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Domingo, 21 de enero de 2007

SALí

Cine: cuatro actores en cartel

 Por Mariano Kairuz

Inmaduro profesional

Ben Stiller después de los cuarenta

¿Qué pasa con los miembros del llamado “Frat Pack”, esa cofradía de adolescentes eternos que tomaron por asalto la comedia hollywoodense provenientes de las huestes de Saturday Night Live o afines, cuando se acercan vertiginosamente a los 40 años? Lo que pasa es que empiezan a hacer películas sobre tipos tal vez demasiado inmaduros para enfrentar relaciones sentimentales serias, ni hablar del matrimonio o la paternidad (Owen Wilson y Vince Vaughn en Los rompebodas; Wilson y Matt Dillon en Tres es multitud; Vaughn, Luke Wilson y Will Ferrell en Aquellos viejos tiempos; Steve Carell en Virgen a los 40) o de obligaciones “profesionales” (Jack Black en Escuela de rock); o sobre todo eso y la familia, como en La familia de mi novia y su secuela, con Robert de Niro y... Ben Stiller. Criado en el showbusiness —al que pertenecían su madre, y su padre, el veterano Jerry Stiller, acá conocido como el padre de George Costanza en Seinfeld—, Ben tuvo su propia y fugaz serie de sketches a principios de los ’90, con algo más de 25 años, pero su entrada en el cine fue un poco más, si se quiere, “seria”: no se lo suele recordar por eso, pero BS dirigió Generación X en 1994 y, dos años después, una película de humor negro y un poco salvaje a la medida de Jim Carrey en El insoportable. Diez años más tarde —en el medio, protagonizó Loco por Mary y Zoolander, entre otros hits— la industria lo encuentra perfectamente consolidado, con sueldo millonario y cruzándose todavía con sus amigos de siempre en películas en común, pero apuntando cada vez más al “entretenimiento familiar”. En Una noche en el museo se junta con el director Shawn Levy (con el que Steve Martin hizo sus últimos, decadentísimos pasos de comedia) y con comediantes de distintas generaciones y procedencias: Robin Williams, Dick Van Dyke, ¡Mickey Rooney!, y los británicos Steve Coogan y Ricky Gervais (factótum de The Office). Una noche... lleva levantados 200 millones de dólares en EE.UU. Es que, así lo declara en entrevistas, BS —41 años recién cumplidos— acaba de ser padre por segunda vez. Ahora prepara la voz para Madagascar 2, y mientras tanto se mantiene joven con una breve aparición en Delirios de fama, de su amigo Jack Black...

Jack con sorpresa

Jack Black, entre la comedia absurda y el romance

Los estrenos casi simultáneos de El descanso: el amor no se toma vacaciones, Delirios de fama (Tenacious D) y, en video, Nacho libre, consiguen aplacar la sensación que produjo el enorme King Kong de Peter Jackson de que Jack Black se había convertido finalmente en otro de esos comediantes “consagrados” que empiezan a tomarse demasiado en serio a sí mismos. Es decir, como pasó con Jim Carrey (aunque no esté mal ni en The Truman Show ni en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, y probablemente tampoco en los próximos, cada vez más dramáticos proyectos que lo involucran). O, peor, con Adam Sandler, que pasó de hacer comedia graciosa, ligera y sensible en Como si fuera la primera vez a ponerse trágico y moralista en la insufrible ¡Click! Perdiendo el control. La única gran patinada de Black hasta ahora sólo fue su Carl Denham, el director de cine que interpreta en la saga del mono gigante, y que era lo peor de la película, lo más disonante, y ni siquiera suficientemente gracioso o autoconsciente como para considerarlo un comic relief, el desagote chistoso de un artefacto caro y más o menos serio. El anuncio de que sería la pareja romántica de Kate Winslet en El descanso solo podía confirmar los peores temores de sus seguidores: otro comediante saludablemente especializado en comedia-absurda perdido para siempre. Pero no, Black superpone proyectos más o menos disímiles: se reúne con su banda-en-broma, Tenacious D, hace de un monje y luchador de catch mexicano (en Nacho libre) y conquista a la chica del Titanic tal vez un poco mejor vestido que lo que solía aparecer antes en las películas improvisando canciones, haciendo voces e imitaciones, como siempre. En fin, se repite un poco, para bien y para mal, mientras la que explora el camino inverso —del drama a la comedia— es, justamente, su pareja en la ficción, Winslet.

Rosa inglesa

Una década después de Titanic, Kate Winslet da pasos de comedia

A diez años de Titanic, la carrera de Kate Winslet demostró ser inoxidable. Hubo momentos en los que prácticamente desapareció, pero sólo para revitalizarse y volver a brillar de golpe en otros. Esto es, solo en términos de star power: Winslet debe ser, a ojos de Hollywood, la chica que pudo pero no quiso. Antes de la película de James Cameron había tenido, por buen ojo (viene de familia de artistas) o por fortuna, el buen tino de protagonizar una película que además de reveladora resultó perfecta para su lucimiento —Criaturas celestiales— además de tres buenas versiones de clásicos literarios: Sensatez y sentimiento, Jude el oscuro y el Hamlet de Kenneth Branagh. Se perdió la première de la película del transatlántico para asistir al temprano funeral de un ex novio, pero en apenas unas cuantas semanas se había convertido, con Di Caprio, en la nueva gran “estrella joven y hot de Hollywood” (sus palabras). “Yo había perdido toda mi fe en la actuación. ¿Qué quieren decir con que soy hot? No soy hot. Tenía un culo grande. De hecho, todavía lo tengo grande” (KW, 2004). Entonces se esmeró en hacer lo que ella misma consideraría que era “afearse”, mientras le decía a la prensa que no pensaba bajar de peso para “conformarse a los ideales hollywoodenses”. En algún caso lo consiguió (hizo un desnudo especialmente poco atractivo en Iris, 2001, película por la que estuvo nominada al Oscar por tercera y hasta ahora penúltima vez) y en la reciente Todos los hombres del rey; pero siempre terminó viéndose de bastante linda (Letras prohibidas: la leyenda del marqués de Sade) a sencillamente hermosa (Holy Smoke; Eterno resplandor de una mente sin recuerdos). Ahora que está de vuelta con dos películas simultáneas, insiste: en Secretos íntimos es una madre y esposa frustrada a la que una voz en off describe como un poco alechonada, de cejas demasiado gruesas y algún otro detalle que viene a contraponerla a la raquítica, desahuciada y exasperantemente perfecta Jennifer Connelly. En El descanso hace comedia —no siempre le queda bien— sin corsé ni peluca, pero por alguna razón le toca quedarse con el tipo menos lindo, el gordo con personalidad —Jack Black—, mientras que el guión reserva para una también raquítica y desahuciada Cameron Díaz al galán sin onda, Jude Law.

Una cara bonita

Jude Law, el galán ubicuo

En el 2004, la revista People —que elabora permanentemente este tipo de rankings— le adjudicó a Jude Law el podio del “tipo más sexy del mundo”. Law suele quejarse de este tipo de cosas: lo que él quiere es que lo tomen en serio como actor. Y se esfuerza para ello: se rapó para hacer de asesino implacable en El camino a la perdición; estudió saxo para su papel en El talentoso señor Ripley y hasta se rompió una costilla en el rodaje de esta película, que le valió la primera de sus dos nominaciones al Oscar. Y que fue la primera de sus tres colaboraciones con el director Anthony Minghella: le siguieron Regreso a Cold Mountain y la que acaba de estrenarse esta semana: Violación de domicilio, con Juliette Binoche y Robin Wright Penn. Sin embargo, a pesar de los proyectos de peso y las nominaciones, el reconocimiento general le sigue siendo algo esquivo: el año pasado, en la entrega de los Oscar, el casi siempre crispado Sean Penn sintió que tenía que salir a defenderlo cuando el maestro de ceremonias Chris Rock preguntó, medio en broma, cómo es que este tal Jude Law estaba en tantas películas y proyectos de rodaje a la vez. Penn —que acababa de filmar con él Todos los hombres del rey, que se estrenó meses más tarde sin pena ni gloria y ahora aspira a resucitar en video— aclaró que se trataba de uno de “los mejores actores que tenemos”, dejando tan sólo la sensación de que la aclaración era necesaria.

En cuanto a la acumulación de películas, las apariciones y desapariciones de Law parecen funcionar así, por rachas, y de golpe está en cartel con tres películas nuevas. En la de Minghella hace de un arquitecto paisajista cuyo encuentro con una refugiada bosnia lo obliga a reevaluar su vida. En El descanso, desarrolla junto a Cameron Díaz la mitad más careta de un cruce de historias románticas que transcurren simultáneamente a ambos lados del Atlántico, ambos con mucho menos sentido del humor que la otra mitad (Kate Winslet-Jack Black) y más conciencia de su status de sex symbols, que se desviven por parecerse y parecernos sensibles. La próxima parada Law: Sleuth, Harold Pinter por Kenneth Branagh, en compañía del mejor actor jamás nacido en Londres, Michael Caine, a quien ya intentó, infructuosamente (Caine es único), seguirle los pasos con la remake de Alfie.

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