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Domingo, 23 de diciembre de 2007

FAN › UN ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: NAHUEL VECINO Y RETRATO DE JOVEN, DEL SIGLO II D. C.

Yo soy ése

 Por Nahuel Vecino

Ya en su apogeo como pintor, Eugène Delacroix afirmaba que podía jactarse más de su calidad como espectador y amante del arte que como creador de su propia obra.

Siempre me sentí representado por esta idea. Y de alguna manera a medida que el recorrido de mi mirada por los distintos universos pictóricos fue seleccionando las obras que me eran más afines, se fue construyendo como resultado un registro de imágenes particular, como una cosmogonía con órdenes y jerarquías, soles, estrellas y satélites más alejados...

En este caso presento lo que sería una piedra angular del templo de mi pinacoteca personal: Retrato de joven, proveniente de El Fayum, del Metropolitan Museum de Nueva York.

Alrededor del siglo II d. C. los griegos asentados en Egipto adoptaron la costumbre de momificar a los muertos. Pero reemplazaron la hierática máscara tradicional egipcia por retratos que eran encargados y realizados en vida.

Son muy pocos los ejemplos de pintura griega que han logrado perdurar hasta la actualidad, ya que, a diferencia de la escultura, sus materiales eran muy endebles. La mayor parte se encuentra en el Museo Arqueológico de Nápoles y fue aquí donde tuve mi primer encuentro con este tipo de obras.

Al contemplarlo, la primera impresión me habla del rostro de un joven que existió en algún momento del siglo II y que tuvo un nombre y una vida particular. Digamos que me conecta con su singularidad, pero lo hace de un modo casi inmediato: en el instante en que me veo interceptado por esa insondable mirada, todo parece diluirse, y ya no existe un tiempo, un contexto o una persona particular, sino que esa presencia se transforma y se convierte en un reflejo, que tal vez puede intuirse como el reflejo de uno mismo, como una sustitución automática generada por la propia imagen. O bien, como dice el libro sagrado de los parsi: “Un hombre son todos los hombres, un rostro son todos los rostros”. Hay un concepto italiano para describir esta sensación estética, dolcezza al cuor, y alude a una capacidad para sentir como propias las instancias sublimes o dramáticas de otras existencias, pero manteniendo siempre aquella dignidad que es esencial de lo humano.

Me parece importante destacar que el arte griego no describe las formas de manera minuciosa y particular, sino que despierta cierta tensión entre lo literal (por ejemplo el rostro de un chico) y lo idealizado, generando así una tendencia a lo abstracto al sintetizar el dibujo. Esto le da su principal característica epifánica.

Para terminar, hay algunas situaciones de índole mucho más subjetiva relacionadas con las proyecciones injustificables que un fanático deposita en su objeto de fanatismo.

La imagen me parece sorprendentemente moderna y creo que es desde este sitio donde influye en mi propia obra. Ni hablar de su frescura y su gracia... Profundidad, vértigo, potencia expansiva y misterio. Se intuye la inevitable tensión en su contradicción báquica y apolínea, disuelta en su vibrante musicalidad, que pareciera expresar algo así como las melodías eruditas y orquestadas de un Ryuichi Sakamoto mezcladas con los ritmos telúricos de un Domingo Cura.

Si el arte tiene como fin la posibilidad de elevarse desde la materia densa, carnal e imperdurable hacia universos sutiles, abstractos y atemporales, este retrato para mí sintetiza con claridad y fuerza la expresión de esa realidad.

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