.

¿Cómo hacés para sobrevivir artísticamente en una ciudad en la que levantás una piedra y sale un DJ?

–Desde los 14 años, todos quieren ser DJ. Si bien está bueno, genera mucha competencia. Al punto de que hay muchos que son capaces de subirse a una cabina por la mitad de dinero que otro. Eso también te obliga a buscar creatividad, superación y maduración. Se trata de sobrevivir.

¿Tenés algún arquetipo de artista de música dance?

–Mi DJ favorito es Brodinski (NdelR: el artífice francés estuvo en Buenos Aires en diciembre como parte del festival Sónar), con quien no tengo relación, al igual que Haruka Salt, una artista japonesa que vive en Nueva York. Si bien no es tan conocida, me enseñó muchas cosas. Otro de mis íconos es Westbam.

Tras escuchar lo que colgaste en Internet, da la sensación de que sos muy groovero para el promedio de las propuestas berlinesas, que son quizá más cerebrales, comenzando por el techno local. ¿Sentís que encajás en la escena?

–Sin importar el lugar en el que me encuentre, mi objetivo como productor y DJ es sorprender en la pista de baile. Es lo que busco cada vez que voy a algún lado. No me interesa si es dancehall, techno o dubstep, sino la frescura de lo que suena. Por esos mis sets atraviesan el hip hop, el afrobeat, el electro y la música alternativa. Mi primer álbum, que estoy preparando, será una licuadora de estilos que van a estar bien representados.

¿Cuándo estará listo?

–Estoy tratando de encontrar a la gente adecuada, porque el primer disco es como un bebé: hay que darle mucho cuidado, hay que mimarlo y hacerlo crecer hasta que haga su propio recorrido. La clave fue tener paciencia. Aparte del sonido por el que deambulará, puedo adelantar que saldrá a la venta en una fecha sorpresa.

¿Le mostrás tu música a tu madre?

–Es fan de la música que hago, baila con ella, me tira ideas nuevas todo el tiempo. Está interesada en el trabajo en esa dirección. Ojalá fuera posible mezclar cosas suyas con otros artistas a partir de mixtapes o remixes. A mí me gustaría reunirla, por ejemplo, con Beth Ditto o Daft Punk. Me gustaría saber cómo quedaría esa mezcla. Pero en el proceso de creación siempre resultan tres preguntas: si es música, si es nueva y si es buena. Por ahora, hay que tomarse un tiempo y tener paciencia.

¿Revisitás su música? ¿Alguna vez pensaste en producirla?

–Obvio que todo el tiempo chequeo su música. Es una gran fuente de inspiración para mí. Quisiera reeditarla, remixarla y trabajar en esos temas. El mayor inconveniente es legal, porque tengo que pedir un montón de permisos para usar sus canciones. Aunque no descarto poder sacar algún bonus track o algo relacionado con su obra.

Mientras Otis ultima detalles para el lanzamiento de su álbum debut, su madre se mantiene en plena actividad, celebrando sus 45 años sobre el escenario con actuaciones en Alemania y el resto de Europa, y preparando su próxima producción de estudio, el sucesor del Volksbeat (2011). Si bien en su décimo tercer trabajo en solitario se reencontró con sus raíces punk y ska, la artista de 61 años dio nuevamente muestras de su vitalidad creativa cuando publicó en 2010 el disco Personal Jesus, en el que aprovechó el título del tema clásico de Depeche Mode (del que también hizo un cover extraordinario) para conceptualizar un repertorio dedicado al gospel y al Todopoderoso. “Que te odien duele, pero no pasa nada porque estoy segura de que Dios, mis hijos y un montón de gente me aman”, aseguró la madre del punk en España, durante la gira de promoción de ese álbum. Aunque ciertamente su vástago adora a su progenitora, lo que evidencia una y otra vez al referirse a la carrera de su madre en la actualidad, al momento de laburar prefiere tomar distancia.

¿Cómo es tu relación con tu madre?

–Ella vive en Berlín y hablamos regularmente. A veces me cuenta que escuchó un tema y me lo pasa o me sugiere artistas. Nuestra relación es muy musical, de laburo, de estimularnos mutuamente para continuar nuestras carreras. Me hace muy bien, es una persona muy activa, muy colorida y con mucha luz.

¿Quién maneja tu carrera?

–No tengo ningún tipo de manager, pero trabajo con algunas agencias (NdelR: luego de la entrevista, Otis le envió un mail a este redactor para avisarle que recibió una oferta para trabajar con una agencia de booking de Londres. Por lo que quizá se mude para allá). Subo a la cabina, hago mi set y me voy. Así que la mayoría de los arreglos los hago personalmente.

¿Chapeás con tu abolengo?

–En la medida de lo necesario, trato de no mencionar el parentesco. Si bien por un lado me abrió muchas puertas, prefiero que mis producciones y mi música hablen por sí solas. Cuando alguien me dice que está bueno lo que escuchó, sin saber quién soy, me suena más sincero. Por eso trato de no usar mi nombre, pues queda la sensación de que soy DJ porque soy su hijo. A pesar de que me importa poco lo que piense la gente, prefiero no pasar por eso.

¿Por eso artísticamente te llamás DJ Oski?

–En mi pasaporte alemán aparezco como Otis Hagen Hagen. No sé por qué el gobierno de acá pensó que mi segundo nombre era igual que mi apellido materno. Al tiempo que en mi pasaporte francés figuro como Otis Hagen Chevalier, que es el de mi padre. Así que antes que llamarme DJ Otis Hagen, preferí usar DJ Oski, porque si a la gente le gusta mi música no iba a ser por mi madre.

¿Cómo es la vida con ambos padres celebrities?

Por momentos, la presión está allí. Imaginate: mi madre es una leyenda del rock y mi padre uno de los estilistas más famosos de Los Angeles. Pero aprendí a hacer la mía y a vivir la vida de la forma más relajada posible. Aunque tengo la suerte de que los dos me apoyan en lo que hago, me pongo nervioso cuando vienen a ver un DJ set mío.

¿Te sentís afín a tu generación?

–Siento empatía con esta generación. Puedo llegar a ser amigo de mucha de esta gente. Puedo tener coincidencias o no, pero me siento bastante cerca.

¿Le queda poco tiempo al hipsterismo?

–Hay que comprender que cualquier género o estilo musical tienen su contenido estético. No lo inventó mi generación, sino que la receta viene desde hace muchas décadas. Por mi parte, no soy muy bueno en el manejo de la estética y de publicitarme. Las redes sociales son algo que llegó, que está, que se queda y que hay que acompañar en la medida en que crezcan las cosas. Lo que suele suceder es que te encontrás con que la persona que tiene ese discurso y esa puesta estética en las redes, en el cara a cara no coincide con lo que vendió. Así que sabe manejar la herramienta, pero no entiende nada acerca de la interacción humana.

¿Tocaste alguna vez un instrumento?

–Durante una Navidad, cuando era chico, me regalaron una batería secuenciada. Estudié un poco y la dejé. Pero el sueño de mi madre era que tocara la guitarra.

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