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Domingo, 16 de junio de 2002

PáGINA 3

JUEGO BONITO

 Por Mariana Enriquez

Es irritante el generalizado desdén que los hinchas varones, mediáticos o de café, despliegan ante el entusiasmo femenino (o masculino gay, para cumplir con la corrección política) por el Mundial. Los comentaristas se traicionan de vez en cuando, es verdad. Todos han señalado la belleza indiscutible de Paolo Maldini, ese hombre caído de una pintura prerrafaelista, y sin excepción han admirado los torsos esculturales de los africanos. Pero en general ponen los ojos en blanco cuando una mujer, analfabeta futbolístico no, ignora caños y gambetas pero tiene mayor capacidad que ellos para ver la belleza del fútbol más allá del futbol y disfrutar con relajación de este espectáculo homoerótico que ofrece situaciones como el escultural Samuel Eto’o abrazándose con su técnico, en un despliegue de toqueteo entre una esbelta escultura de ébano y un señor mayor. También es sospechosa la antipatía hacia los italianos. La Azzurra es detestada por jugar un fútbol amarrete y cobarde al que llaman catenaccio. Pero al equipo no hay con qué darle. Desde la aparición en el ‘90 de Paolo, suceso equivalente a un cataclismo, Italia no ha hecho más que mejorar, sumando hombres que podrían posar para Michelangelo. Jugarán feo, pero qué bien les queda la camiseta a medida.
El desdén tendrá sus motivaciones legítimas y hasta comprensibles, pero es imperdonable porque infiere que seleccionar a los más bellos es una tarea facilonga y frívola. Y no es nada sencillo elegir a los más guapos. El descubrimiento de las escasas gemas exige una disciplina casi militar, sobre todo con estos horarios orientales y con las repeticiones que, en su mezquindad, no suelen volver a pasar los himnos, instante en que se cuenta con los fundamentales primeros planos. Es que el casting del jugador completo exige una combinación insuperable de elementos: no es posible andar enamorándose de cualquiera. Cuerpo y rostro deben estar en armonía. Hay que ver todo. De lo contrario pasarían desapercibidos escándalos como Robert y Niko Kovac, croatas de ensueño que ya se fueron. Crítica a la transmisión: el intercambio de camisetas se debe pasar completo, sin ningún ridículo “vamos a la pausa”. ¿De qué sirve tanta tecnología nipona si las supuestas mejores cámaras del mundo no pueden detenerse en pectorales, apoyaturas, abrazos sudorosos, festejos amontonados, todo en primer primerísimo plano? Entre paréntesis: los africanos (inolvidable Rigobert Song, 4 de Camerún) no habrán descollado en lo futbolístico, pero humillaron a todos cuando desnudaron sus torsos. A su lado, los demás se vieron fofos, con salvavidas, tristes, blancuzcos.
Ver el Mundial desde un punto de vista estrictamente erótico tiene sus pros y contras. Por un lado, elimina el chauvinismo, porque es del todo irrelevante para quién juegue el bello elegido. Por el otro, promueve traiciones vertiginosas. Entre la Italia rica y México, que no cuenta con ningún Gael, ¿por quién cinchar? La solidaridad latinoamericana debería inclinarse por los hermanos, pero ¿cómo desear que Italia quede afuera, cuando el 80 por ciento del equipo merece ser bañado en bronce para ser exhibido en el Pórtico de los Lansguenetes florentino acompañando a Perseo, y ya mismo, antes de que la madurez los transforme en señores horrorosos como Cesare Maldini? ¿Cómo no cruzar los dedos y desear que funcione el agua bendita que derrama Trap, si la victoria significa volver a ver al hermosísimo Alessandro Nesta –heredero de Paolo que, Dios no lo permita, quizá esté jugando su último Mundial–, a Filippo Inzaghi o a Francesco Totti, con esos ojos de águila? Por suerte, para tranquilizar conciencias, juega para Paraguay Roque Santa Cruz, eterno adolescente, sonrisa irresistible y valentía guaraní. He aquí motivos para agradecerle a Cesare: lo que haya hecho durante la concepción de Paolo fue bendecido por los dioses de la simetría y la genética, y poner a Roque fue un acierto tan indiscutible como sacar del banco a Cuevas para esa epopeya del 3-1.
Es momento también de aclarar ciertas cuestiones. La condición de sex symbol de Batistuta es un invento, parte del discurso masculino dominante. A ellos se les ocurre que Batistuta es guapo, tal cosa se instala, muchos compran. Una encuesta breve puede demostrar que Pablito Aimar (el diminutivo se impone), es el verdadero favorito, con esas lágrimas conmovedoras, esa insolente juventud, esa capacidad de generar fantasías materno-pornográficas. Beckham es otro sobrevalorado. Cierto, es un bombón. Pero como tal, empalaga. El desmechado del ‘98 le quedaba mucho mejor que la cresta y cuando habla, su imagen cae vertiginosamente porque, horror de horrores, Becks tiene voz de pito. No obstante, fue elegido como el más bello por las japonesas, que evidentemente no hilan fino y derrapan hacia el lugar común, tal como demuestra que eligieran entre los cinco más bonitos a Michael Owen, cuando en el estilo jardín de infantes/muchachito de Teorema no hay otra opción más que el arriba mencionado Pablito.
En fin, para quienes eligen este modo de disfrutar del Mundial, la eliminación de Argentina entristece, pero el goce continúa, por lo menos hasta que la selección de los bellos, que se reparten entre varios equipos, siga adelante. Un minuto de silencio, sin embargo, por Claudio Paul, secretamente amado por impresentable, por atrevido, por looser, porque es nuestro Mickey Rourke.

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