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Domingo, 2 de octubre de 2005

PáGINA 3

Aburrimiento y terrorismo y Martin Amis

 Por Rodrigo Fresán, desde Barcelona

UNO

“El terrorismo es aburrido”, suelta Martin Amis en un curvilíneo y gaudiesco salón de La Pedrera. Y luego de un segundo en silencio, agrega: “El gran problema es que no hay nada de humor en el Islam”. Y a eso nos enfrentamos ahora. A un enemigo extremo en sus creencias y tan peligrosamente solemne. “No sé, tal vez suene ingenuo, pero yo creo que la risa puede ser una de las mejores armas para soportar un poco mejor esta guerra en la que nos han metido pero que –una vez adentro y lástima que Bush sea el comandante en jefe– espero que ganemos; porque si no...”

Amis ha llegado a Barcelona a presentar Perro callejero, su desaforada y descarrilada “comedia post-11 de septiembre” donde se mete y entromete con la industria del porno, la industria de la familia real, la industria de los tabloides amarillistas, y la industria que surgió una mañana en que varios aviones se desviaron de sus trayectorias habituales para convertirse en misiles...

DOS

Cuenta Amis que llevaba un par de meses escribiendo Perro callejero y una mañana encendió su televisor y vio lo mismo que vimos todos: “La caída del World Trade Center significó el fin de esas largas vacaciones que fueron los años ‘90 en que perdimos años polemizando sobre cuestiones tan absurdas como Monica Lewinski y O. J. Simpson. De golpe se acabó esa tregua que había comenzado con el final de la Guerra Fría y el adiós al Muro y volvieron a encenderse los motores de la Historia. Y aquí estamos. En lo personal y profesional, yo sentí como si hubiera vuelto a nacer, como si hubiera perdido mi voz. No me reconocía en las páginas que tenía de Perro callejero y mucho menos en los libros que había publicado antes... Así que volví a empezar no sólo el libro en el que estaba trabajando sino que también repensé la idea que tenía de mí mismo. Y en eso estoy ahora”.

Por estos días, Amis trabaja en un nuevo libro cuyo título tentativo es Aburrimiento y terrorismo: “Estará compuesto por una novela corta, tres o cuatro relatos y un ensayo largo, creo. Ya tengo algunos de ellos: un cuento sobre la vida íntima de uno de los dobles de Saddam Hussein y otro sobre los últimos días del terrorista Mohamed Hatta... Todo con humor, espero. Con risas. Haciendo tiempo y rezando por que las mujeres del mundo árabe se rebelen pronto contra ese orden que padecen como nadie y pongan las cosas en su sitio. Ahora que lo pienso, sólo ellas podrán ganar esta guerra”.

TRES

Martin Amis es uno de los varios escritores británicos que por estos días entran y salen de Barcelona. Ya estuvieron por aquí Julian Barnes, Irvine Welsh y Hanif Kureishi y están próximos a aterrizar Ian McEwan, John Lachester, Kazuo Ishiguro y Salman Rushdie. Amis ha venido también a dar una conferencia sobre Philip Larkin, “el mejor poeta de la segunda mitad del siglo XX, gran amigo de mi padre y, si me lo preguntan, alguien a quien se perjudicó mucho con la publicación póstuma de cartas y diarios en los que se ponía de manifiesto cierta complicada vida sexual así como algún que otro comentario irónico que inmediatamente se entendió como racismo. Por culpa de esa corrección política que tal vez sea el rasgo más islámico de Occidente pero que, por suerte, todavía no exige ningún derramamiento de sangre. No sé... Lo cierto es que en un mundo ideal no debería saberse nada de la vida íntima de los escritores”.

Y Amis –quien aboga por el retiro de la familia real inglesa para evitarle a “esos pobres muchachos una vida desgraciada siempre bajo la mirada pública”– sabe perfectamente de lo que habla porque, sonríe, “yo también soy miembro de una especie de familia real literaria y no la he pasado muy bien”. De ahí, tal vez, el retiro/exilio durante buena partedel año a Uruguay (“Un oasis donde todo es legal... ¡se puede estacionar en cualquier parte!”) y el intento de desentenderse en la distancia de los grandes castigos y premios de la patria: “Parafraseado a Borges, ‘no darle el Booker a Amis es una vieja tradición británica’. Me parece repugnante ese premio, todo el show que conlleva. Los escritores deberíamos boicotearlo... Pero ahí está. Mi generación se crió bajo su influjo y la siguiente ya ha sido seducida”. Le pregunto a Amis si lee a los nuevos y me responde que poco y nada: “La explicación para esto es sencilla: ya estoy en una edad en la que necesito más de la experiencia de mis mayores que del vigor de los que vienen detrás. Cada vez entiendo más a mi padre cuando afirmaba que los mayores te demuestran cómo lo hacen ellos mientras que los jóvenes parecen decirte cómo ya no debes hacerlo tú. Y tengo la impresión también que, dentro de esa pulseada pendular que siempre vive la literatura, ahora tiene más fuerza la anécdota que el estilo. Y a mí siempre me interesó más el estilo. Y ahí están, para mí, Roth y DeLillo y hasta hace poco Saul (Amis se refiere a Bellow, su maestro, siempre por su nombre de pila). Y, sí, son todos americanos; porque la literatura sigue al poder y, aunque sean muchos los que aseguran que no les importa –y no es cierto– hace unos cuantos años que Inglaterra ha dejado de ser un imperio. En todo sentido”.

CUATRO

A la hora del almuerzo, la conversación va por otros lados. ¿Cuál es la novela americana más grande: Lolita o Augie March? Amis no duda: “La de Bellow, porque está escrita por un inmigrante; mientras que Nabokov era un emigré. La Gran Novela Americana sólo puede ser escrita por un inmigrante”. Amis comenta su entusiasmo por la nueva película de Cronenberg (director que algún día se propuso filmar Campos de Londres); demuestra curiosidad por el costado padre/hijo en Lunar Park, la nueva novela de Bret Easton Ellis; descarta a Nicole Kidman y confiesa casi avergonzado que, si de fantasías sexuales se trata, no hay nada como “esa pésima actriz Demi Moore”; me pregunta dónde estuve yo durante la dictadura y la guerra en “The Islands”; recuerda con un escalofrío una reciente visita a un hospital de narcos tullidos en Colombia; y repite una y otra vez sus dos frases favoritas –y me temo que casi las únicas– que frecuenta a la hora del castellano: “¡Qué rico!” y “¡Qué lindo!”. En los postres, me dice que va a contarme una gran anécdota con Philip Roth durante el entierro de Saul Bellow. Y lo cierto es que es una gran anécdota: empieza muy emotiva y termina con carcajadas. Le pregunto a Amis si puedo contarla por escrito. Me mira como si yo estuviera loco y dice: “¡No! ¡No!”.

Dos veces no.

Una en inglés y otra en español.

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