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Jueves, 28 de agosto de 2003

CONVIVIR CON VIRUS

convivir con virus

 Por Marta Dillon

Julieta no sabe si está embarazada. Tiene dudas. Pero, sobre todo, tiene miedo. No es que no se le ocurra pensar lo lindo que sería tener un hijito o andar con la panza hinchada como tantas otras chicas en el barrio, tan lindas y tan orgullosas de esa manera de crecer de golpe. Como si crecer se tratara de eso, ¿no?, de hacerse responsable de alguien más para no tener que pensar tanto en una. A Julieta se le ocurre; y eso es lo peor. Porque también sabe que una cosa es estar embarazada y otra muy distinta es ser madre y criar un chico y no volver a salir con las amigas durante mucho tiempo y olvidarse de las vacaciones que planeó con ellas a la costa y de ser maestra de chicos diferenciales y de irse a vivir sola. ¿Qué va a hacer ella con un crío más que quedarse en su casa, con su papá y sus hermanas? ¿Acaso no tiene suficiente con sus sobrinos? Lo de sus hermanas fue así, quedaron embarazadas, una se casó, la otra no. Qué importa, las dos quedaron en la casa, juntando monedas para pañales, diciéndole que ella no tenía que cometer el mismo error, que tenía que esperar, que primero pensara en ella porque, si no, no iba a poder educar a nadie. Pero también le dijeron que las pastillas anticonceptivas hacen mal, que los forros se rompen y que es muy chica para pensar en otros métodos. Lo que tenía que hacer Julieta era decir no. No tener relaciones hasta que no fuera más grande. Por eso no la dejaban salir ni a la esquina, no la dejaban quedarse a dormir en lo de ninguna amiga ni siquiera juntarse con los pibes en la esquina. Con Julieta las cosas tenían que ser distintas, pensaban las hermanas. Y ella también pensaba lo mismo, Julieta quería divertirse y además ser alguien, hacer algo más que trabajar en el supermercado donde terminan todas, vestidas con minifaldas pero mirando siempre el suelo. Y ahora, ¿qué? ¿A quién decirle del miedo que la hace transpirar? ¿A él? ¿Para qué, si él ni siquiera se quiso poner el forro que le había dado su amiga Malena para el debut? El le dijo que iba a acabar afuera y después se hizo el boludo, o no pudo, o qué sabe ella y qué importa. Los días pasan, ya son diez desde que le tenía que venir. Algunas mañanas siente las tetas hinchadas, otras le parece que no, que le duelen los ovarios y le va a bajar. Si le viene, esta vez sí, lo juró, va a ir a la salita del barrio. Si hubiera ido antes, capaz que le daban esa pastilla para el día después, esa que te dan cuando se rompe el forro. Pero, bueno, si le viene, si –por favor, diosito– no está embarazada, va a ir a hablar con la doctora para que le diga cómo cuidarse, cómo convencer a los varones de que se pongan el forro, cómo hacer para que la vida de sus hermanas no sea la suya. Porque Julieta tiene otros planes.

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