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Domingo, 20 de diciembre de 2009

SALí

A conocer pasajes de buenos aires

 Por alfredo jaramillo

París-Buenos Aires

La Ciudad Luz en el pasaje Rivarola

Además de una postal de la torre Eiffel, de entre todas las imágenes estereotipadas que alguien que jamás conoció París pueda tener sobre la capital francesa, con seguridad habrá alguna que se parezca al pasaje Rivarola. Ubicado en el barrio de San Nicolás, en esa zona donde ya se anticipa la atmósfera neoclásica de las construcciones de la zona de Congreso, el pasaje parte en dos la manzana recortada por las calles Perón, Uruguay, Talcahuano y Bartolomé Mitre.

La “francesidad” de su arquitectura no es fruto de una asociación libre en las mentes de los flanêurs porteños: el pasaje Rivarola fue construido en 1924 por los arquitectos Cruz y Peterson-Thiele a imagen y semejanza de un pasaje idéntico levantado originalmente en París. En el caso del gemelo rioplatense, su construcción fue ordenada por la compañía de seguros La Rural, motivo por el que llevó el nombre de la empresa hasta 1957. En ese año se decidió un cambio de nombre que actualmente rinde homenaje a Rodolfo Rivarola, uno de los últimos exponentes de la generación del 80, fundador de la Facultad de Filosofía y Letras, y admirador de las ideas del positivista francés Alfred Fouillée.

Acaso el ideal de perfección que guiaba las ideas de Rivarola haya sido reflejado, un poco casualmente, en el exagerado cálculo con el que fue construido. Siguiendo un típico modelo de espejo, las dos fachadas enfrentadas son simétricas en todos sus puntos. Los edificios tienen cinco pisos y ocupan todo el largo que va entre Perón y Mitre. Uno de los elementos más llamativos es un enorme reloj que da a la calle, similar al de las viejas estaciones de tren, que en este caso señala la presencia de una antigua relojería llamada “La Chacarita de los relojes”, un punto de interés para coleccionistas que llegan de todo el mundo en busca de rarezas.

Dos cúpulas abovedadas coronan la entrada por Bartolomé Mitre y, pese a estar en una de las zonas de tránsito más calientes de la ciudad, no es frecuente ver el paso de automovilistas, razón por la que todavía es dable disfrutar de uno de esos lugares que fundaron el mito de Buenos Aires como la París sudamericana.

El pasaje Rivarola tiene entrada en Bartolomé Mitre al 1300 y salida por Perón a igual altura.

El Ciclón en su laberinto

Viviendas azulgrana en el barrio Butteler

En uno de los costados del monolito central de la plaza Enrique Santos Discépolo, hay una lista de más de veinte nombres escritos en marcador azul, encabezados por una frase que en este borde en el que Boedo limita con Parque Patricios y Parque Chacabuco, a cuatro cuadras de la vieja cancha de San Lorenzo, resuena de manera particular: La Butteler.

No es extraño que una fracción de la parcialidad azulgrana haya decidido marcar su territorio en uno de los símbolos del barrio homónimo, a tres cuadras de donde, según cuentan los vecinos, hace una parada la hinchada en la previa a los partidos de local. Lo que sí resulta poco conocido es que la barra brava del Ciclón haya tomado su nombre del apellido de una dama filantrópica que, en 1907, donó los terrenos para que los urbanistas de principios de siglo construyeran una utopía arquitectónica destinada a dar techo a los obreros de la zona.

Con el nombre de Azucena Butteler se identifica desde 1911 a una calle que, en realidad, es el conjunto de cuatro diagonales que desembocan en la plaza Discépolo. No debe tomarse como error que sean justamente cuatro (y no una) las calles designadas bajo un solo apellido: el pasaje Butteler es un ensayo urbanístico que, comenzando en la esquina de Zelarrayán y Avenida La Plata, reúne bajo una única numeración a cuatro pasajes flanqueados por murales que tematizan la mitología tanguera. Claro que las paredes no sólo hablan de tango: en la fachada de una de las casas frente a la plaza, al lado de la puerta y como dando la bienvenida, está dibujado en rojo y azul el escudo del Casla.

Son pocas las casas que conservan su aspecto original, seriado, propio de las viviendas sociales. Las edificaciones homogéneas dejaron lugar a otras que son un resultado ecléctico de la cruza entre ladrillo a la vista y dúplex con terrazas. La mixtura de estilos no ha ocasionado, sin embargo, una depreciación en la popularidad que tiene el barrio Butteler entre sus propios habitantes: “Acá es como un oasis”, afirma uno de los vecinos, mientras relata que durante el fin de semana la plaza desborda de chicos que juegan como si no existiera otro mundo más allá de los límites del barrio.

El pasaje Butteler está en el barrio de Boedo. Se puede acceder por cualquiera de las cuatro esquinas que rodean a la manzana que empieza en Avenida La Plata y Zelarrayán.

El patio del Manco Paz

Escenografías de película en Colegiales

Cuatro camiones de carga estacionados sobre la calle Ciudad de la Paz al 500 indican a los transeúntes que algo inusual sucede en esta zona residencial del barrio de Colegiales. Inusual, claro, para quien ocasionalmente pase por ahí y no advierta o tenga en su mapa mental que, atravesando un imponente pórtico semicircular, se encuentra el pasaje General Paz, acaso uno de los más bellos y complejos de Buenos Aires, escenario habitual (como en esta ocasión) de escenas televisivas y cortos publicitarios.

Se entiende entonces que, traspuesto el arco de más de cinco metros de altura que señala la entrada, no parezca extraño que el largo patio del pasaje, dividido de manera invisible por cuatro puentes que lo cruzan transversalmente, esté poblado por grandes faroles de iluminación, una mesa de catering, bailarines practicando coreografías y largos cordeles cubiertos de ropa limpia colgados de baranda a baranda. En el tercer y último piso del pasaje, dos actrices de rasgos asiáticos se asoman y sonríen a cámara a mitad con un aire bastante más dócil del que, según informan luego, caracteriza a las publicidades de jabón en polvo. Pero como comenta uno de los técnicos, la publicidad “es para afuera”, a pesar de que esté desarrollándose en un lugar que transporta a los paseantes a la Buenos Aires de principios de siglo.

Diseñado por el ingeniero Pedro Vinent, propietario del terreno, el pasaje General Paz fue construido en 1925 como una enorme galería rectangular, con tres pisos de departamentos que dan a un patio interior repleto de árboles y canteros. Cada uno de los niveles está rodeado por una baranda que bien puede remitir a un tipo de arquitectura más orientada a la sociabilidad de los habitantes, que a la tendencia contemporánea a dividir y aislar los espacios sociales bajo el signo de la privacidad.

El pasaje, que atraviesa la manzana y desemboca en la calle Zapata, toma su nombre del mismísimo General Paz, famoso por sus victorias militares contra los realistas españoles, pero sobre todo por haber quedado herido del brazo derecho en la batalla de Ayohuma, después de la cual empezó a ser llamado El Manco.

El pasaje General Paz está en el barrio de Colegiales. Tiene entrada en Ciudad de la Paz 561 y salida por Zapata 552.

La calle de los locos

El viejo Palermo en el pasaje Roberto Arlt

Antes de que Palermo se convirtiera en un desfiladero de tiendas de diseño pegadas una a la otra —hace mucho tiempo, a principios de siglo—, existía la posibilidad de que uno recorriera el barrio y se encontrara, por ejemplo, con altísimos edificios de tres pisos llamados “villas”, donde la clase adinerada porteña se afincaba a medida que la ciudad se expandía del centro hacia afuera.

Así fue como se construyó en 1906, sobre el 1900 de la calle Gurruchaga, Villa Alvear, una fila de casas con techos a dos aguas que remite a un estilo cuasi victoriano que difícilmente pueda hallarse todavía en pie en otro lugar de Buenos Aires. Por entonces no había casas lindantes ni viviendas que le sacaran el cetro de la más alta del barrio. Hasta que, en 1910, un ingeniero que ocupaba un alto cargo en la empresa de ferrocarriles ingleses compró el terreno de al lado, abriendo el camino para lo que hoy es conocido como el pasaje Roberto Arlt.

El nombre del autor de El juguete rabioso tiene mucho que ver con el del empresario inglés: Arlt se casó con su nieta, Elizabeth Shine, y se mudaron a una de las viviendas que dan al frente de la calle Gurruchaga, uno de cuyos muros sirve de entrada al pasaje. En la actualidad, la casa tiene un aspecto de abandono fantasmal. Los vecinos de la zona indican que en el jardín delantero vive un hombre con muchos perros que habla mucho y está loco.

El pasaje es un corredor de tres metros de ancho que penetra hasta mitad de manzana. Las ramas de un árbol tapan la entrada y hacen difícil que se perciba desde la calle la existencia de una callejuela que termina, como dicen los franceses, en un cul de sac o callejón sin salida. En el viejo pasaje donde se puede imaginar a Roberto Arlt caminando con la cabeza hecha un incendio, ahora hay dos productoras de cine y publicidad, tres viviendas particulares de estilos disímiles (una de las cuales mantiene intacto su techo de tejas), y una parra monstruosa que sale del patio de la casa del escritor y se extiende sin límites hacia el final del pasaje.

El pasaje Roberto Arlt está en Gurruchaga 1957, barrio de Palermo.

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