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Domingo, 10 de abril de 2011

VALE DECIR

No todas las chicas necesitan un pony

Regina Mayer, a pesar de que vive en una granja, no consiguió que sus padres le compraran un caballo. Entonces decidió que iba a conformarse con lo que había: hace dos años, cuando nació la ternerita que llamaron Luna, comenzó el entrenamiento.

Al principio eran simples caminatas por el bosque durante las cuales Luna ya llevaba su brida: así Regina la fue acostumbrando de a poco al contacto humano y a la parafernalia de montar.

Cuando Luna cumplió seis meses, Regina se subió para ver cómo reaccionaría la vaca ante un jinete. “Se portaba muy bien y caminaba con normalidad”, contó la muchacha a Associated Press. “Pero después de un par de metros, ¡no quiso saber nada!”

Anne Wiltafsky, una entrenadora de vacas, ayudó a Regina cuando tuvo algunos problemas para dirigir su montura. Cuenta que las vacas solían usarse para cabalgar y que son grandes compañeras: no dan problemas, tienen nervios de acero y son “increíblemente devotas” a quienes les gustan.

Luna y Regina comparten todas las tardes; Regina –que ahora tiene 15 años– vuelve del colegio para peinar a Luna, acariciarla, y luego realizar una rutina de saltos para terminar con una cabalgata de una hora. Los vecinos ya se acostumbraron a la insólita visión. Las únicas que no lo comprenden son las demás vacas, que la aíslan, muertas de celos y de envidia porque Luna se animó a ser distinta.

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