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Domingo, 4 de diciembre de 2005

VALE DECIR

El país que nunca jamás

Una guía turística de un país... que no existe.

A principios de los ‘70, los recién casados Tony y Maureen Wheeler viajaron por tierra desde Inglaterra hasta Australia vía Asia. De ese viaje surgió una guía turística que fue un best-seller. Del siguiente, por el sudeste asiático, una de las guías más populares de todos los tiempos, incluido el presente. Desde entonces, las Lonely Planet comenzaron a abultar cada vez más las mochilas de los jóvenes europeos, y hoy la empresa de Tony cuenta con cientos de empleados, un canal de TV, una revista online y oficinas en varios países.

La expresión lonely planet proviene de una canción de Joe Cocker y Leon Russel, Space Captain, donde se habla de “lovely planet”, pero Tony escuchaba “lonely” (solitario) y así quedó. Por este tipo de caprichos simpáticos, y porque están bien escritas y suelen tener más de una posta para comer, dormir o salir, las Lonely Planet se convirtieron en la Biblia de las guías, y hoy son una plaga. Basta con que la Lonely Planet presente un lugar maravilloso, no vilipendiado aun por el turismo de masas, para que las hordas de mochileros lo invadan. Un planet así no tiene nada de lonely, ni menos de lovely.

Molvanîa - Un país no tocado por la odontología moderna muestra en su tapa un hombre de dentadura lamentable y es la merecida parodia de las guías tipo Lonely Planet, sus lectores y el esnobismo finisecular del turismo en su conjunto. Presentada y diseñada como una guía de verdad, o sea de un país de verdad, la guía de esta pequeña república sin salida al mar “al este de Rumania y viento abajo de Chernobil”, que se enorgullece de contar con “el reactor nuclear más antiguo de Europa”, se toma a la chacota, ítem por ítem, el coolto mochilerista a lo raro y desconocido. Empieza con “Cómo llegar allí”, un clásico: “La mayor parte de la gente llega a Molvania por aire y por accidente”.

Como corresponde, la guía tiene una sección de historia (en el 863 el país se convirtió al cristianismo con la llegada del misionero St. Parthag, “pero volvió al paganismo no bien los abandonó al año siguiente”) y una sección culinaria (“A los molvaneses les encanta comer afuera, preferentemente en Francia o Alemania”), a la vez que nos anoticia de economía (se exporta heroína de baja gradación y escupideras), deporte (la odontología pública es uno de ellos) y salud (“por la presión errática del agua... se recomienda no usar bidet”).

Las guías sensibles vienen con una sección para que los viajeros aprendan el idioma de los nativos, lo cual siempre termina dificultando aún más las comunicaciones. También la de Molvania, que nos explica en la sección correspondiente que el molvanés cuenta con cuatro géneros: masculino, femenino, neutro y “un sustantivo colectivo para quesos”. El idioma abusa de la triple negación: “¿Puedo tomar agua?” se dice literalmente “¿No es que el agua es no no intomable?”. Entre las “expresiones comunes” que el viajero debe conocer está “Togurfga trakij sdonchskia?” (¿Qué le pasó a tus dientes?) y entre las “poco frecuentes”, “Krokystrokiskiaskya”: “Nos vemos pronto de nuevo”. Para saludar a alguien es de buena educación decir: “No dispare”.

Cuidada hasta en los más nimios detalles (si quiere saber más sobre Molvania,

visite www.molvania.com) y con sorpresas por todas partes (debajo de la foto de un equipo de fútbol se lee “Interblag F.C, también conocidos como Los Invencibles, poco antes de perder la semifinal de 1995” y debajo de cierta planicie amarillenta: “Las grandes llanuras, declaradas por la Unesco como patrimonio universal por ser un lugar de significativa monotonía”), la guía remata con los próximos títulos, que incluyen “Viva San Sombrer”, y con la lista de sus colaboradores (Philippe Miseree, el principal, cuyo credo es que para “realmente experimentar un país hay que pasar frío y estar incómodo”).

Molvania, definido por el trío de autores australianos Gleisner, Cilauro y Sitch como “un chiste que se nos fue de las manos”, ya fue traducido alitaliano y al alemán, y tiene una continuación: Phaic Tan, el país que se precia de ser “la cuna de la diarrea del viajero”. El éxito fue tan notorio que hasta la Lonely Planet reaccionó, y en la web ya se puede leer su guía de Backpakhistan: “Corrientes de aguas cristalinas, altas montañas cubiertas de nieve y algunas de las mejores caminatas del mundo pueden ser encontradas en Nueva Zelanda. Aquí en Backpakhistan todo es polución soviética, miedo totalitario y tapetes realmente muy, muy baratos”.

Vigilarte

Son más que conocidas las intenciones artísticas del emprendimiento en Puerto Madero: los edificios son construidos por algunos arquitectos internacionales de moda, varios artistas locales trabajan en los diseños de veredas y paseos, el Museo Fortabat amenaza con abrir un día de éstos, y se anuncia con bombos y platillos un inminente “Art District”. En medio de tanto amor al arte, desde hace una semana, esa zona portuaria viene siendo sede de la última edición de Estudio Abierto, el evento organizado por el gobierno de la ciudad cuyo leitmotiv es “inundar de arte la ciudad”. Pero todo esto eso no impide que el barrio tenga sus encontronazos con el arte que tanto aprecia.

Imbuido en la temática (y en los vaivenes del mercado inmobiliario de la zona), el artista plástico Leandro Torres ideó M2, una intervención que recreaba una inmobiliaria al mejor estilo europeo que inundó con sus vistosas “ofertas” la zona más pujante de la ciudad. El artista perimetró cinco parcelas de un metro cuadrado de la zona y colocó carteles fieles al estilo inmobiliario del Primer Mundo que puntualizaban los precios del terreno. Las zonas elegidas por el artista fueron la Escuela Superior La Cárcova, la zona que rodea el Hotel Hilton, la salida del Puente de la Mujer y la plazoleta frente al Hotel Faena. “City of Puerto Madero. 3500 U$S el metro cuadrado”, decía la intervención que custodiaba el hotel. (Vale aclarar que los números no tenían nada de ficticio: no hacían más que revelar los valores que se cotizan en la zona.) La intervención incluyó la instalación de un showroom y una performance del artista como promotor que realizaba encuestas de satisfacción (siempre satisfactorias) entre el público paseante. Y si bien estaba previsto que todo se extendiera durante los diez días que duraba Estudio Abierto (que cierra hoy), sólo se sostuvo por dos: según Torres, resulta que la Corporación Puerto Madero que regentea la zona (y que había aprobado la realización del proyecto) decidió súbitamente levantar la obra. Al parecer, a la Corporación, que también maneja el Hotel, no le gustó el chiste y pidió que retiraran los carteles de su vista.

Interrogado por Radar, Torres explicó: “En una intervención el lugar lo elige el artista y lo hace justamente para dialogar críticamente con los edificios y los espacios del entorno. Uno de los lugares que elegí fue precisamente el frente del Hotel Faena. Y, bueno, parece que lo leyeron y no quisieron dialogar más. En fin...”

3964: un fulbo sin sorpresas

Según un e-mail que viene circulando vertiginosamente en estos últimos días, “adivinar quién iba a ser el campeón mundial en el 2002 era realmente fácil”. Las pruebas, desplegadas en el siempre un poco enervante Power Point, son matemáticas.

* Brasil había ganado por última vez en 1994. La vez anterior había sido en 1970, y 1970 + 1994 = 3964.

* Argentina salió campeón por última vez en 1986; la última vez había sido en 1978, y 1978 + 1986 = 3964.

* Alemania se llevó la copa por última vez en 1990, y la ocasión anterior había sido en 1974. 1990 + 1974 = 3964.

* Siguiendo está lógica, para saber quién ganaría en el 2002 sólo había que fijarse en quién se había llevado la Copa en 1962, ya que 3964 - 2002 = 1962. Y el mundial de 1962 también lo ganó Brasil.

* Ahora, para anticipar el ganador del Mundial de Berlín el año próximo, todo lo que habría que hacer es restarle 2006 a 3964. Eso da 1958, es decir, el año del Mundial de Suecia, en el cual se llevó la Copa, una vez más, el seleccionado brasileño.

Vamos de paseo en un auto feo

Los nuevo city-tours extravagantes para turistas intrepidos.

Si el tour piquetero y el villa-tour empiezan a ser moneda corriente entre las promos de turismo alternativo, “L’ tour pulsional Baires otra” va por más, mucho más. ¿O qué decir de pasear por Buenos Aires a bordo de un coche fúnebre o una infartante limousine? ¿Y si se viaja asistido por una troupe de actrices políglotas, listas para descubrir a sus pasajeros las más disímiles re-creaciones de una Buenos Aires verdaderamente profunda?

El emprendimiento, un salvaje cóctel de teatro, artes visuales y turismo, ya tiene cinco recorridos previstos, nocturnos y diurnos, e ideados a modos de saga:

1 Un circuito milonguero-dark: Bar “El Chino”, disco Réquiem, Parakultural y noche gótica en Arlequines.

2 Una “ruta de arte periférico”: la fábrica recuperada del IMPA, unas esculturas de “Lalengua lacaniana”, el taller-estudio de un escultor ferroviario y gran final en el estudio de radio “La Colifata” del Hospital Borda.

3 Un paseo por “la zona de diseño de vanguardia” palermitano: Cañitas, Palermo Soho, canales y productoras de TV de Palermo Hollywood y teatros off de Abasto Bronx.

4 Un recorrido por los “espacios tropicales y bailanteros” de Almagro, Once y Constitución: La Salsera, Metrópolis, El Chancho con Pelo en Pecho y Por qué no Tropical.

5 La opción más inquietante: un recorrido “por los exilios personales de la memoria de un porteño cualquiera” para vislumbrar tragedias urbanas recientes como la de la AMIA, la Embajada de Israel y Cromañón.

La imaginería pulsional no tiene límite: en un futuro no muy lejano ampliará su oferta a un circuito “Histórico temporal 1973-1983” (con escalas en los ex centros clandestinos de detención –ESMA, El Olimpo–); una visita guiada por la casa de una familia aristocrática argentina; tours “mini-naciones” que recorrerán los barrios bolivianos, chinos, irlandeses y franceses de la ciudad, y hasta un tour “superhéroes”, pensado como retorno a la tierna infancia.

La fase “work in progress” del proyecto fue un éxito rotundo. ¿Las víctimas? Un grupo de franceses y alemanes alojados en el hotel Boquitas Pintadas. El costo: apenas 20 dólares por cabeza extranjera y 45 pesitos la nativa. Ah, las unidades de paseo estarán dotadas de webcams que permitirán seguir la experiencia desde un website en tiempo real y desde cualquier lugar del planeta. Eso sí, para terminar de poner a punto el proyecto se necesitan sponsors. Los interesados no tienen más que escribir a [email protected]

El calamar y su tinta

El museo virtual de la menstruación

Entre 1994 y 1998 tuvo una dirección física en Washington DC, más específicamente en la casa particular de su creador, el norteamericano Harry Finley. Pero Finley se cansó de tener su hogar lleno de cosas y de gente y decidió mudarse a la web. Miles y ya no cientos son los que desde entonces visitan el MUM: el primer y único museo de la menstruación del mundo. Por qué fue justo un hombre quien asumió la inaudita tarea de ocuparse del asunto es algo que Finley se explica con pragmatismo incontestable: “Porque, hasta donde yo sé, no lo hizo antes ninguna mujer”.

El museo de este curioso diseñador gráfico se aloja en www.mum.org, supo ser comentado en todo tipo de medios y ganó varios premios de Internet, como el que otorga la Britannica Internet Guide y el de Lycos. A pesar de que no se trata precisamente de un dechado de buen diseño y de que los links proliferan de forma selvática, el museo está bastante bien organizado por tópicos y secciones. Hay de todo: un paseo virtual por lo que fue la exposición en la casa de Finley, ilustraciones contando la historia de tampones, cintos, bidets portátiles y dispensers de toallitas para baños públicos, secciones dedicadas a dispositivos obsoletos o no muy corrientes (sprays, esponjas, copas menstruales, toallitas lavables), a los medios (publicidades, poesía, arte, bibliografías) y a la religión (ante todo la “purificación” judía), así como apartados sobre el olor o la vergüenza.

Navegando por sus páginas encontramos las chozas hawaianas donde eran obligadas a recluirse las mujeres durante el período, un inquietante extractor de menstruo y un homenaje a los ocho gatos de Finley (“¿Te parece extraño? Ey, hice un museo de la menstruación...”) Otros recovecos interesantes son la sección de chistes (a juzgar por el material, el mejor sigue siendo el clásico “¿Qué usan los elefantes de tampones? Ovejas”), un glosario internacional de eufemismos (“Andrés, el que viene una vez por mes”; “La inquilina comunista”; “Montando el pony de algodón”) y dos secciones públicas: en una se trata de contar historias verídicas sobre el uso de copas menstruales y en la otra la pregunta es “¿Dejarías de menstruar si pudieras?” Algunas respuestas son dignas de mención: “¡De una! Soy una striper y le temo al demonio mensual”; “no, porque mis ciclos impredecibles hacen mi vida más interesante”; “sí, DETESTO mi período. ¿Se escuchó?”; “no, es como un tiempo muerto, una vacación desvergonzada del quehacer cotidiano para pensar, sentir y mirar capítulos repetidos de ‘Sex and the City’; “sí, definitivamente. No me importa si es ‘natural’, ‘femenino’ o lo que sea. Duele.”; “no, amo sangrar. Sin broma. Me entristece saber que un día no voy a sangrar más”; “sí, lo único bueno de tener la regla es que podés maldecir a los otros y funciona”; “no, lo mejor para evitar los dolores menstruales es tener un orgasmo”.

Hace ya más de un lustro que Finley busca un lugar público que se ofrezca a exhibir los 4000 objetos de su colección. Entre sus condiciones están: que el museo tenga suficiente espacio como para albergar una choza hawaiana, que en el café se sirvan tortas alemanas y que las instalaciones del mismo no correspondan a las de la casa de un anciano soltero, como Finley.

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