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Jueves, 18 de agosto de 2016

SOMOS MARI PEPA Y LA AMéRICA RAMONA

Gabba gabba wey

El mexicano Samuel Kishi debuta a sus 31 con una película que toma del punk su inspiración y reafirma el legado flequilludo.

 Por Javier Aguirre

A aceptarlo: Argentina no es el único lugar de América latina donde late la herencia de los Ramones. Ese trampolinesco one-two-three-four que antecede al irresistible tifón punk-rocker flequilludo también ha sido y es detonante cardíaco para los adolescentes mexicanos, al menos para los que protagonizan Somos Mari Pepa, debut del director Samuel Kishi que I.Sat dará el miércoles 24/8 a las 22.

La historia (que resultará conocida) empieza cuando se oye ese click interior tras el cual se ingresa a la cultura rock: estos chavos de Guadalajara rompen la tradición doméstica de vinilos de boleros para agarrar la guitarra eléctrica aunque no sepan tocarla, poner la distorsión al límite e intentar escribir una canción para su banda, Mari Pepa. Todo eso mientras el cuerpo crece, las chicas están cada vez más lindas y las madres y abuelas los siguen viendo casi como niños.

Kishi, de 31 años, admite al NO haber vivido una historia muy similar: “Tuve una banda, Juanito Cuervos, con mi hermano y tres amigos del barrio. Nos gustaba hacer ruido y creíamos que teniendo banda las chicas iban a caer a nuestros pies: en nuestra mente adolescente rondaban sexo, droga y rock and roll. Al tiempo nos dimos cuenta de que era una mentira: seguíamos tocando mal, no teníamos ni para la cerveza y las chicas preferían salir con tipos que tuvieran autos tuneados y escucharan reggaeton. Supongo que era lo normal porque vivíamos en Atemajac, no en Nueva York o Seattle. Si había chicas rockeras cerca, no las encontramos, pero seguimos vagando por el barrio y tocando covers de El Otro Yo y Pixies”.

¿Podría haber funcionado Somos Mari Pepa con un género rocker que no fuera el punk? “La anécdota tal vez sí, pero la esencia no”, dice Kishi. Y fundamenta: “El punk-rock es un emblema de la película, no sólo en la música sino también en la forma de producción y la historia. Cuando empecé a estudiar cine, el punk tomó otro significado, no sólo era esa música que podía tocar con cuatro acordes y cantar a todo volumen para desahogarme, también se convirtió en bandera de independencia, en la filosofía del ‘hazlo tú mismo’ y en intentar hacer cine, un arte sólo al alcance de una clase privilegiada. El punk se convirtió en una búsqueda enfurecida por contar historias.”

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