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Domingo, 23 de marzo de 2008

FAN › UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA: JAIME TORRES Y “MI BUENOS AIRES QUERIDO”, DE GARDEL Y LE PERA

Un animal que canta y sueña

 Por Jaime Torres

El tiempo hizo que yo pudiera formarme, a mí mismo, a partir de una cantidad de cosas que me rodearon, entre ellas la música. Y de otras que están conmigo, aunque tal vez no fueran éstas las que habré escuchado en el útero de mi madre, pero que ahí están, las que traía genéticamente de mis padres; me refiero a hechos que tienen que ver con el ambiente donde me tocó pasar la niñez, época de la vida en la que parece que uno no entiende, pero todas las cosas quedan muy grabadas. Fui traído desde Tucumán, a los 90 días de nacer, a la ciudad de Buenos Aires, en donde viví hasta los 10 años de edad, para luego emigrar a Bolivia. A esa temprana edad yo oía una canción que hasta el día de hoy me sigue conmoviendo y uno de cuyos creadores sigue siendo hoy uno de los autores e intérpretes con los que me regocijo. Una canción que me retrotrae a ese mundo, el de la infancia, y un lugar al que vuelvo cuando la escucho. Gracias a mi carrera de músico tuve la posibilidad conocer a otros músicos, y viajar al exterior varias veces, y al volver a la Argentina uno comprueba cómo en seguida aparece “Mi Buenos Aires querido..., cuando yo te vuelva a ver”.

En aquellos años de mi infancia mis padres vivían en el conventillo de Viamonte y 25 de Mayo. En ese tiempo aparecieron melodías que eran muy escuchadas, que la gente cantaba mucho, que formaban parte de su vida. Estoy hablando del año ‘38, del ‘40, época en que había un romance muy hermoso entre el público y algunos artistas, y dentro de esos artistas estaba Gardel. Años más tarde a mí me tocó vivir fuera del país y la melodía de “Mi Buenos Aires querido” me surgió y me surge aún, muchas veces; a mí, como a una enormidad de gente; como a muchos argentinos cuando están fuera de Argentina o cuando están regresando la entonan. Más allá de que uno sea de una provincia o de otra, porque es innegable que –no digo que esté bien o que deba ser así– Buenos Aires hasta hoy sigue siendo el centro de nuestro país; vendrán también otras canciones de otros lugares, pero ésta, a mi entender, es la que llega primero, inmediatamente, diría. No puedo recordar exactamente cómo es que la escuché por primera vez, porque de esos años de la vida prima la inocencia, el subconsciente, todo eso, ¿no? Pero sí sé que era algo que yo escuchaba mucho. Mis padres eran habitués de ese hermoso paseo que se llamaba y se llama Costanera Sur, y que en aquella época era, para nosotros los niños, “ir al balneario”, y para los mayores era ir a la cervecería Munich. En esa costanera de mi infancia también estaban esos lugares que llamaban varieté, donde se escuchaba mucha música, y supongo que ha de haber sido allí donde oí “Mi Buenos Aires querido”, tango que me marcó y pasó a formar parte indisoluble de ese mundo temprano mío.

Más tarde, en el año ‘48, empezaría la parte más triste de mis viejos y mía; se produce la separación de ellos, y viajamos con mi madre a Bolivia; ahí comienza para mí otro camino. El día que llegué a Bolivia quedé impactado, estaba a punto de cumplir los diez años, y me encontré con algo que hoy, con el paso del tiempo, puedo definir con más claridad que era el sentido de pertenencia a un lugar, de identidad, que tenía la gente ahí. Esa pertenencia que sí viene en la sangre, y lo digo recordando hechos que me conmovieron de verdad: ver a niños menores que yo tararear o tener idea sobre una melodía, sin ser éstas las más difundidas del momento, que es como ir naturalmente en contra del medio en el que se vive y darle más pelota al mundo interior. Lo digo por alguna vieja zamba, alguna vieja melodía que uno comprueba que los niños a veces llevan dentro, más allá de todo –de las difusiones, de todo eso que se inventa en los medios masivos, de esta masividad diseñada para que todo sea una mezcla, pero la misma cosa, que todo sea hecho por una sola fábrica–. Y que les brota, sobre todo, cuando están criados en las provincias, como algo espontáneo, que no saben exactamente cómo es, pero que han escuchado. El mundo que te rodea hace que uno lleve una cosa adentro pero esté escuchando otra. Cuando llegué a Bolivia, y vuelvo a esa época de mi infancia y adolescencia, me encontré con esta cosa mágica y misteriosa que tiene la música de los Andes, esta cosa inmensa, que en el caso mío –creo, pienso–corresponde a mi mundo interior. No es un mundo al que pueda definir por una sola canción; es ese mundo que es sonoro no sólo en las melodías, sino también en la forma de hablar de las gentes, en esa melodía que lleva la voz de una persona, en esos cantos que nos distinguen cuando viajamos por las provincias.

Pero hasta ese momento, hasta mis diez años, había tenido el Buenos Aires metido adentro, el Mercado de Abasto, las ferias, la cancha de Boca. Y cuando me fui a vivir a Bolivia, a Cochabamba, a un lugar llamado Chimba Chica –que en ese momento era vivir en el campo, era un pueblo de una sola calle y de tierra...– los domingos trataba de sintonizar aquellas antiguas radios y buscaba el fútbol o jugaba a convertirme en el relator del partido, a gritar junto a la hinchada, y a veces, por ahí, aparecía esa canción, y yo sentía la sustancia, la esencia de ese lugar, de ese Buenos Aires que apenas había alcanzado a ver, a percibir.

Jaime Dávalos dice, en el final de un poema a su padre, “por el gusto y del capricho, de ser un animal que canta y sueña”. El sentimiento está siempre vivo, no necesito revivirlo, pensarlo. ¿Cómo hago hoy para vivir en Buenos Aires? Todo lo que me rodea es lo que tiene que ver con este mundo mío, y ese mundo puede ser aquí, como muchas veces lo ha sido en París, en Rusia o en Bolivia. Porque uno busca las cosas esenciales que hacen a ese mundo, uno trata de no perder la identidad, la mantiene, y la música juega en esto, para mí, un lugar importante. Como intérprete, estoy siempre buscando cómo cantar la melodía más allá de la letra, con esa belleza del sonido musical, de lo que hay tanta carencia ahora, de esa nota que acaricie tu oído, que te llegue al alma, por ahí sin necesidad de la palabra. Me pasa, generalmente, que no escucho las dos cosas simultáneas; escucho la música y después la letra, y de la segunda me quedo con las cosas que me gustan, con lo que –siento yo– tiene la síntesis del mensaje. En aquel momento de mi niñez en la Chimba seguro ha sido “Mi Buenos Aires querido... cuando yo te vuelva a ver”, o eso de “el farolito de la calle en que nací”. A nosotros, los argentinos, nos ha costado y nos cuesta mucho identificarnos con lo propio; siempre pensamos que lo de afuera es mejor. Pero hay una cosa que es cierta, y lo dice la letra de una chacarera santiagueña: “Fue mucho mi penar / Andando lejos del pago/ Tanto correr/ Pa’ llegar a ningún lado/ Y estaba en donde nací/ Lo que buscaba por ahí”.

Ese es el lugar, el sentimiento, que consigue evocar la letra de “Mi Buenos Aires querido”.

Mi Buenos Aires querido (1934)

Música: Carlos Gardel
Letra: Alfredo Le Pera

Mi Buenos Aires querido,
cuando yo te vuelva a ver
no habrá más pena ni olvido.
El farolito de la calle en que nací
fue el centinela de mis promesas de amor,
bajo su inquieta lucecita yo la vi
a mi pebeta luminosa como un sol.
Hoy que la suerte quiere que te vuelva a ver,
ciudad porteña de mi único querer,
y oigo la queja de un bandoneón,
dentro del pecho pide rienda el corazón.
Mi Buenos Aires, tierra florida,
donde mi vida terminaré,
bajo tu amparo no hay desengaños,
vuelan los años, se olvida el dolor.
En caravana los recuerdos pasan,
como una estela dulce de emoción.
Quiero que sepas que al evocarte
se van las penas del corazón.
La ventanita de mis calles de arrabal
donde sonríe una muchacha en flor;
quiero de nuevo hoy volver a contemplar
aquellos ojos que acarician al mirar.
En la cortada más maleva una canción
dice su ruego de coraje y pasión;
una promesa y un suspirar
borró una lágrima de pena aquel cantar.
(Coro)
Mi Buenos Aires querido,
cuando yo te vuelva a ver
no habrá más pena ni olvido.

La letra que Torres cita al final es “Entré a mi pago sin golpear” (Chacarera doble) letra de Pablo Raúl Trullenque; música de Carlos Carabajal.

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