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Jueves, 4 de enero de 2007

AGUAS (RE) FUERTES

 Por Javier Aguirre

Tattoo you

No existe ni existió, que este suplemento sepa, un censo nacional de tatuajes. El Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) siempre está en la pavada cotidiana —que la inflación, que el desempleo, que la alfabetización— y nunca se hace tiempo para las cosas importantes. O sea que la Argentina no dispone de datos oficiales —serios, rigurosos— sobre tatuadores, tatuados ni tatuajes. Hay que apelar a la memoria viva de los sabios de la ciudad; es decir, a los tatuadores de la galería Bond Street o a los de Cabildo y Juramento. Inicialmente el relevamiento genera desconfianza, aunque en cuanto aclaro que la pesquisa sólo obedece a los oscuros designios del periodismo de rock, los tatuadores belgranianos y bondstreetenses acceden con amabilidad a compartir su archivo profesional. Algunos —acaso los empleados más novatos de las tatuajerías— se excusan, y prefieren que respondan los dueños de los locales, tipos con tantos años de experiencia en el rubro que bien podrían haberles hecho tatuajes a Luca, a Tanguito o a Gardel. Todos piensan un rato antes de responderme. Fruncen el ceño, se concentran en sus bases de datos introspectivas, miran —como sin ver— a la tetona que se está tatuando en el hombro, inspeccionan su memoria como sabuesos de la Afip. Hasta que llegan los recuerdos. Recuerdan haber tatuado, a lo largo de su vida, los diseños más disparatados: desde fragmentos del Guernica de Picasso, hasta el mapa de Chubut; desde códigos de barras hasta rosas de los vientos; desde el corte de la anatomía de un sapo hasta el logotipo de “Perón vuelve”; desde un Tío Sam sodomizado hasta el ramal a Glew del ex ferrocarril Roca. Por no hablar de los motivos “clasicobvios” (escudos rockeros, frases célebres, caracteres orientales, tribales, íconos futboleros, corazones, madres, padres, espadas y serpientes). Sin embargo, ante mi pregunta directa, siempre hay un tajante “no”. Nadie recuerda jamás haber tatuado a un Papá Noel. Parece que ningún argentino jamás quiso llevar grabado en su piel al obeso, barbado y sobreabrigado símbolo de la Navidad. Doce tatuadores no pueden equivocarse.

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