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Domingo, 10 de enero de 2010

FAN › UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA: MARCELO PEREA Y “LA HUMILDE”, DE CACHILO DíAZ Y OSCAR VALLES

El camino de Santiago

 Por Marcelo Perea

“La humilde” es mi canción preferida, la que más me marcó.

La había escuchado, obviamente, desde mi infancia, pero fue cuando escuché la versión de Atahualpa Yupanqui, precedida de las palabras que él mismo decía antes de tocarla, cuando se me quedó para siempre en el corazón.

Esto fue en Córdoba, en la época en que yo estudiaba en la Escuela de Artes de la Universidad Nacional, donde hice la Licenciatura en piano. Llegó hasta mis manos un casete, lo escuché y me agarró una fascinación absoluta: me conseguí toda la música y los libros de Don Ata. Yo estudiaba mucha música para conciertos, piano clásico, y Atahualpa desarrollaba todos esos valores de la música profunda a través del folklore –lo descubrí y ya no hubo vuelta atrás para mí...–. Se instaló en mí aquella frase “pinta tu aldea y serás universal” y nunca más largué el folklore de mi provincia, Santiago del Estero.

Las palabras de Atahualpa eran también música, como cuando suena su guitarra. Me abrió un universo, desde ese día de descubrimiento me enamoré para siempre de su música, de su concepto, de su magia, de su arte. Más tarde tuve el privilegio de charlar con él, los dos solos, una mañana completa, allá mismo, en Córdoba.

El había viajado a la provincia para presentar en el Instituto Goethe un video hecho en Alemania sobre él. Cuando salió me acerqué y le dije: “Yo quisiera hablar con usted”. Me miró, así como era el viejo, medio bravo, y me dijo: “Usted pretende mucho, muchacho”. Y se fue, pero averigüé en qué hotel paraba y me caí a la mañana temprano, cuando estaba desayunando con su esposa y su hijo. Y nos sentamos a charlar toda la mañana, de las formas de hacer música, del folklore y la política. Una frase de ese encuentro me marcó: “Mire, muchacho –me dijo–, lo veo muy orientado a usted, pero vamos a ver: el camino de ser famoso es más o menos fácil, cuestión de hacer dos o tres cosas, pero el de ser artista es difícil”. Me dejó marcado don Ata: con esa pregunta que me siguió para siempre, la de si estoy haciendo un camino de búsqueda artística. Y me enriqueció definitivamente.

En esa oportunidad tuve además ocasión de contarle de mi fascinación por su versión de “La humilde”, y dejé en sus manos un casete –era lo que se usaba en ese momento, esto habrá sido hace unos veinte años– en el que estaba una versión mía en piano. El me dijo que la iba a escuchar y me dio su dirección en París y en Buenos Aires, pero era tan grande el respeto que yo le tenía que nunca más me animé a verlo otra vez y preguntarle qué le había parecido.

Don Ata hace en su versión lo que más sabía: expresar “un mundo en cada sonido”, el valor impresionante del silencio, la profundidad en su guitarra, el sentido pleno en cada toque. El paisaje.

Y en la música de sus palabras, decía cosas referidas al autor, Cachilo Díaz. Se refería a su humildad, al motivo que originó la chacarera –fue la única que compuso, y lo hizo al morir su hermano–, a aquellos que sin saber leer ni escribir “llevan cultura en su sangre”, tomando palabras de Lorca. A Santiago del Estero. A las palabras de Ricardo Rojas: “Con cada viejo de más de ochenta años que se va para el silencio, es como si se quemara una biblioteca de cosas tradicionales... qué memoria hermosa tiene el hombre de campo”.

Y eso fue lo segundo que me identificó, que el autor era santiagueño, Cachilo Díaz, símbolo del santiagueño humilde, silencioso, sabio, talentoso. Lo escuché tocar en cuerdas de tripa –algo que se usaba en otra época y daba un sonido muy puro–, en grabaciones que quedaron en el Fondo Nacional de las Artes. Más tarde, junto con Cali Carabajal, que es un violero muy bueno, que tiene esa esencia, visitamos la casa de Cachilo Díaz. El ya no vivía, pero conocimos a su familia y nos acercamos al mundo de este músico que es un pilar de la música de Santiago.

Y esta chacarera es “la” chacarera, por excelencia, y me acompañó siempre. Con ella gané en Cosquín en 1988 y la toco siempre en mis recitales; la hice con muchos músicos. La grabé en mi primer disco, Homenaje a los maestros, y cuando la toco siento a Santiago, me siento mas santiagueño que nunca, y busco ese swing maravilloso, y también ese sonido profundo, y esa humildad, esa humildad al modo santiagueño.

En cuanto a Don Ata, que me la dio a conocer, lo volví a ver de viejito, pero seguía sin animarme a preguntarle. Más adelante me hice amigo de su hijo, el Coya, por quien supe que Don Ata seguro la había escuchado, y que incluso era probable que el casete en que se la di estuviera en su casa de Cerro Colorado. Pero sigo sin saber qué le pareció. A veces me imagino que puede haberle gustado, porque él buscaba mucha simpleza en la armonía, y una expresión, un mundo en cada sonido, y el silencio como música fundamental, que es lo que yo he tratado y trato de hacer con mi música.


El pianista, compositor y cantautor santiagueño Marcelo Perea, ex integrante de Los Carabajal, lanzó el año pasado su quinto disco solista, Salí. Su trabajo más reciente fue su producción artística y parte de los arreglos y pianos en el disco Corazón de pájaro, de Teresa Parodi. Este año participará nuevamente en Cosquín.

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Un joven Atahualpa, el intérprete por quien Perea conoció esta chacarera, y a quien luego trató en más de una oportunidad, como cuenta en esta página.
 
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