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Domingo, 4 de julio de 2010

VALE DECIR

La odisea del Ulises gato

La fidelidad suele ser proverbialmente canina. Los gatos, a la hora de los refranes, tienen otra fama. Al fin y al cabo eran dioses en el Antiguo Egipto, hace miles de años, y al día de hoy no lo han olvidado.

La señora Ravila Hairova, de Uzbekistán, decidió mudarse a Rusia. Resolvió dejar al gato con los vecinos porque, según el diario británico The Sun, estaba convencida de que su mascota Karim no sería capaz de adaptarse a un nuevo hogar. También creía que, con sus nueve años, el gato se vería muy afectado por el viaje en tren.

Hairova y su familia hicieron las valijas y empacaron todo, menos la silla favorita de Karim, su plato de comida y sus almohadones, que se los dejaron para que no los extrañara. Llegaron a la ciudad de Liska, en Rusia, y se instalaron. Cuando llamaron a sus antiguos vecinos para ver cómo andaba el gato, supieron la noticia: Karim había desaparecido.

Siguieron llamando cada semana para ver si había novedades, pero nunca se volvió a saber nada del gato. Pasaron dos años y todos lo dieron por perdido, una anécdota triste de la mudanza.

Pero un día, yendo al mercado, Ravila se encontró un gato en el camino y cuenta que el animalito parecía estar esperándola: “Cuando me acerqué, vi que era Karim; estaba delgado, en muy malas condiciones, pero era él”.

La pregunta obvia es si se tratará del mismo gato. Lev Kondratyev, el marido de Ravila, dice que lo identifican por varias marcas en su cuerpo, incluida una cicatriz en la cola de cuando tuvo un accidente. “Parece que se gastó casi todas sus siete vidas en llegar hasta nosotros, pero es él”, concluye Lev.

Karim viajó tres mil kilómetros, cruzó tres fronteras para reencontrarse con sus dueños. No le alcanzó quedarse con su silla favorita y con sus almohadones; él necesitaba a sus humanos. Para ser un animal al que todos creen tan falto de lealtades, no está mal.

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