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Domingo, 10 de octubre de 2010

VALE DECIR

La insoportable fragilidad de los humanos

Zhao Jidong cuidó de Angya durante más de veinte años, dándole de comer y entrenándola. Ella, por su parte, siempre fue un alma gentil y nunca hubo quejas acerca de su carácter; se llevaba bien con Zhao y disfrutaba de su compañía.

Alcanzó un instante para tirar esos veinte años por la ventana. El malhumor, dicen algunos, quizá se debió al largo viaje, quizá fueron las demasiadas funciones para un público que siempre quiere más. En su jaula, en un arrebato temperamental, Angya se desquitó con su cuidador.

Lo encontraron muerto y cubierto de césped. Ella, una elefanta de tres metros de alto, lo acariciaba lentamente con la trompa; la misma que, según determinó la autopsia, fue la causa del deceso al golpearlo en el pecho.

Esto sucedió, según cuenta ChinaDaily.com, cuando volvían de realizar una función. La elefanta hacía trucos con pelotas de fútbol y de básquet; en estas salidas, al viajar en camión, Zhao prefería compartir la jaula de Angya.

Fue ella la que lo cubrió de césped, seguramente cuando se dio cuenta de lo que había hecho. La encontraron sumida en sus remordimientos, tocando el cuerpo de Zhao con su trompa, como pidiendo disculpas. Así como dicen que los perros piensan que los humanos son simplemente perros grandes, quizás Angya se olvidó –y eso que un elefante nunca olvida– de que su entrenador era tan inconcebiblemente frágil.

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