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Jueves, 30 de octubre de 2003

EL MISTERIO DE LAS ZAPATILLAS SOBRE LOS CABLES

Un cuelgue

Se pueden ver en muchas esquinas y calles de Buenos Aires. Casi nadie sabe por qué, cómo fue que llegaron hasta ahí, quién las tiró. Hechas las preguntas, se obtuvieron diversas, curiosas teorías y suposiciones.

POR FABIO SUAREZ

Una caminata por uno de los barrios profundos de la ciudad permite averiguar algunas posibles respuestas a la misteriosa cantidad de zapatillas que cuelgan de los cables de luz. Unas cuantas historias contadas por los personajes más próximos a esta especie de espontáneas instalaciones urbanas revelan lo que saben y oyeron sobre el tema. Más allá de las distintas teorías al respecto, queda claro que quienquiera que haya lanzado al aire un calzado –propio o ajeno– tenía una razón para hacerlo. Una buena o una estúpida razón, pero una al fin.
Ahí arriba, marcando el cielo y encuadrando las esquinas, están todos ellos: los muertos, los presos, los graduados, los héroes bandidos, los simples imitadores, los asaltados y los asaltantes, los chicos con zapatillas nuevas, los novios debutantes y los jugadores de golf. Todos están allí representados en un par de zapatillas colgando de los cables. Están por toda la ciudad, pero sobre todo en algunos barrios, aquellos que afirman una tradición de barras o donde manda algún club de fútbol. ¿Quién las puso ahí y por qué? En una esquina, a pocas cuadras de Parque Chacabuco, hay quince pares. ¡Quince pares de zapatillas colgando de los cables de luz! Un policía parado en una de esas esquinas dice: “Las tiran los pibes, para marcar territorio”. Y no agrega nada más. Para marcar qué territorios y por qué necesitan hacerlo, le pregunto. Pero no contesta, no sabe, se encoge de hombros y sonríe. Entonces entra en juego la teoría más popular sobre el fenómeno: la que lo vincula con los códigos del mundo marginal y las bandas barriales que utilizarían esta señal para comunicar distintos mensajes. En ese sentido, una cuadras más allá, y también bajo un cielo repleto de suelas y cordones, un parrillero dice: “Son los pibes”. Y se niega rotundamente a agregar nada más, hunde su cabeza en el humo de los chorizos y cuartos de pollo que instaló en la vereda.
Algunos creen incluso que indican que en esa esquina se venden drogas y así las bandas barriales, vinculadas siempre con hinchadas de fútbol, se exhiben y advierten a otras bandas vecinas. O sea: que esa esquina ya tiene dueño, a la vez que indicarían a potenciales compradores dónde obtener lo que están buscando. Quienes objetan con sensatez la teoría, dicen que la policía encontraría fácilmente a los vendedores con sólo seguir este tan poco disimulado rastro. Consultados un par de estos vendedores, se confirma lo ingenuo del mito: “Nunca pondría una señal para eso”, me dice uno de ellos entre risas. Uno de estos personajes barriales, que amablemente accedió a ampliar la consulta, me cuenta bajando el tono de voz: “Son homenajes a pibes que cayeron presos o a alguno que murió”, aunque admitió que tenía dudas al respecto porque no sabía de tantos casos en el barrio como zapatillas cuelgan. Se rumorea que algunas son un símbolo que recuerda una pelea o un tiroteo de resultado importante para el grupo. Y, por supuesto, se dice también que son robadas a unos pobres transeúntes y que al no resultar del número o del gusto de sus nuevos dueños, se deshacen de ellas con un certero voleo al aire.
El mecánico de un taller de bicimotos arriesga: “Dicen que las tiran para marcar algo. Acá el otro día aparecieron unos zapatos de golf y al toque vino una cuadrilla en camioneta con una escalera grúa y se los llevó; dicen que valen quinientos mangos”. Pronto, por toda la cuadra y más allá, se enteraron del peculiar acontecimiento y ya es un pequeño hit de los mitos barriales. Algunos, entusiasmados quien sabe por qué, empezaron a colgar también teléfonos, bolsas de basura y muchas tiras caladas de goma eva en el mismo lugar. Nadie olvidará la esquina de los quinientos pesos y los zapatos con clavos. Consigo consultar unas cuadras más allá, a unos chicos que aparentan unos doce años y que parecen saber mucho sobre el tema, y tomando esta nueva versión una dirección inesperada me cuentan que algunos, cuando se compran zapatillas nuevas, cuelgan las viejas para celebrar. Pero esto no es todo. Expandiendo el horizonte de personas consultadas, hay quien asegura que colgando las zapatillas alguien está festejando la pérdida de su virginidad en la mismísima cuadra donde ocurrió el hecho. Los novios cuelgan sus zapatillas como recordatorio de tan especial día. Estas personas no lanzan desde el suelo las zapatillas sino desde las ventanas de los edificios altos, atadas entre sí por los cordones y se enredan rápidamente en alguno de los muchos cables que cruzan la calle. También se comenta que algunos estudiantes universitarios celebran su graduación y entre tantos festejos tiran su maltratado calzado en algún barrio periférico al que lo llevan en auto unos amigos. Una señora, ama de casa de más de sesenta años, sabe algo que se relaciona con lo anterior: “Hay un chico de la otra cuadra que las tiró después de la última clase del secundario”. Y por último están los que tiran sus zapatillas al aire y las enredan en la altura sólo para imitar a los otros. Podrían llegar a ser un grupo numeroso.
La última fuente requerida fue la de la compañía eléctrica de la zona. En caso de que el peso de las zapatillas sea lo bastante fuerte como para doblar o dañar el cable de alta tensión, sólo en ese caso, una expedición de la empresa iría a “estirarlos y reforzarlos”. En cuanto a las zapatillas, ni una palabra sobre sacarlas, dejarlas o alguna cosa al respecto. Más bien una especie de silencio entrecortado, incómodo y extraño.

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