radar

Domingo, 18 de noviembre de 2012

FAN › UNA ACTRIZ ELIGE SU PELíCULA PREFERIDA: VALERIA LOIS Y ¿Y DóNDE ESTá EL PILOTO?

Quinta a fondo

 Por Valeria Lois

La mía es una familia de italianos y argentinos que se encontraron en la zona sur del Gran Buenos Aires, se casaron y tuvieron hijos. Mi tía (italiana) se casó con mi tío (argentino) y tuvieron a mis dos primas. Después, mi mamá (italiana y casi igual a mi tía) se casó con mi papá (argentino) y nos tuvieron a mi hermana y a mí. También hay tíos (italianos) que se casaron con sus mujeres (argentinas) y tuvieron a mis primos más chiquitos. Podría entonces hablarles de alguna peli donde Ana Magnani nos destroza con su interpretación o de Milagro en Milán u otra de Vittorio De Sica llamada Il giudizio universale, con Mastroianni haciendo de un chantún espectacular. Pero no, elegí ¿Y dónde está el piloto? Y créanme que tiene que ver con mi familia.

Toda mi parentela convivía durante todos los veranos de mi infancia, ya sea en Mar del Plata o en alguna quinta que alquilaba mi tío Mario, el papá de Andrea y Marisa, mis primas, genias, ídolas mías y de mi hermana.

Eran convivencias larguísimas, días y días juntos.

Y mi recuerdo de esos veranos es que los grandes se reían mucho. Apenas me distraía un momento ya estaban riéndose de algo nuevo. Había una predisposición a la joda que, vista ahora desde mi adultez, no deja de sorprenderme. Gente grande corriéndose por el parque de la quinta con un bombero loco. Cantando de viva voz canzonetas italianas, zambas, chacareras. Tirándose con dados, biromes y bollos de papel por una partida de generala en la que supuestamente había habido trampa. Gritándole cosas graciosas a mi mamá y mi tía que se armaban un circuito de aerobic preocupadas porque en la quinta “no paramos ni un segundo de comer” (circuito que interrumpían totalmente tentadas por las cosas que les gritaban).

En el ’81, Mario trajo a la quinta un proyector de Súper 8; veíamos películas en una pantalla o en la pared, no me acuerdo muy bien. Una de ellas fue ¿Y dónde está el piloto?

Yo tenía siete años y me quedaba dormida antes o en el mismo momento en que se apagaba la luz y empezaba la película. Por suerte volvían a proyectarla una y otra noche a pedido de mis primas, Andrea y Marisa, las genias totales, nuestras ídolas. A la mañana siguiente comentaban: “¿Y viste la parte que todos le pegan a la mujer?” y se reían “¿y viste cuando el tipo transpira y le salen chorros de agua?” más risas, “¿y el piloto automático?”, “¿y cuando le quita el suero a la chica?” y mi prima más grande imitaba la cara de la chica frunciendo los labios.

Lo primero que vi de ¿Y dónde está el piloto?, entonces, fue una imitación de mi prima mayor. No había visto la película pero era como si ya la hubiera visto. En algún momento se ve que logré mantenerme despierta y entonces vi, ahí mismo, en esa quinta, un poco de la película. Me reí, sí, del momento de la chica y el suero (aunque me parecía que mi prima lo actuaba mejor), me reí ante la aparición del “piloto automático” (aunque sospecho que para mí un piloto automático era eso, un muñeco que aparecía) y me reí de cachetazos, caídas, gritos y también me hice la adulta riéndome al ritmo de la risa de los mayores.

Después, ya adolescente, volví a verla y entendí. ¿Y dónde está el piloto? no era sólo una comedia, era una parodia de películas catástrofe, donde la historia era lo menos importante (la tripulación del avión se intoxica con algo y un ex piloto de guerra con pánico a volar que viaja en el avión lo termina piloteando y rescatando a todos), lo alucinante era ese continuado de gags de todo tipo, uno atrás de otro, desmedidos, absurdos, incorrectísimos, actuados con deliciosa seriedad, estúpidos y brillantes pero por sobre todas las cosas, insisto, incesantes.

Y hay algo más que tiene que ver con mi familia y esta elección...

Un verano en Mar del Plata paramos todos en un hotel del sindicato bancario. La primera tarde que volvíamos de la playa cargados con bolsos, sillas, heladera y miles de bártulos, mi mamá y mi tía subieron primeras al ascensor (ascensor automático de hotel de sindicato de Mar del Plata en los ’80). Los demás nos quedamos abajo.

El ascensor subió al segundo piso, donde nos hospedábamos, y volvió a bajar y cuando se abrió la puerta mi tía y mi mamá estaban adentro. Se reían. Nosotros al verlas también. No hubo intercambio, nadie dijo nada, sólo risas, el ascensor se volvió a cerrar con mi tía y mi mamá y sus bolsos adentro y se volvió a ir. Vimos que subía hasta el cuarto. Y volvía a bajar. Y al llegar a la planta baja la puerta se abre y vemos una pareja de viejitos que bajan del ascensor ignorando lo que pasa y mi tía apoyada en el espejo del ascensor agarrándose la panza mirando al piso riendo y mi mamá tapándose la cara para que los viejitos no la vean, riéndose también, haciéndonos un gesto con la mano izquierda como queriendo decir “ya está, ya está” y con la derecha apretando el botón del segundo piso y las puertas del ascensor se vuelven a cerrar y se las vuelve a llevar para arriba. Mi papá a esa altura lloraba de la risa (solía pasar y a mí me asustaba un poco).

No quiero extenderme mucho más pero quiero que sepan que el ascensor volvió a bajar con algunos bártulos menos, sin mi tía y con mi mamá diciendo “me pisho, me pisho” y volvió a subir y volvió a bajar vacío, pero con un charquito de pis.

La situación es real, así como la cuento. Uno piensa “¿no podía subir otro al ascensor y ayudarlas?”. Yo lo que creo es que los adultos de mi familia no estaban dispuestos a ahorrarse ni un segundo de diversión. Con tal de reírse llevaban hasta el final algunas situaciones que una lógica más práctica, y seria, hubiera resuelto en la primera bajada del ascensor.

¿Y dónde está el piloto? comparte eso con mi familia. Por eso me gusta tanto, a pesar de los años, de lo lenta que parece ahora, de la cantidad de comedias (no tan buenas) de ese estilo que se hicieron... a pesar de todo eso. Esas capas de humor, ese permanente bombardeo de chiste, chistín, chistonto, chistazo, a mí me mata, me gusta, me puede. Me lleva de nuevo a la malla mojada, a las canzonetas, a mis primas las genias jugando a la copa, a la risa de mi tío cuando el perro salía ladrando a perseguir al pobre heladero que se asomaba al portón de la quinta con la bicicleta.

Valeria Lois es la protagonista de La mujer puerca, de Santiago Loza, con dirección de Lisandro Rodríguez. Sábados, a las 21 y 22.30, en Elefante Club de Teatro, Guardia Vieja 4257. Entrada: $50.


¿Y dónde está el piloto? es una comedia estadounidense de 1980, producida y dirigida por Jim Abrahams, David Zucker y Jerry Zucker, protagonizada por Robert Hays, Julie Hagerty, Leslie Nielsen, Robert Stack, Lloyd Bridges, Peter Graves, Kareem Abdul-Jabbar y Lorna Patterson. Se trata de una parodia de los filmes del género cine catástrofe que estuvieron de moda a finales de la década de 1970, como Aeropuerto 75, pero especialmente toma Zero Hour! (1957), a la que se parodia casi palabra por palabra. La película tiene un hilo argumental breve, diseñado originalmente para 20 minutos, que sirve como vehículo para la introducción de chistes y gags. Muchos fans de la película la visualizan repetidamente en un intento de captar situaciones en las que no habían reparado previamente debido al elevado número de tomas, sonidos y diálogos solapados que contiene. En el año 2000, el American Film Institute la catalogó como la décima en su lista 100 Years... 100 Laughs de las cien películas más divertidas. Ese mismo año, los lectores de la revista Total Film la votaron como la segunda mejor comedia de todos los tiempos. También aparece en segundo lugar en la lista británica de Channel 4 a las 50 mejores películas de comedia, sólo superada por La vida de Brian del grupo Monty Python.

Compartir: 

Twitter

 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.