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Domingo, 6 de junio de 2004

PáGINA 3

La flor de su secreto

Por Marta Dillon

Ella tiene su propia teoría, tan llana como su encanto, que prende lucecitas de colores como lo exige el escenario, pero lucecitas que jamás de los jamases simularán brillo de gemas: soy lo que soy, dice el revoleo de sus plumas sin temor a la frase hecha –todo en ella está hecho– porque la jactancia de quien ha amasado su identidad y su destino a fuerza de torcer el que le había sido dado es la gracia de Florencia de la V –así, con el apellido de su elección castrado judicialmente por una perra que lo único que hizo para tenerlo en exclusiva es heredarlo. Y la de cualquier travesti, se podría decir, sólo que ella no es víctima de su elección ni está atrapada en esquina alguna ni se somete regularmente a la identificación policial según su documento de origen; en su boca no desovan oscuros clientes de quince minutos. Florencia de la V es una sex symbol y tiene una teoría para explicar un porqué que anduvo de boca en boca como si cierto grado de incredulidad frente al “fenómeno” fuera necesario para seguir manteniendo las apariencias.
“El problema es el achongamiento de las mujeres”, dice ella, aunque la palabra problema sea discordante, ya que según ella es lo que le permite ocupar el lugar que ocupa. Las mujeres han perdido la feminidad que a ella le sobra. Y no lo dice cualquiera, lo dice Teté Coustarot, símbolo de elegancia, refinamiento y hasta buen tino. Porque un cuerpo de mujer, o mejor, un cuerpo de sex symbol, lo tiene cualquiera que cuente con el dinero suficiente para comprarlo. Y son muchas las que lo hicieron: perfectas armaduras puestas por encima de sus partes, capaces incluso, en la fantasía popular, de amortiguar golpes, maltratos y caídas espectaculares, de convertir a quienes la portan en seres indestructibles y hasta amenazantes como las mismas travestis que se paran en las esquinas pero son capaces de cagarte a piñas. Pero mientras ellas se transformaban en travestis que resisten al tiempo y la celulitits a fuerza de lipoescultura –mal que no padecen los nacidos varones, nos guste o no–, Florencia miraba para otro lado, más glamoroso, más femenino: sus modelos son Patricia Miccio –pope de Utilísima–, Teresa Calandra y hasta Mirtha Legrand. Mientras las mujeres del común intentan pasar de la tortura de la depilación al menos en invierno, Florencia de la V coronaba su invención haciendo una publicidad de productos para quedar tan lampiña como se supone debe ser una mujer. Si las revistas de mujeres brindan (obvios) secretos para gozar de su sexualidad libremente, ella –¡travesti!– se jacta de su pareja estable con quien desea casarse y hasta adoptar niños. Porque no es lo mismo tirar plumas en la escalera consagratoria de toda vedette que en la intimidad. Ya lo dice Gerardo: “Mantener la vida privada en reserva es algo valioso y excepcional”. ¿Por qué asombrarse entonces de que la única rival declarada de Florencia de la V sea Moria Casán, tan self made man –sí, man– como la sex symbol del momento y autorreivindicada travesti aunque no tenga nada que esconder entre las piernas?
Más de una vez Moria se adjudicó los atributos del varón por el solo hecho de haberse creado a sí misma sin marido, padre o hermano que la sostenga –a diferencia de Mirtha o de Susana, casada durante años definitorios con Héctor Caballero, al fin y al cabo–. Y eso que parecía un valor para Moria se ha convertido en su lápida. Ellos las prefieren blancas, en definitiva, radiantes, al menos arrepentidas. Ya que no sos, por lo menos es necesario desearlo, actuarlo, encarnarlo. Y no me refiero a ser mujer, si no esa mujer. Chispeante y chismosa, pero celosa de sus cosas. Exuberante, pero, a pesar de una cara que no puede ocultar la estructura ósea que Salamanca le dio, femenina como ninguna otra. Además, si la flor de su secreto despierta alguna inquietud en los no iniciados, ya está el odontólogo fiel y estable para confirmar que es posible pasar de ese detalle; algo que bien saben los muchos padres de familia que pasean sus ansiedades por la calle Godoy Cruz mintiendo curiosidad pero poniendo en acto la tranquilidad que les ofrece un cuerpo hecho a la medida de sus propias fantasías y cierta complicidad de fondo que tan biense respira entre congéneres, sobre todo porque cuando el guión lleva siglos escrito cada cual sabe actuar su papel a la perfección, uno varón, la otra producto de su costilla –apenas una variación del mismo tema–. Qué culpa tiene Florencia de la V si la vida la ha premiado con la varita mágica de la oportunidad; ella sencillamente ha sabido construirse a sí misma por fuera de todo conflicto; o por encima, desde un escenario en donde supo poner en tono de comedia la tragedia de otr@s, sus amaneramientos y exageraciones, lo que se espera de unas y lo que quisieran otros, los que desearían una a al final de la palabra y chocan siempre con el mismo documento nacional de identidad que merecieron al nacer. Ella se hizo a sí misma y eso es algo a admirar, sobre todo en tiempos en que la protesta colectiva recibe una torva mirada de sospecha de quienes han conseguido un conchavo para ganar su peculio y creen que el resto no los imita porque no quiere. El destino está en las propias manos y quien consigue lo que quiere merece respeto. Lo de Florencia de la V, aun con su apellido castrado, no es culpa, es mérito, por interpretar, en el lugar y el momento adecuado, a esa mujer que ellos –los que no dudan de su género pero necesitan afirmarlo– quieren.

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