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Domingo, 21 de octubre de 2012

FAN › WALTER ALVAREZ Y “SOLDADOS PARAGUAYOS HERIDOS PRISIONEROS DE LA BATALLA DE YATAY”, DE CáNDIDO LóPEZ

UN FUSIL FAL QUE ME HABLABA

 Por Walter Alvarez

Siempre me gustó esta obra de Cándido López que se llama “Soldados paraguayos heridos prisioneros de la batalla de Yatay”. En verdad, toda su obra me gusta, pero ésta en especial me gusta por lo que cuenta su imagen: la anécdota de un momento. El artista pinta el descanso, lo pasivo, la derrota, los heridos, el lado B de la historia.

Paseando fue como llegué a conocer a este pintor argentino. Allá por 1997 yo comenzaba a pintar y a estudiar el arte argentino y tenía una novia que vivía en Palermo. Los sábados nos encontrábamos y, como yo venía de lejos, me quedaba hasta el domingo en Capital. Los domingos por la tarde salíamos a pasear y caminábamos horas. Teníamos nuestras paradas habituales: Plaza Francia, el Centro Cultural Recoleta y el Museo Nacional de Bellas Artes. Para mí, un muchacho de barrio del conurbano, era un paseo superserio, hasta grandilocuente, y me cautivaba enormemente. Ahí fue que llegué a Cándido López. Lo miraba siempre mucho tiempo. Hasta tocaba la obra (con mucho disimulo) para llegar... no sé... a vivir algo, para viajar por el túnel del tiempo a través de su obra.

El cuadro al óleo de Cándido es una composición apaisada, un interior lúgubre donde yacen los soldados y los únicos colores vivos son los rojos de sus uniformes. Por la puerta abierta se vislumbra una parte de un paisaje. Seguramente es un paisaje de campos verdes recubiertos de pólvora que flota. La escena me hace acordar a cuando estuve como conscripto y nos servían el mate cocido y decían en forma de grito: “¡¡Soldado, descanso!!”. Esa nostalgia de mirar lejos. Y tener entre mis manos un fusil FAL que me hablaba, pero era mudo. Me gusta cómo Cándido coloca los personajes en el espacio. Me gusta el motivo que elige. Elige retratar algo que vivió, algo tan dramático como la guerra, para transformarlo en un relato pintado al óleo.

Hace un tiempo, reviendo su biografía, observé que Cándido tuvo morada en Morón y dije: “¡Increíble! El mismo lugar donde pasé mi adolescencia, donde hice la primaria y los primeros años de secundario, donde compartí con amigos todo lo que allí sucedía”. Siento que tenemos algo más en común: un lazo narrativo y la idea de hacer algo dificultoso. Pintar batallas no era algo de lo que él pudiera vivir. Y entonces tenía que pintar naturaleza muerta, que era lo que primaba en ese momento, donde la burguesía compraba ese tipo de obra. A mí me gusta dibujar o escribir o pintar cosas muy singulares, viscerales. Fantasías, deseos, frustraciones. Hoy ya nada es novedad, con tanta información instantánea que flota todo el tiempo, en todo el mundo. Todo parece estar hecho. Pero creo que sobreviven todavía el misterio y la curiosidad.

Ser fan implica amar. Para poder vivir... hay que ser fan. Ser fan es leer una biografía de un artista y que se te quemen las tostadas sin darte cuenta. Todo tiene un tiempo y un destino. Cándido estaba por viajar a Europa para seguir estudiando pintura cuando estalló la guerra. Se enroló y esa experiencia lo llevó a pintar paisajes que no hubiera podido imaginar del otro lado del océano. En Curupaytí perdió una mano: lo que era una tragedia, lo obligó a aprender a dibujar con la otra mano y terminó haciendo cuadros que lo hicieron entrar en la historia de la pintura argentina. Yo creo que el hacer de un artista tiene que ver con la vocación y el afán. Y después el resto lo hace el trabajo y un destino asomando.

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