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Domingo, 13 de enero de 2002

VALE DECIR

La vida es 1 moneda
En una nota publicada el domingo pasado en el New York Times con motivo del auspicioso comienzo del euro, el firmante Tom Zeller recuerda que los viajeros yanquis en el Viejo Continente solían burlarse de los variados billetes nacionales por “sus colores brillantes, sus diversos tamaños y sus diseños dadaístas” que tanto los asemejaban a los del Monopolio (o El Estanciero, para el caso). La cuestión es que, desde el martes 1º de enero, la diversidad de colores y medidas, y en buena medida la gracia del dinero europeo, se ha licuado en la nueva moneda que debe atender imparcialmente la necesidad de representar a toda la CE. Pero, como era de esperarse, ya se han hecho oír innumerables quejas al respecto. En el sitio web www.banknotes.com, el coleccionista Audrius Tomonis reconoce la “profesionalidad” del nuevo diseño, pero lamenta que “hayan desaparecido todos esos hermosos papeles europeos”. David Standish, autor del libro El arte del dinero (una historia del diseño del papel moneda) califica al fenómeno unificador del euro como “un caso más en el cual lo que se impone es el denominador común más bajo; es como ir a un restaurante cinco estrellas y que hayan retirado del menú todos los platos menos uno”. Al parecer, el diseño de la moneda común fue un dolor de cabeza para todos los involucrados, ya que los billetes no debían incluir rostros ni retratar lugares reconocibles de ningún país específico, mientras que las imágenes debían prevalecer sobre las palabras; el “tema-motivo” encargado originalmente por el Banco Central Europeo era algo tan vago como “Las Edades y los Estilos de Europa”. Fue un diseñador austríaco, Robert Kalina, quien sugirió usar las imágenes de puentes y ventanas por su valor simbólico, idea que se impuso y por la que hoy muchos extrañan los girasoles de los billetes holandeses y la figura del Principito en los francos franceses. Standish opina que esto probablemente sea un anticipo del futuro hiperglobalizado, con un “amero” y eventualmente un “worldo” (“mundialo”), “que no podrá tener ningún tipo de imagen porque habrá que cuidarse de no ofender a nadie”.

LA CAJITA VENGADORA
José Bové, el campesino francés, voz de los globalifóbicos y enemigo Nº 1 de McDonald’s, acaba de publicar un libro titulado El Mundo no está en venta: los granjeros contra la comida basura, donde lanza sus dardos contra los alimentos modificados genéticamente, proceso al que llama “la técnica de la tiranía”. En una entrevista que concedió recientemente a medios norteamericanos, aclaró que lo suyo no es “antinorteamericanismo” en sí, sino que eso no es más que la idea que se hacen los yanquis de puros paranoicos, ya que “se toman toda crítica sobre una cuestión en particular como una crítica global contra el país y su pueblo: hay un impulso a justificar y defender todo sin darse cuenta de que es a través del debate que la gente se hace entender”. Ante la pregunta de si alguna vez en su vida probó un Big Mac, Bové se limita a decir que no es el tipo de comida que le gusta, pero que sabe de qué están hechas las hamburguesas y que es algo que no tiene nada que ver con lo que él considera comida. Pero lo más notable del reportaje fue cuando se le informó que, en Francia, Mc Donald’s acababa de adjudicarse los derechos para incluir las figuras de Asterix, Obelix y compañía en cada Cajita Feliz. Bové, que ha sido comparado con el héroe galo por sus esfuerzos antiimperialistas y, fundamentalmente, por su gran mostacho, respondió –escuetamente, como siempre– con un: “Bueno, no creo que lo hayan hecho por accidente”. Al parecer, a la hamburguesera multinacional ahora la asesora el César.


Don Vito, Don Gato, Don Johnson
El sábado pasado, la versión virtual del diario Clarín anunciaba con bombos y platillos su nota de tapa: un ensayo “sobre el imperio y la tecnología versus la religiosidad de los excluidos”, escrito después de los atentados del 11 de septiembre y firmado por el escritor norteamericano Don DeLillo. O eso es lo que suponía, porque lo que en realidad se anunciaba era: “ESCRIBE DON DEDILLO”. Pero eso no es todo: en la siguiente pantalla –doble click mediante– figura, más enigmáticamente aún, como El ensayo del dedillo (sic). ¿Se habrá tratado todo esto, tras el cierre definitivo de Anteojito, de una primera incursión en las letras del célebre proctólogo de Trulalá?


P.D. Un domingo sabático
Hablando del suplemento cultural de Clarín, resulta curioso que el mismo diario que lo publica se empecine en publicar autoavisos que anuncian que viene “todos los domingos con Clarín”. ¿Nadie se habrá enterado que desde hace más de un mes el suplemento sale los sábados?

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