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Domingo, 10 de marzo de 2013

VALE DECIR

Hasta que la muerte los una

En China, los muertos también se casan. Si están solteros, claro. Bajo el nombre de Minghun o “Matrimonio después de la muerte”, la tradición se practica especialmente en el norte del país, en provincias donde a las familias les inquieta que sus hijos hayan perdido la vida antes de decir “Sí, quiero”. La macabra tradición encuentra, entonces, a dos cadáveres, celebra sus nupcias y finiquita con una noche de bodas bajo tierra, enterrando a la feliz pareja junta.

La popular costumbre rural, dicen los eruditos, tiene sus raíces en el culto chino a los antepasados, según el cual las personas continúan existiendo después de la muerte y quienes las sobreviven tienen la obligación de atender a sus necesidades (o arriesgarse a las consecuencias). Este imaginario se completa con la creencia de que una vida soltera es una vida incompleta y, aun en el más allá, no haber encontrado la media naranja garantiza la infelicidad. En resumidas cuentas, si el ritual persiste (y es habitual en provincias como Shaanxi, en la meseta del Loes, en Fujian o, inclusive, Taiwan) es porque la soltería trae desgracias y hay que asegurar la alegría en la ultratumba.

No obstante, la “solución” a la soltería más allá de la muerte tiene sus irregularidades. Aun cuando los matrimonios suelen ser acordados entre las familias, hay quienes han visto un negocio rentable en hacer de cupidos o celestinas y, en ocasiones, se ha encontrado que grupos de malhechores roban cadáveres de mujeres que fueron empleadas de limpieza y luego los venden a altos precios. De acuerdo con varios medios chinos, incluido el Xian Evening News, uno de estos casos ocurrió en Shaanxi, donde cuatro hombres fueron detenidos y condenados a una pena de entre 28 y 32 meses de prisión por aprovechar la tradición de las bodas fantasma de manera delictiva. Se estima que, gracias a la venta de diez cadáveres de señoritas, los truhanes habrían ganado alrededor de 40 mil dólares. Como modesto consuelo para los novios forzosos, puede decirse que a ellos, al menos, la boda no les costó un mango.

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