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Domingo, 14 de febrero de 2016

FAN › UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA: RAMIRO GALLO Y “LA SOMBRA” DE HERNáN GENOVESE

ENTRAR SIN MIEDO

 Por Ramiro Gallo

Soy fan de muchas, de innumerables canciones. Las recuerdo porque me formaron a través del tiempo y algunas que sigo descubriendo me siguen formando. Recuerdo las que cantaba de niño con mis viejos, aún aquellas cuyas letras no lograba entender y que sin embargo grababan en mi ser un fino surco que volvería a recorrer años más tarde, con una conciencia más despierta y un asombro a flor de piel. Tangos y folklore formaban nuestro repertorio, a los que yo sumaba en mi intimidad los pasodobles que emocionado entonaba con el acompañamiento de la orquesta de Enrique Rodríguez sonando en el tocadiscos Ken Brown, maravilla de la época.

Recuerdo las de la adolescencia, donde subí el volumen buscando que todos me escucharan, para volver a bajarlo algunos años después, cuando me di cuenta que una nota o una palabra bien puestas valían mucho más que infinitos decibeles. Recuerdo las que me han hecho lagrimear, reír y llorar a mares. Y bien podría nombrarlas una por una.

Así, de la misma forma, podría también hablar de cada una de las canciones del disco Lo que soñamos, del cantor, autor y compositor Hernán Genovese. En este disco se cuentan historias sin artificios, historias creíbles. Historias bien contadas y para mejor, bien cantadas.

Tomo una casi al azar: “La sombra”

“La seguí, por calles y almanaques la seguí…”. Claro, es un tango. Siempre estamos un poco solos en un tango, un poco tras de una huella, real o imaginaria. Una huella que se grabó en el espacio y el tiempo como en este primer verso. A veces el peso de una canción cae sobre nuestros oídos por sonido propio y otras también ayudada por la conciencia de su real dimensión. No es lo mismo escuchar una composición que acaba de ser estrenada, que por ejemplo, “María” de Troilo y Cátulo Castillo. A la genuina emoción que produce lo que oímos, se suma el hecho de saber que entramos en una especie de recinto que contiene las grandes obras, temas bellos que significan tanto, nos representan, nos inventan casi. Somos muchos en ese recinto, y dentro de él nos reconocemos. Y hablar de estas obras es subirse a un podio seguro. ¿Cómo no lograr empatizar si exalto las virtudes de los grandes consagrados? Pero también sería como dar nuevas manos de pintura a una superficie, hasta que quizás, su magia natural se pierda.

Vuelvo a “La sombra”, para volverme niño en algún sentido. La escucha de un niño es infinitamente superior, está libre de condicionamientos. Un niño sabe elegir libremente, al menos por un tiempo, antes de caer quizás irremediablemente en los engañosos laberintos de una suerte de dependencia sonora, si se puede nombrar semejante concepto y no ser tildado de prejuicioso o hasta paranoico.

El tema tiene mucho texto, lo que obliga al cantante a trabajar. Pero logra también con esto el clima obsesivo que la canción necesita, palabras que suenan a un tren en movimiento que sacude la quietud con ansiedad. Nos inquieta, nos desgasta, nos mete en el centro del remolino insomne del amante a contramano que relata sus desvelos, sus intentos, sus desdichas y su derrota final.

El bello y joven tango se desarrolla en el tiempo, y uno va recuperando la verdad, la inocencia, y la capacidad de decidir. Porque quien escucha una obra nueva con un oído virgen, debe aprender a tomar decisiones. Las decisiones ya no las toma otro por él. Podemos y debemos cuestionar. ¿Será tan bueno este autor o este tema? ¿Me gusta de verdad, o creo que me gusta? Escuchando así, como un niño, todo se iguala. Da lo mismo escuchar a Stockhausen o a Maderna, a Gismonti o los Wawancó, a Tchaikovsky o los Hermanos Ábalos (dicho sea de paso, ¡qué belleza ese Gatito de Tchaikovsky!

Hablando de tango, algo así sería la escucha que la audiencia merece poner en funcionamiento a la hora de abrirse a la nueva producción. Entrar sin miedo a ella como quien entra a un lugar desconocido pero que puede enamorarlo. Sin condicionamientos se puede ayudar al nacimiento de los nuevos clásicos, aquéllos que se escucharán dentro de cincuenta años. En ese mar de aguas tan nobles, se pueden beber algunas de las últimas gotas que acaban de llover.

El personaje de “La sombra” es un amante insatisfecho. Podrá decirse que todo el tango a lo largo de su historia, está surcado por el amor insatisfecho. Esto no es una verdad absoluta, lo que equivale a decir que es una falacia, pero aceptando la parte de verdad que pueda haber en estos dichos, el asunto es componer un tango hoy con esta vieja temática, ponerlo a andar y que viva, que exista. Que exhale un aroma a verdad, que tenga el peso de las obras auténticas.

Todo esto nos conduce a un territorio que finalmente nos salvará de las arenas movedizas, de la zozobra de exponernos a lo nuevo y tener que decidir. Con estas herramientas tan serias, el corazón se abre solo, y deja entrar una brisa al mismo tiempo antigua y renovada. ¿Será posible que sea tan difícil encontrar una perla? ¿Una canción expresada en el lenguaje de nuestros mayores y que al mismo tiempo suene limpia, natural, actual?

No solo es posible. Las canciones de Hernán son además, por donde se escuchen, canciones bellas. Hechas y cantadas con el corazón. El corazón de un hombre, padre, ciudadano de Buenos Aires, heredero de los barrios y cantor. Hernán es un tipo culto. Su cultura fluye natural y se apoya en esa forma de vida, esa filosofía que es el tango. Desde allí vuela lejos, porque ha encontrado al alcance de la mano todo lo que necesita para existir. No incursiona en inextricables alardeos para decir la palabra justa. Por todo esto, sus temas, sus personajes, son reales.

“Como un espectro insomne que me nombra, como la sombra fiel de mi ansiedad.” Qué dura y qué bella la imagen de la sombra fiel. Es una imagen recurrente sin duda. Pero si la sombra es la de la ansiedad, se redobla la apuesta y se aceleran los pasos hacia un abismo seguro.

Así de fiel, como una sombra, es Hernán a sus canciones, a su ciudad y a su gente. Y a sus proyectos que cristalizaron un disco bello y arriesgado. Porque tanto va el cántaro a la fuente, que hay que traer un cántaro nuevo, desconocido y esperar pacientemente que su agua riegue el jardín. En la espera crecen más sombras y quizás una gran soledad. Pero los pasos son seguros y el tango de Hernán, como el tango todo, sabrá esperar.

Digámoslo hoy mismo, y no dentro de cincuenta años: “La sombra” se agiganta. A la luz del tiempo, el gigante será su autor.

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