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Domingo, 24 de enero de 2010

TEATRO › MIKE AMIGORENA HACE LA NOCHE ANTES DE LOS BOSQUES, DE KOLTèS

Lloremos en el bosque

Después del Martín Fierro por Los exitosos Pell$, Mike Amigorena no se quedó en el confort y llevó el éxito a un terreno de riesgo: interpretar en un unipersonal la obra de Bernard-Marie Koltès, un autor de culto cuya vida y cuyas piezas teatrales están pobladas de seres azotados por la búsqueda de amor y comunicación, y su irremediable fracaso.

 Por Juan Pablo Bertazza

Lo que vuelve indispensable a una necesidad es que, cuanto más se nos niega, mayor es el riesgo al que nos exponemos en el afán de satisfacerla. Cuando a un hombre se le cierran los puentes básicos, sólo le queda ir en busca de precipicios que, poco a poco, irán destruyéndolo en su intento desesperado de comunicarse. “Cuando me voy de algún sitio, siempre tengo la impresión de dejar algo más parecido a mi casa que el lugar a donde voy a llegar; y cuando de nuevo te empujen a patadas en el culo, allá donde vayas, serás todavía más extranjero y así sin interrupción: sos cada vez más extranjero, estás cada vez menos en tu casa y, cuando te das vuelta, siempre, siempre es el desierto”, dice con notable lucidez el único personaje de La noche justo antes de los bosques (1977), obra de Bernard– Marie Koltès que marcó un verdadero antes y después en su carrera: además de ser la primera pieza de la cual autorizó su representación, fue el puntapié inicial de una estilística marcada a fuego por soliloquios y monólogos recontracargados de valor poético, cuyo mayor exponente es En la soledad de los campos de algodón (1985), su obra más célebre y, en cierta forma, continuación de La noche antes de los bosques.

Un extranjero atormentado increpa, una noche de lluvia, con la ropa y la cabeza mojadas, a un hombre que dobla la esquina. Para pedirle una habitación, para hablar, para sentirse escuchado, para mantenerse en contacto, con el motor encendido; es decir, para tender un puente. Un extranjero al que los franceses discriminan, incluso, por su costumbre de lavarse la pija después de mear (“¿Cómo puede tener sed la pija de alguien?”, comentan). Un extranjero que se desvivirá buscando mantener la atención de ese interlocutor tácito y oculto a partir de una ilación impresionante de confesiones, recuerdos y anécdotas propias y ajenas que siempre parecen tener en común, justamente, la búsqueda de los puentes: “Uno no puede quedarse, sin moverse, en plena mitad de un puente”, dice el personaje poco antes de llegar a la conclusión de que existen treinta y un puentes sin contar los canales, poco antes de soltar traumáticas anécdotas de prostitutas y suicidas: una mujer que fue al cementerio (puente entre la vida y la muerte) para tragar la mayor cantidad de tierra posible de las tumbas. O un confuso encuentro suyo en un puente, con una mujer que nunca le dijo su nombre, que nunca volvió y que él asocia desde entonces con la figura materna, esa primera patria que “te muestra un sistema nervioso y después te abandona”.

La noche antes de los bosques, con dirección de Alejandra Ciurlanti –quien puso también en escena Los padres terribles de Jean Cocteau y Casa de muñecas de Ibsen en el San Martín, además de dirigir programas como Los machos y El tiempo no para–, encontró al actor indicado para encarnar a ese extranjero. O tal vez sea exactamente al revés y haya que decir que fue el actor quien encontró su obra perfecta. Ya desde la extrañeza de su propio nombre y una versatilidad –en los gestos, pero sobre todo en la voz– poco frecuente, Mike Amigorena tomó el éxito por asalto en Los exitosos Pell$, programa que le valió un Martín Fierro a la mejor actuación masculina, y lo llevó a un terreno de riesgo que decidió profundizar metiéndose de lleno con un auténtico hermoso y maldito de la talla de Koltès, un heredero digno del linaje de Rimbaud que cuenta con el privilegio póstumo de ser el dramaturgo francés más representado en el mundo, y que empezó a ser tomado en serio luego de morir de sida en 1989, a los 41 años; un viajero incansable que cumplió todos los pasos del itinerario del artista maldito: vivir en los márgenes para morir justo en el centro; tensar las cuerdas vocales hasta terminar hablando solo.

Y así como la diferencia entre un monólogo y un soliloquio radica en que en el primero alguien que habla solo se está dirigiendo, en verdad, a otra persona, la representación de esta obra abre un espectro coral en el que, a partir de una sola voz, se invoca, por un lado, a esa voz ausente del que aparentemente escucha y, por el otro, a la de los espectadores, incluidos a partir de la disposición circular del escenario, que permite ver la obra tanto de atrás como de adelante, y de esa metáfora de los cien mil espejos que miran, y a los que, según se dice en la pieza, es necesario darles la espalda. Como todo buen unipersonal, La noche antes de los bosques es el campo ideal para que Mike Amigorena despliegue su polifacetismo: dicción tan extraña como interesante, completo manejo del cuerpo (que incluye desde simples gestualidades hasta una coreografía digna de El Lago de los Cisnes, pasando por recurrentes caídas al piso) y la puesta en práctica de su habilidad como cantante (es la voz principal de la banda Ambulancia), entonando un himno desesperado a la madre –a lo primigenio, a la patria, a la naturaleza– en el clímax de la obra, mientras los espectadores se atragantan con un texto escrito que va dando vueltas y vueltas –como el mismo vagabundeo de los extranjeros literales y simbólicos– y que, entre otras cosas, repite hasta la conmoción una de las líneas más hermosas con la que Koltès –ese permanente extranjero que vivió y murió en su ley– define a quienes no logran hacer coincidir patria con lugar de residencia: “Nadie nunca sabrá quién amó a quién”.

La noche antes de los bosques se representa

viernes y sábados a las 23 y domingos a las 21 en la Sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza, con entradas desde $ 50.

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