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Domingo, 12 de abril de 2015

VALE DECIR

NO TAN QUERIDA LUCY

Ya nadie ama a Lucy en su Celoron natal, aquella pequeña villa en el condado Chautauqua donde esta intuitiva humorista naciera en 1911, y pasara buena parte de sus años mozos. Empero, vale la aclaración: no es a la rutilante Lucille Ball a quien los locales le han jurado desprecio eterno sino a su estatua conmemorativa que, de 2009 a la fecha, no sólo no le hace justicia: aterroriza al pueblo entero con sus vacantes ojos de bronce. “Parece un extra de The Walking Dead”, aducen algunos. “Luce como un monstruo ¡No parece humana! Y por las noches, se ve aún más terrorífica”, dice uno de los vecinos del sitio. El mismo que, aunque no da su nombre, batalla a diario para que el engendro sea removido. De hecho, con tales fines, en las últimas semanas ha creado We Love Lucy! Get Rid of this Statue, un grupo de campaña facebookiana que busca instalar el tema y lograr una representación más... feliz. “Lucille Ball fue una de las más talentosas, bellas y graciosas mujeres que han aparecido en televisión. Mi único objetivo es que su escultura en su pueblo natal le haga justicia”, dicta el acta de objetivos del mentado sitio.

Y aunque el gobernador de Celoron, Scott Schrecengost, recoge el guante, explica que no se hará cargo de resolver la turbación generada por tamaña obra de arte. Después de todo, reemplazar la cabeza costaría entre 8 mil y 10 dólares y, según sus declaraciones, “no puede usarse el dinero de los impuestos en ello; no cuando hay otros asuntos de urgencia que requieren de los fondos”. Por fortuna, el artista que creó a la Lucy-no Lucy, David Poulin, ha reconocido que la infame pieza “es, por lejos, mi escultura más inquietante”. Y aunque no ganó ni ganará un peso por el controvertido trabajo, promete volver a poner manos en la masa creativa y, como gesto de respeto y cariño, arreglar a Ball. “Fue una mala decisión haberla exhibido; nunca debí sacarla de mi taller”, ha sido el mea culpa de quien –buen juicio mediante– reparará a la criatura. Empezando por esos dientes. Ay, esos dientes... Ninguna gracia; ¡puro horror!

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