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Jueves, 25 de julio de 2002

CONVIVIR CON VIRUS

Convivir con virus

Tengo una amiga que dice que coger es fácil, que el problema es otro. Sería, en todo caso enamorarse. O al menos que intervengan algunos ingredientes más en la fricción de los cuerpos. Coger, sólo coger, sería fácil. Un par de tragos, alguna que otra sustancia, la hora necesaria. Y la verdad es que suelo estar de acuerdo, con más o menos énfasis, según la época. Pero, hay que decirlo, también es aburrido, un tanto insípido (pasados los primeros cinco minutos), implica grandes dosis de energía (hay que llegar despierta a la hora y en el lugar adecuados) y en general resulta frustrante. Ni hablar de esos antiguos prejuicios que nos hacen cargar culpas como grilletes. Bueno, dice mi amiga, es fácil, pero complicado. El tema es, además, la pretensión de pasarla bien. Al menos que te pase algo. Algo bueno, quiero decir. Y eso no es fácil. Ni hablar si a la vulnerabilidad le agregamos este temita del vih. En estos casos, delicados por cierto, el catálogo de freaks suele repetir algunos estereotipos. Tenemos, por ejemplo, al redentor. Es ese muchacho o muchacha que cree tener una misión en la vida: salvarnos de la desdicha de tener este virus, hacernos gozar para redimirnos de tantos rechazos, demostrar que no hay miedo que lo/la detenga. Claro que en su fervor suele insistir en desechar el forro, hablar de amor a destiempo, incluso ofrecer pruebas de ese amor con frases tan cursis “como contigo hasta la muerte”. Una pesadilla pegajosa como miel que para colmo puede arrepentirse al otro día. Otro ejemplar posible es el poeta maldito. Ese (o esa) que cree que es romántico morir joven y entonces busca desesperadamente padecer algún tipo de dolencia, y si no, algo que lo haga padecer porque así se escriben mejores poesías. ¿Y cuál cree que es su mejor padecimiento? Pues enamorarse, al menos coger, con alguien que tiene vih. Malas noticias, gordo, no sólo ya no nos morimos sino que nuestros padeceres tienen mucho de escatológico y nada de romántico. Para cerrar este pequeño catálogo (que es mucho, pero mucho más surtido) podríamos mencionar al descontrolado/a: alguien que una noche cualquiera se toma unos tragos de más, se siente el rey de la noche. Y a la mañana siguiente es un pollo mojado que pretende explicaciones sobre lo hecho. Lo malo es que ésas no son elucubraciones privadas sino preguntas concretas que descerraja frente a una, como si una fuera la culpable de todos sus males. En fin, coger, lo que se dice coger, tampoco es fácil. marta dillon

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