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Domingo, 2 de julio de 2006

FAN › UN ESCRITOR ELIGE SU ESCENA DE PELíCULA FAVORITA: ALBERTO LAISECA Y EL BESO DE LA MUERTE

La garganta del diablo

 Por Alberto Laiseca

No recuerdo cuándo vi por primera vez El beso de la muerte. Puede que la haya visto en el cine de Camilo Aldao, mi pueblo. En esa película Richard Widmark es nada más que actor de reparto. Aclaro: la película es mala. Es sólo Richard Widmark quien la salva y la hace memorable.

La estrella es Victor Mature, que siempre fue un queso actuando. Mature es el bueno, Widmark el malo. Widmark, con esta escena que voy a contar, se metió al público en el bolsillo. Su personaje se llama Tommy Udo. Es un asesino a sueldo, un asesino por encargo. Le han ordenado que liquide a un tal Rizzo, que es un soplón, un buchón. Voy a contar una escena que dura unos cuatro minutos. Tommy se baja de un taxi, sube por una escalera, toca el timbre; una voz de mujer le dice “está abierto”. Se encuentra con una mujer grande, lisiada, que está en silla de ruedas. “¿Usted es amigo de mi hijo?”, pregunta ella. “Sí, soy amigo. ¿Cuándo lo puedo encontrar?”. “Oh, qué sé yo dónde está; va, viene, se va”, se hace la estúpida la mujer; porque ella se da cuenta. Richard Widmark aparece con su impermeable, y un cigarrillo en la boca. Lo fuma de costado, lo tira al piso, lo aplasta, ahí delante de la mujer, ni siquiera busca un cenicero. Y entonces va hasta donde supuestamente está el cuarto del hijo y ve que está todo vacío; los cajones, las perchas: el hijo no está ahí hace rato, ha huido. Entonces vuelve, conteniendo la furia. La ve a la mujer en su silla de ruedas y le dice: “Así que no sabés si esta noche va a venir a comer o no, ¿no? Sos una maldita mentirosa peor que él todavía”. Y entonces arranca el cable del teléfono y la ata. “No, Tommy por favor, no me hagas esto”, le pide ella. Y él se ríe a carcajadas, con un risa altamente maléfica que se robó toda la película y le dio la fama. La ata con el cable del teléfono y la lleva al pasillo donde hay una escalera que mide un año luz de hondo. La mima a la vieja; la goza: “Vení acá viejita linda”, algo así le dice. “No tengas miedo, voy a colocarte en un lugar donde no vas a tener ningún dolor y ni una necesidad de nada”, y la tira. La revienta a la vieja, que no era tan vieja. La actriz que interpretaba este papel dijo después que le había dado miedo en serio: tenía miedo de que Widmark la matara de verdad. Eso por un lado.

Se hizo famoso de la noche a la mañana como monstruo, Richard Widmark, que en la vida privada era un tipo buenísimo. Le llovían los papeles de monstruo. Le habría gustado quizá hacer otra cosa más variada pero era lo único que tenía. Y una noche tuvo que tomar su coche y salir rápido, cruzar el estado de Nueva York; estaba lloviendo torrencialmente. Widmark, insisto, no tenía más remedio que viajar esa noche de diluvio. E hizo unos cuantos kilómetros y el coche se paró, para su desesperación. “¿Qué hago ahora?, estoy en medio de la nada.” Miró a través de los vidrios continuamente regados por el agua y le pareció ver una especie de luz chiquitita. “Yo me largo.” No bien salió, caminó dos metros fuera de su coche y ya era como si se hubiera largado vestido en la bahía del Hudson. Estaba empapado. Saltó alambrados, caminó a campo traviesa y tuvo la suerte de que la luz efectivamente respondía a una casita. Tocó y de adentro salió una viejita que no bien lo vio empezó a dar unos alaridos horrorizados: “¡Tommy Udo, Tommy Udo!”. Le cerró la puerta en la cara al pobre actor, lo dejó ahí empapándose. Ni él sabe cómo pasó esa noche terrible; ciertamente se agarró una pulmonía triple. (Esto era algo muy frecuente en la década del 40. En mi pueblo, cuando yo era chico, después de una de estas obras de teatro campero, Juan Moreira, por ejemplo, había tipos que esperaban al que hacía de villano facón en mano, para pelearlo y matarlo. La gente era mucho más impresionable que ahora. Ahora la gente sabe que un actor es un actor.)

Mucho tiempo después, ya repuesto de la enfermedad que se agarró, fue a verlo a su agente. “Richard, tengo para vos un papel especial”, le dijo. “Es un monstruo que les come las orejitas a los niños”. “No”, lo interrumpió el actor, “no quiero más papeles de monstruo”. “Pero por qué, si estás en la cúspide, sos el monstruo químicamente puro”, le preguntó el agente. “No, me pasó esto y esto y esto con una viejita norteamericana. Yo soy un tipo afectuoso, no me gusta esto, no quiero que me vuelva a pasar más. Así que no quiero más papeles de monstruo, de carácter sí, pero de monstruo no.” El actor estuvo cagándose de hambre bastante tiempo; estaban por cortarle la luz, el teléfono, no tenía con qué pagar, y justo al agente lo fue a ver un productor de cine que le dijo: “No sé cómo se llama este actor que hizo un papel secundario en El beso de la muerte, pero quiero contratarlo para una película que estoy por hacer”. “¿Sabe lo que pasa?”, le dice el agente, “Richard Widmark no hace más papeles de monstruo”. “Pero no es de monstruo, es de carácter”, le contestó el productor. “Ah, entonces, sí”, y Widmark agarró viaje. Al principio la gente no aceptaba, porque lo quería ver de nuevo de monstruo, pero finalmente se abrió paso y hasta el fin de su vida siguió haciendo estos papeles de carácter; nada de mons

truos.

El beso de la muerte (Kiss of Death, 1947) fue dirigida por Henry Hathaway (el director de Ro- mmel, el zorro del desierto, 1951) sobre un guión de Ben Hecht (guionista de La diligencia, y varias veces colaborador de Hitchcock) y Charles Lederer (Once a la medianoche). La protagonizaron Victor Mature como Nick Bianco, Brian Donlevy, Coleen Gray, Richard Widmark, Taylor Holmes, Karl Malden como el sargento William Cullen y Mildred Dunnock como la madre de Rizzo, la mujer en silla de ruedas que protagoniza la fatal escena relatada por Laiseca en esta página.

Fue el debut en cine de Richard Widmark, que ganó el Globo de Oro por esta actuación como “prometedora nueva figura” y luego fue nominado al Oscar como actor de reparto (la película tuvo otra nominación, por la historia original de Eleazar Lipsky).

En 1995 el director Barbet Schroeder filmó una remake libre de El beso de la muerte con guión de Richard Price y actuaciones de David Caruso, Samuel L. Jackson y Nicolas Cage.

Antes de su debut en El beso de la muerte, Richard Widmark (Minnesota, 1914) actuaba en radio y daba clases de actuación. Su éxito como Tommy Udo le aseguró un contrato de siete años con la 20th Century-Fox, tras el cual siguió su camino de forma independiente y hasta produjo algunas películas, a fines de los ’50. En los ’70, cuando su carrera cinematográfica pareció desvanecerse, probó suerte con una serie televisiva, Madigan (1972), basada en la película homónima de 1968 que también había protagonizado. En una entrevista de 1976 dijo: “Los villanos pesados de mi época eran nenes de pecho comparados con los de hoy. Nuestros villanos no tenían cualidades redentoras. Pero hoy hay una nueva moralidad. Un villano es un tipo con alguna debilidad. Los héroes son villanos”.

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El beso de la muerte, 1947
 
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