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Domingo, 19 de octubre de 2003

PáGINA 3

Termodinámica del matricidio

Honrarás a tu padre y a tu madre.
Quinto Mandamiento

POR LEONARDO MOLEDO

Puesto que madre hay una sola, no puede existir un matricida serial. Al menos si uno se atiene a la definición de los diccionarios: “Matricidio: matar a la propia madre”, una sentencia que indignó (y sigue indignando) a los filósofos pluralistas. Arguyen éstos que lo mismo vale para cualquier conjunto de objetos que respondan al bien conocido principio de buena ordenación (todo conjunto de números naturales tiene primer elemento); así, matar al primer maestro o maestra, o a la primera persona que uno ve al salir de su casa un día de lluvia, gozan de parecidos privilegios de unicidad. Es difícil saber si los acompaña la razón, porque el matricidio tiene su especificidad, su je ne sais pas quoi de cosa única y metafísicamente pregnante, ya que de alguna manera significa la rebelión, la anulación del origen, la negación –por vía de la ejecución sumaria– de la propia mortalidad, en tanto nacer y morir parecen ser actividades complementarias.
Naturalmente, ninguna de estas arduas disquisiciones vale para las madres sustitutas, las madres de alquiler o las madres adoptivas, y plantearán sin duda enigmas de difícil resolución a los filósofos del futuro. ¿Puede ser matricida alguien gestado gracias a los beneficios de la clonación?
Pero además, y esto es lo más grave, el matricidio viola el segundo principio de la termodinámica, que asegura que la entropía aumenta inexorablemente y fija la desdichada flecha del tiempo en una sola dirección. La conocida “paradoja del matricidio”, en efecto, impide lógicamente los viajes en el tiempo, dado que cualquiera que regresara al pasado y matara a su madre antes de que lo diera a luz, alteraría el sagrado credo de la causalidad y además daría lugar a una contradicción: ¿cómo puede haber nacido si en realidad no nació? El matricidio implica una contradicción lógica y es absolutamente incompatible con el viaje temporal. Si el matricidio es posible, no puede haber viajes en el tiempo. Pero la posibilidad del viaje en el tiempo se resiste a morir, y se comprende. Al fin de cuentas se trata de un viejo anhelo que alimenta toneladas de literatura –ese gran sustituto de la vida– y que la reemplaza con tanta eficacia. Por ello no son pocos los filósofos que especularon con que el matricidio fuera imposible, permitiendo el viaje temporal. En efecto, si hubiera barreras físicas o trascendentales que impidieran el matricidio, como las que impiden una velocidad mayor que la de la luz, ya tendríamos legiones de visitantes del futuro que viajaron hacia el pasado y hoy andarían paseándose por la calle, sin violar el segundo principio de la termodinámica.
Sin embargo, hay quienes se oponen al viaje temporal, ya sea por razones políticas o teológicas. El pastor alemán Weissemüller, en su inhallable y posiblemente apócrifo Sobre el asesinato de la propia madre y la estructura del mundo, intentó demostrar con rigor científico la posibilidad del matricidio (y por lo tanto la imposibilidad del viaje al pasado) y para ello recurrió al eterno recurso de los espíritus débiles: la empiria. Fría y crudamente exhibió la historia de matricidas famosos: Alcmeón, Orestes, Nerón.
Alcmeón, hijo primogénito de Anfiarao y Erifile, soberanos de Argos y quizás de Micenas, a la que Homero llamó “la Dorada”, participó de la famosa expedición contra Tebas. Al regresar triunfante, se entera de que su madre Erifile ha sido sobornada y que tanto él como su padre (que sabía que moriría en la contienda, como efectivamente ocurrió) se han visto obligados a luchar tan sólo para satisfacer la codicia de su madre. Alcmeón consulta al oráculo de Delfos, que le informa que Erifile debe morir. Alcmeón la mata, pero Erifile le lanza una maldición: “Tierras deGrecia y Asia y todo el mundo: negad asilo a mi asesino”. Inmediatamente las Erinias (esos seres demoníacos que protegen el Derecho materno, para el cual el matricidio es el más grave e imperdonable de los crímenes) se le vienen encima a Alcmeón y lo persiguen día y noche, hasta producirle lo que hoy se diagnosticaría como una psicosis aguda.
En cambio Orestes, con la complicidad de su hermana Electra, mata a su madre Clitemnestra para vengar el asesinato de su padre Agamenón llevado a cabo por Clitemnestra y su amante Egisto, que retozaban muy contentos mientras Agamenón se deslomaba haciendo la guerra de Troya, peleándose con Aquiles y dándole letra a Homero para la Ilíada.
Hasta cierto punto, la historia de Orestes se parece a la de Hamlet, aunque con algunas salvedades. Claudio, el amante/esposo de Gertrudis, madre de Hamlet, ha matado a Hamlet senior (aunque no con la complicidad al menos explícita de Gertrudis, si bien ella en algún momento deja entender que estaba más enterada “de lo que conviene a un alma inocente”). Otra diferencia casi sustancial es que Hamlet no mata realmente a su madre en la escena de violencia que protagonizan, aunque casi: clava su espada en Polonio, que estaba oculto tras una cortina. El desplazamiento lo convierte en un cuasi matricida. (Siguiendo un poco con Shakespeare, es interesante notar que Macduff, en Macbeth, no podría haber sido matricida, ya que “no había sido dado a luz por mujer”.)
El caso de Nerón es distinto, y la verdad es que si uno tiene en cuenta las cosas que pasó en su juventud casi lo justifica, o por lo menos lo comprende. Cuando apenas tenía 20 años, su madre Agripina, al darse cuenta de que era imposible controlarlo, decidió seducirlo. Poco a poco, en banquetes y orgías y gracias al licor, según cuenta Suetonio, Agripina fue acercando a su hijo a su propio lecho hasta consumar el incesto. La relación siguió durante bastante tiempo, y Nerón, aunque disfrutaba, se sentía atrapado por la situación en la que lo había metido su madre. ¿No era para matarla? Una vez emperador, pues, la hizo ejecutar.
Naturalmente, ni Orestes ni Alcmeón prueban acabadamente la posibilidad del matricidio, ya que aunque gozan de la fuerza potente de la leyenda, esa clase de fábulas no puede probar nada científicamente. Pero el caso de Nerón es diferente, ya que goza de los dudosos beneficios de la realidad. Y hay que reconocer que es rotundo y exuda la brutalidad del experimento. Nerón demuestra de manera definitiva e irrefutable que el matricidio es posible, que el viaje al pasado no es posible, que la paradoja del matricidio sigue en pie y que por lo tanto vale plenamente la causalidad y todo es regido por el segundo principio de la termodinámica, en virtud del cual el universo se irá transformando paulatina e irreversiblemente en calor hasta que se evaporen las últimas estrellas y todo se encamine alegremente hacia la nada.

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