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Domingo, 5 de mayo de 2002

PáGINA 3

La droga breve

Por Umberto Eco

En 1930 André Jolles publicó un libro titulado Einfache Formen (Formas simples) que analizaba ciertos tipos literarios, en su mayoría propios de la cultura popular. Lo que los caracterizaba era la brevedad, pero sobre todo la simplicidad de su estructura. Estaban –y siguieron estándolo– regidos por ciertas reglas que sus autores (a menudo comunidades enteras, antes que individuos) obedecían con fidelidad. Había, por ejemplo, adivinanzas y agudezas, pero también mitos, cuentos y leyendas. Gran parte de la teoría narrativa de cierta tradición estructuralista se basa en (o tomó como punto de partida) las formas simples. Pensemos en Vladimir Propp, que descubrió las principales funciones narrativas en las fábulas rusas, o en Claude Lévi-Strauss y su análisis de los mitos. En suma, las formas simples siguen siendo un tópico fascinante, y podemos incluir en la categoría las quintillas humorísticas, los haikus japoneses, los aforismos, las máximas, los refranes, las canciones populares y así sucesivamente. Tenemos ahora un libro, editado por Isabella Pezzini, que se llama Trailer, spot, clip, siti, banner. Le forme brevi della comunicazione audiovisiva (Colas, avisos, clips, sitios web, banners: las formas breves de la comunicación audiovisual). El título aclara de qué trata el libro, aunque en vez de usar la expresión “formas simples”, Pezzini ha elegido “formas breves”. Supongo que lo hizo para acentuar la diferencia entre las formas simples tradicionales y la particular naturaleza de los elementos audiovisuales de los que se ocupa. Por otro lado, es evidente que quiere puntualizar que el mero hecho de que una forma sea breve (una medida de duración temporal) quiere decir también que es simple (una medida de complejidad semántica y estética). En realidad, sabemos perfectamente que hay algunos avisos comerciales bastante sutiles, capaces de burlarse tanto de sí mismos como de otros avisos anteriores. Hace poco hubo uno en Italia donde un hombre joven bajaba la escalera de su casa diciendo “¡Buenas noches!”. Todavía piensa en la bella mujer que conquistó la noche anterior, pero ahora –víctima del aviso que él mismo protagoniza– se encuentra cara a cara con una mujer mucho menos atractiva. El espectador suele quedar tan encantado con esta clase de aviso que hemos llegado a describirlo con el adjetivo “metatextual”; un aviso que no pone en juego una pura y simple comunicación, sino que requiere alguna reflexión sobre la forma breve y sobre su argumento. No pretendo, sin embargo, usar este espacio exiguo para discutir el libro con exhaustividad. Me limitaré a recomendar las secciones que estudian las colas de películas (escrita por Nicola Dusi), los avisos de TV (por Allessandro Mechiorri), los mensajes políticos (por Paolo Guarino), los banners y portales de internet (por Piero Polidoro; algunos banners son las más cortas de todas las formas cortas) y los sitios web (por Daniele Barbieri). Éstas son las formas breves que nos rodean, y no siempre son simples. Pero es indudable que ya no están regidas por leyes literarias transmitidas de generación en generación (como es el caso, por ejemplo, de los poemas de amor), y también que suelen ser muy inventivas. Las formas simples tradicionales dominaron la cultura popular y fueron a menudo retrabajadas, por decirlo de algún modo, por los hombres de letras, así como los proverbios (la sabiduría popular) se transformaron en aforismos (observaciones ingeniosas de gente cultivada) en manos de Oscar Wilde, Karl Kraus y Stanislaw Jerzy Lec. De manera que las formas simples siempre coexistieron con las formas complejas, el mito con su reinterpretación por parte de Esquilo o Sófocles, el cuento con la gran novela. Y no es obvio que el público común, capaz de acceder a las formas simples, no se haya expuesto a las formas complejas: los que leían las obras clásicas no eran sólo intelectuales; en la época de Dante Alighieri, por ejemplo, los artesanos cantaban La Divina Comedia. Hoy, como siempre, hay un segmento del público (una escasa porción de los seis mil millones de habitantes del planeta) que tiene acceso a formas complejas como la novela moderna (James Joyce, por ejemplo) o posmoderna. Casi nadie, salvo algunos profesores universitarios, se interesa ya por las formas simples de la tradición: la vasta mayoría de los lectores se las arregla con las formas breves. La brevedad produce adicción, y ésa es la razón por la que las editoriales desechan las formas complejas –aunque no rechazan del todo la publicación de obras como la de Marcel Proust– y buscan captar el interés del público con formas breves (libros de aforismos, chistes, refranes no siempre muy sensatos). En otras palabras, la exposición reiterada –vía los medios audiovisuales– a las formas breves puede producir adicción a su brevedad y su velocidad, y puede borrar el placer y el entusiasmo de internarse en formas complejas, lo que, además de tiempo, requiere fundirse con el texto y su trasfondo cultural. Y éste es el riesgo que corremos: al haber perdido todo contacto con las formas complejas, puede que ya ni siquiera nos demos cuenta de que un comercial de TV de detergente puede ser breve pero no tan simple.

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