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Domingo, 18 de diciembre de 2005

FAN › UN FOTóGRAFO ELIGE SU FOTOGRAFíA FAVORITA

Una imagen silenciosa

Mariano Salomón y El tenedor, de André Kertész

 Por Mariano Salomón

La fotografía elegida se llama “El tenedor”. Fue tomada en París durante el año 1928 por el gran artista húngaro André Kertész.

Llegué a ella cerrando mis ojos. Ante semejante consigna preferí ilusionarme con que la imagen me eligiera a mí en lugar de comenzar una búsqueda activa y quizás obsesiva dentro del enorme universo de increíbles fotografías que nos rodean. Es probable que la imagen de hoy no sea la misma que la de mañana. Encontrarla no es lo mismo que buscar y elegir esos libros y discos fundamentales para llevarse a una isla desierta; se trata de una fotografía.

Ahora que la tengo delante mío debo pensar por qué ella y no otra.

Comienzo por decir que ese tenedor apoyado livianamente sin pesarle en absoluto a ese plato y el reflejo de ambos me producen una inmensa calma al mirarlos.

Además de ser aparentemente simple, sutil y bella, tiene algo que genera en mí el deseo de seguir mirándola. Es como si fuese siempre la primera vez, y cada vez espero algo más de ella, como un misterio inagotable y generoso. Tengo la sensación de estar llegando a otra cuestión clave para mi elección: es una imagen silenciosa. Al observarla puedo instalarme en el silencio que me sugiere, de ahí su calma y su misterio. Podría decir que es una imagen para descansar de las imágenes. Hay tanto ruido condensado en fotografías de alto impacto, elaboración y predeterminación, que la profunda sutileza de este recorte me inunda de tranquilidad, calma y silencio. Pensemos que ni siquiera vemos la terminación del tenedor con su posible inscripción como aquellos cubiertos de los abuelos.

La fotografía se vincula con la memoria, con el recorte temporal, con lo documental, lo expresivo, lo experimental, lo íntimo, y otros tantos registros. ¿Será posible generar imágenes que no remitan a palabras?

André Kertész decía de sí “que escribía con luz”. Es probable que su conmovedora humildad, su falta de pretenciosidad y artificialidad, su vital curiosidad hayan hecho posible que su escritura fuese silenciosa. Tan silencioso es que ni siquiera parece ser importante el momento decisivo en que dispara su cámara, busca su lugar y espera; como si no hubiera un momento para ello. Miremos sus fotos callejeras, sus retratos o naturalezas muertas; hasta sus desnudos distorsionados pueden cambiar los contenidos, pero jamás su escritura silenciosa.

Recuerdo que la primera cámara que tuve, tendría yo unos 12 o 14 años, fue una Kodak Fiesta. Esa cajita de plástico me permitía mirar con la ilusión de no ser visto, toda una fiesta para un chico tímido. Seguramente el silencio constituiría otro ingrediente imaginario: no ser visto ni escuchado y de esa operatoria surgiría como ideal una imagen silenciosa.

André Kertész es para mí el fotógrafo del silencio, de ahí que sea tan necesario.

PD: El tenedor es también un homenaje al acto de comer, y allí también soy un fan.

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Según el curador de Fotografía del Museo J. Paul Getty Weston Naef, André Kertész “descubrió un nuevo mundo que, finalmente, fue bautizado a nombre de otro”. La esencia de su estilo estaba en su poder para transformar la fugacidad de un instante en “un momento decisivo”.
Nacido en Hungría en 1894, Kertész hizo sus primeras fotos en 1912 y fue uno de los primeros soldados en llevar una cámara al frente. Esto fue durante la Gran Guerra, donde fotografió a sus compañeros luchando en Polonia y de donde volvió herido en 1915, para no abandonar nunca más la fotografía.Viajó a París en los años ‘20, cuando la Ciudad Luz convocaba a artistas “exiliados” de todo el mundo (Man Ray entre ellos) y fue por entonces que realizó algunas de sus obras maestras: Chez Mondrian, Bailarín satírico, La Torre Eiffel y, entre otras, El tenedor, una obra que pone en escena esa idea del instante que caracterizó su obra. “El momento dicta siempre mi trabajo. Todos pueden mirar, pero no necesariamente ver. Yo veo una situación y sé que es lo correcto.”
En 1936 se mudaría con su esposa a Nueva York, donde se ganó la vida retratando interiores y arquitectura para revistas tales como Casas y Jardines. Recién a los 68 años, cuando se retiró de la fotografía comercial, volvería a dedicarse a los temas personales que lo obsesionaron en la época en que realizó El tenedor.
 
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