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Domingo, 12 de noviembre de 2006

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Cuatro viajes

 Por Diego Fischerman

La música del azar

Sting viaja al Renacimiento inglés con las canciones de Dowland

Un fan en su camarín con un extraño instrumento, un archilaúd, y un improvisado concierto con música de Bach. Un regalo de un amigo, otro archilaúd, con el dibujo de un laberinto en su roseta central. El laberinto que el propio Sting tiene en su jardín y que, según él, recorre diariamente. Las canciones de John Dowland, el músico isabelino por excelencia que, sin embargo, nunca logró entrar al servicio de la reina, primero escuchadas en un viejo disco de Peter Pears con Julian Bream y luego aprendidas y cantadas junto al fan del archilaúd, Edin Karamazov, convertido en amigo (o en hermano, vaya a saberse). Y, como para rubricar el relato à la Paul Auster que Sting desgrana en las notas de su último disco, una confesión. Karamazov, cuando ya el extraño proyecto de hacer las extraordinarias y melancólicas canciones de Dowland junto a Sting estaba concretado, le dijo: “Nosotros nos conocimos mucho antes”. El laudista trabajaba en un circo, tocando junto a un grupo adaptaciones de piezas clásicas mientras los acróbatas hacían lo suyo, y Sting quiso contratarlo para animar su fiesta de cumpleaños. La respuesta de Karamazov fue: “Somos músicos serios y no monitos de circo que van a correr a humillarse porque se lo pide una estrella del rock”. Songs from the Labyrinth es el resultado de esa aventura. Karamazov es hoy uno de los mejores laudistas del mundo y Sting canta estas canciones como nadie lo hizo desde el 1600, cuando los laúdes colgaban de las paredes de las barberías para que los clientes se entretuvieran cantando y tocando durante la espera. El viaje al Renacimiento inglés de quien alguna vez fue cabeza de serie de la new wave tiene, por otro lado, efectos paradójicos. Pasado un primer momento de rechazo –la costumbre pide voces educadas, como la del tenor Paul Agnew–, las canciones empiezan a respirar una calidez y una comunicatividad nunca escuchadas en este repertorio. Y terminan sonando, muchas veces –sobre todo cuando Sting canta todas las voces, sobregrabación mediante–, como tantas canciones de rock inglés, inspiradas voluntaria o involuntariamente en quien fue uno de los más grandes compositores de la historia.

Sting. Songs from the Labyrinth (Deutsche Grammophon)

Canto a mí mismo

El excelente nuevo disco de Caetano Veloso

La producción de Caetano Veloso, desde la temprana imbricación de pop inglés y norteamericano con folklores brasileños –en Caetano Veloso, de 1968– hasta proyectos cultísimos como Livro, revisitas al kitsch, a lo Manuel Puig, como en Fina estampa, pasando por las versiones de temas de los Beatles, por el concretismo y por diversas aproximaciones a la vanguardia, es de una vastedad y una riqueza únicas. Todo Caetano, la caja de 40 CDs que agrupa su discografía, es, en ese sentido, una señal. Más allá de cuestiones de mercado, hay allí una idea de que cada uno de esos recorridos estéticos debe ser visto –escuchado– como un capítulo de una obra mayor. No es lo mismo, en todo caso, escuchar Tropicália que oírla como parte de una serie que incluye, entre otras cosas, Transa, Etrangeiro, Circuladô y Tropicália 2. Este sentido de obra compuesta por obras se refrenda con Cê, el extraordinario último disco donde Caetano viaja a sí mismo, a su pasado y a un modelo de canción –el de “Coraçâo vagabundo” o “Atrás do trio elétrico”, por ejemplo– con el que construyó los cimientos de ese recorrido. Literalmente detrás (o a un lado) de un trío eléctrico conformado por Pedro Sá en guitarra, Ricardo Dias Gomes en bajo y piano Rhodes y Marcelo Callado en batería, en Cê, su mejor disco en mucho tiempo, hay una carnalidad y un despojo de artificios que ponen en primer plano la propia arquitectura de las canciones y la singular relación de tensión que Caetano establece –continuación de João Gilberto por otros medios– entre la voz y el acompañamiento. Entre todo, “Minhas lagrimas” destaca como una obra maestra. Sin embargo, no es la única.

Caetano Veloso. Cê (Universal)

Africa mía

Un cuarteto integrado por un trío de jazz y un fotógrafo

African Flashback es el tercer bellísimo disco/objeto (a precio de un disco doble común, sin embargo) de un cuarteto bastante atípico. Allí, el cuarto integrante no toca ningún instrumento musical. Precedido por Carnet de routes (1995) y Suite africaine (1999), en todos ellos el elenco se anuncia de la siguiente manera: Aldo Romano en batería (en African Flashback agrega guitarra), Louis Sclavis en clarinete bajo y saxo soprano, Henri Texier en contrabajo y Guy Le Querrec en Leica. Y los tres discos se produjeron de manera similar. Romano, Sclavis y Texier, tres de los músicos más trascendentes del jazz actual, viajaban por Africa, tocaban, escuchaban, interactuaban y aprendían, y Le Querrec sacaba fotos. El resultado era una especie de re-creación de ese viaje, sin citas textuales y en clave de la mayor de las libertades musicales. Romano es uno de los grandes continuadores de la línea polirrítmica de la batería, inaugurada por Roy Haynes y Elvin Jones, Henri Texier está entre los contrabajistas que otorgó a su instrumento un rango protagónico y Sclavis es, en muchos aspectos, el “inventor del clarinete bajo”, como lo llamó la revista Jazzman, publicada por Le Monde de la Musique. Juntos, en un territorio que surge del free jazz de la década de 1970, pero le da infinitas vueltas de tuerca, producen una de las músicas más originales y creativas que puedan imaginarse. Variedad de texturas, juego con las densidades, virtuosismo –aunque jamás arbitrario–, imaginación en los solos y un verdadero muestrario de invención rítmica. En un momento en que el jazz estadounidense suele parecerse cada vez más a sí mismo y sus sucesivas caricaturas, este trío renueva la vieja apuesta por una música nueva. En el hermoso libro que forma parte de este álbum galardonado con el Choc de Jazzman, las ffff de Telérama, la Selection Fip y Les Victoires du jazz 2006, el cuarto elemento aporta la clásica fascinación francesa por lo extranjero, en riguroso blanco y negro y jugando, él también, con las luces y las sombras.

Romano, Sclavis, Texier y Le Querrec. African Flashback (Label Bleu)

El río sin orillas

Las extraordinarias grabaciones instrumentales de la orquesta liderada por Francini-Pontier

Leroy Anderson era uno de esos compositores sólo imaginables en un lugar como Estados Unidos, donde la búsqueda de novedades podía ser la contracara de una industria del entretenimiento en expansión permanente. Entre esos experimentos no siempre exentos de grasitud, su “Pops” Concert Orchestra grabó, en 1951, “Blue Tango” y la pieza –un tango con blue notes, en realidad– se convirtió en el primer disco instrumental en vender más de un millón de copias. El viaje de ida y vuelta se completó el 20 de febrero de 1952 cuando, en la lejana Buenos Aires, la obra fue grabada por la orquesta que tal vez mejor haya encarnado la idea de modernidad y de tango para ser escuchado (aunque todavía se bailara): la dirigida por el genial violinista Enrique Mario Francini y el pianista Armando Pontier. La Serie Archivo RCA publicó dos volúmenes dedicados a las grabaciones instrumentales de esta orquesta. El segundo, que abarca el período 1952-1955, es fantástico por varios motivos. Está ese “Blue tango” un poco exótico. Pero también están las primeras versiones grabadas alguna vez de dos de los mejores tangos de Piazzolla, cuando empezaba a componer de una manera diferente de la norma, pero aún no se había reinventado como bopper del género, con su octeto y, más tarde, con el quinteto. Uno es “Contratiempo”, que ese mismo año fue registrado también por Troilo y por José Basso. El otro es una de las obras mayores de Piazzolla y permanecería en su repertorio a lo largo de varias versiones, “Lo que vendrá”. La grabación de Francini-Pontier es de 1954 –Piazzolla lo grabaría recién en 1956, con orquesta de cuerdas, y Troilo realizaría una versión notable en 1957– y, más allá de lo premonitorio, esta interpretación logra unir el debussysmo incipiente de quien peregrinaría a París ese mismo año con un impulso rítmico y una calidad en la interpretación (el solo –o la variación, como corresponde en el tango– de Francini es memorable) difícil de igualar.

Francini-Pontier. Instrumental Vol. 2 (RCA).

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