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Domingo, 8 de abril de 2007

SALí

Hoy: Al teatro

 Por Carolina Prieto

Danza al límite

La nueva y desafiante puesta de Diana Szeinblum.

El espacio interior como el lugar donde reside todo lo que no se pudo expresar durante una experiencia intensa, sea amorosa, emocional o sensitiva. Ese fue el punto de partida de Alaska, nuevo espectáculo de la bailarina y coreógrafa Diana Szeinblum, la misma que deslumbró con Secreto y Malibú y 34 metros y se convirtió en un referente central de la danza contemporánea. Formada en el Taller de Danza del Teatro San Martín (al que ingresó con apenas 15 años) y junto a maestros como Ana Itelman, la alemana Pina Bausch y Augusto Fernandes, las propuestas de esta notable artista de 42 años se caracterizan por una factura impecable en los distintos rubros, un rigor y una energía inusuales en los movimientos, además de una intensidad poética que captura al espectador. Y su reciente creación no escapa a esta tendencia. ¿El lugar? Un espacio muy amplio de la Ciudad Cultural Konex, cubierto por un tapete gris y enmarcado por paredes descascaradas que cobijan, al fondo, un grupo de palomas que aletean. Un marco despojado, algo glacial y áspero, limitado a la izquierda del escenario por los músicos Ulises Conti (en piano y consola con laptop) y Mariano Malamud (en viola) y, a la derecha, por una mesa con agua y café para el elenco. En el centro, en ese gran cuadrado totalmente vacío, cuatro superlativos bailarines protagonizan escenas extremas, que parecen llevarlos al límite de sus fuerzas.

Movimientos frenéticos, sincopados, ondulaciones, aleteos, saltos increíblemente atajados y frenados en el aire, como tratando de expulsar fuera del cuerpo estados de desesperación, desolación o angustia. Un clima que se sostiene durante una hora, pero se suaviza con otro tipo de gestos. En este sentido, los cuerpos que se articulan y ruedan con fluidez, las formas que una de las intérpretes dibuja con su cola y su espalda desnudas, la increíble percusión que un bailarín genera percutiendo una cuchara sobre su pecho y la escena del beso múltiple distienden casi por completo. Vale la pena visitar Alaska y saborear su ferocidad, antes de que gire por Nueva York, San Francisco y Miami.

Alaska. Viernes y sábados a las 23, en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131). Entradas a $18 y a $12 para estudiantes y jubilados, reservas al 4864-3200.

Spregelburd por dos

Docentes ladronas y una familia disfuncional.

Tras un lapso de cuatro años dedicados a traducir, a trabajar en el exterior y a reponer espectáculos, Rafael Spregelburd regresó con todo: estrenó dos obras en tono de comedia disparatada pero ambas con un trasfondo demoledor, montará Bloqueo (en mayo) y La paranoia (en junio) y, en el Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires, en septiembre próximo, muy posiblemente muestre un quinto espectáculo. Por ahora, la cita es en el Casal de Catalunya, una espléndida casona en San Telmo, centro cultural e imperdible restaurante. Allí, el joven y prolífico autor y director presenta sus nuevas criaturas: Lúcido y Acassuso, dos propuestas algo maratónicas (duran alrededor de dos horas) para reírse hasta el agotamiento y pensar bastante.

La primera se centra en una familia disfuncional: madre desquiciada, hijo embarcado en una extrañísima terapia, y hermana mayor que vuelve, en apariencia, a reclamar un riñón que habría donado años atrás a su hermano agonizante. Un marco cotidiano, desopilante y denso a la vez, se va poblando de sutiles indicios que cuestionan el carácter de realidad de la trama, a medida que los personajes se desenmascaran y entretejen un final impensado y desolador, que evidencia el poder de las construcciones mentales como modo de sobrellevar las experiencias más dolorosas. Acassuso se centra en una escuela marginal, epicentro de una fauna de maestras y autoridades desaforadas, madres de alumnos que necesitan tanto o más atención que sus hijos, envueltas en un enjambre de burocracia, violencia, timba y ausencia total de recursos y formación. El título de la pieza alude al famoso golpe al Banco Río, fuente de inspiración para las docentes para salir de la miseria. Aquí Spregelburd expone el lado más oscuro de la educación pública, que además llevará al cine este año junto a Gael García Bernal. Es que el actor mexicano vio un ensayo y quedó tan fascinado que quiere producirla.

Lúcido. Viernes y sábados a las 23, en el Casal de Catalunya, Sala Margarita Xirgu (Chacabuco 875, reservas al 4300-8817, entradas desde $ 15). Acassuso. Viernes y sábados a las 20, en el mismo lugar.

Este amor es azul

Un encuentro hecho de canciones e ironía.

Todo el espectáculo tiene un tono suavemente ridículo y grácil: una cantante con un vestido de nylon azul en forma de globo y un guitarrista con un pantalón también inflado, del mismo material y color, en el centro de un tapete limitado por flores e iluminado sutilmente por velas; acaso como sugiriendo que el repertorio que desgranarán tiene mucho de ironía, juego y hasta delicadeza.

Lo que sigue es un recorrido por un puñado de canciones que versionan con mucha libertad y acierto, y que convierten en breves estampas sobre el encuentro de dos personas. “Summertime” a ritmo de chacarera, “Material Girl” como una bossa, “In Between Days”, de The Cure, muy lenta y melancólica; “Sweet Dreams (are made of these)” de Eurythmics, y “Por siete vidas (Cacería)”, de Páez, se funden prodigiosamente en un quotlibet que entretejen sucesivamente y también a dúo los dos intérpretes. Con una voz interesante, por momentos casi susurrada y por otros bien intensa, la polifacética Marcela Consalvo (actriz, cantante y acróbata, fue una de las chicas de Vibra y Asul, dos juveniles montajes de Gerardo Hochman) y el músico Facundo López Burgos (guitarrista de Claudia Puyó, muy sólido y versátil en las cuerdas, además de tener buena voz) recrean en este viaje musical el despecho, la indiferencia, la seducción y la complicidad con buenas dosis de frescura y desenfado. Consalvo saca además provecho del movimiento —ondula brazos, quiebra hombros, juega con la espalda— y agrega toques de humor; como lo hace la asistente en escena, una chica vestida de negro que de a ratos se suma al baile, enciende velas o mira con complicidad las tiernas ridiculeces que cuecen los protagonistas. En suma, una agradable experiencia antes de sumergirse en el fragor de la semana, como para salir cantando, suspendido en aires azulados.

Enhorabuena! Los domingos a las 19, en Puerta Roja (Lavalle 3636), entradas desde $ 10.

Sin palabras

Seis actores que se comunican sólo con gestos.

Teatro ciento por ciento gestual. Seis hombres de traje gris, alineados frente a los espectadores, se comunican mediante sonidos y diálogos que para el público resultan ininteligibles. Apenas ciertas palabras o partes de frases suenan con más claridad. En cambio, despliegan con nitidez, mucha creatividad y tremendo manejo de matices un abanico de estados emocionales y corporales sin despegarse uno del otro, ni del suelo. Risas, complicidades, figuras con el humo del cigarrillo, burbujas de jabón, empujones, codazos y agresiones de toda índole surgen casi caprichosamente, como si se tratara de un juego infantil. Pequeños gestos, insinuaciones pero también exasperaciones de todo tipo. Una masa compacta que carece aparentemente de todo sentido; lo único que une a sus integrantes es la cercanía y el intento cada vez más evidente de expulsar a uno de sus miembros. Así, la inocencia que por momentos baña al sexteto, la ternura del intruso y la violencia —que estalla cuando se quiebra una ilusión que acaso comparten— brotan sin palabras pero con un minucioso trabajo de composición que acentúa el absurdo. Cada actor da vida a un personaje muy peculiar del que no se sabe nada más que esos detalles corporales y gestuales que capturan la atención, y juntos componen un friso de sinsentido que lo tiñe todo, la unión y el rechazo. Responsable de la adaptación y de la dirección, Carolina Adamovsky, una talentosa actriz que ya dirigieron Daulte, Drut y Szchumacher y que integra el grupo La noche en vela, a cargo del cordobés Paco Jiménez, se inspiró en un breve relato de Kafka, titulado Comunidad, para concretar este pequeño y muy cuidado espectáculo que no cae en la ilustración del texto. Por el contrario, lo alumbra con destellos de familiaridad y sorpresa.

Comunidad. Viernes a las 23.30, en Espacio Callejón (Humahuaca 3759), reservas al 4862-1167 y entradas a $ 15.

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