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Domingo, 14 de enero de 2007

PáGINA 3

Una temporada en el infierno

 Por Claudio Zeiger

Como suele suceder en el mundo de Onetti, cuando un ojo ve venir una mano, algo está por pasar. Las manos traen el presagio de la muerte o de la salvación; las manos dicen quizá porque son un idioma mudo, así en Los adioses como en tantos relatos, entre ellos, “El infierno tan temido”, de cuya publicación en la revista Ficción (en el número de enero-febrero de 1957) se cumplen 50 años.

En el comienzo, Risso ve venir una mano que atraviesa el espacio entre su rostro y la máquina de escribir (estamos en una redacción de diario, “entre la medianoche y el cierre”) y entrega un sobre. El sobre contiene una fotografía, la primera de una serie nefasta para el cronista. Las fotos van llegando en sucesivos sobres a manos de Risso, periodista de Hípicas de un diario de la mítica ciudad de Santa María, desencadenando una tragedia atroz y misteriosa, sobre todo cuando la mujer que las envía, una actriz veinte años más joven que él, decide cambiar las direcciones, y las fotos terminan llegando a manos de la pequeña hija del hombre.

Según se consigna en diversas fuentes (entre ellas, Onetti, un volumen colectivo de la Biblioteca de Marcha y Construcción de la noche, la biografía de María Esther Gilio y Carlos María Domínguez), “El infierno tan temido” está basado en una anécdota real con aires de leyenda urbana que había sucedido en Montevideo y que le fue transmitida a Onetti por su amigo el político colorado Luis Batlle Berres, causándole una profunda conmoción. Es la historia de una pareja que se jura absoluta sinceridad ya que confían plenamente el uno en el otro. La mujer, una joven actriz de teatro, conoce a otro hombre estando de gira y tiene una aventura con él. Cuando se lo cuenta a su marido, éste la llena de insultos, desespera, enloquece y finalmente se suicida.

¿Qué hizo Onetti con esa historia que corrió a contar a un grupo de amigos no bien la supo, conmovido tal vez por la dimensión del dramón pero también por la multiplicidad vertiginosa de posibilidades que abría a la interpretación? Lo primero comprobable es que lejos de hacer un cuento cerrado sobre lo anecdótico, lo convirtió en una lección jamesiana donde las claves del relato no estarían en el exterior del mundo real sino en el interior del texto; Onetti onettizó lo real, calzando la vida en una poética de la ambigüedad, de versiones y contraversiones.

Uno de los aspectos más reveladores es la exhibición y el ocultamiento del sexo. Gracia, la mujer, se saca fotos en distintas ciudades con distintos hombres. Se sugieren poses, gestos, cuerpos. Son fotografías obviamente obscenas aunque Onetti nunca describe más allá de unos trazos velados, sugerentes. Lo cierto es que esto fue interpretado como una especie de pudor, contracara de la sordidez que se le atribuyó clásicamente a Onetti desde la aparición de El pozo, una mezcla de crueldad y regodeo en lo oscuro. Si bien tanto pudor como sordidez son, en principio, interpretables como efectos más que como causas literarias o inclinaciones esenciales del autor, también se puede decir que en el caso de “El infierno tan temido”, esa oscilación entre algo que no se revela del todo y algo que brutalmente asoma en la escena es el procedimiento básico del relato. Y desde luego, como señalara el crítico Jorge Rufinelli en el prólogo a la edición de Cuentos completos (Corregidor, 1981), es la puerta a la Gran Literatura: “El pudor de Onetti ante el tema sexual lo orienta y lo conduce siempre a la literatura, en el mejor sentido: unas veces al simbolismo, otras a la narración velada, indirecta, de resonancia, otras, al fin, a una suerte de exaltación poética del hecho físico”.

Y algo más. Onetti hizo especular a Risso con la hipótesis de que lo que a todas luces sería una venganza (porque él decide apurar el divorcio una vez que la mujer le confiesa su infidelidad), bien podría interpretarse como parte de lo mismo que habían compartido: una historia de amor, una lealtad. Las fotografías y cartas que recibe serían algo así como ofrendas. El enigma, para Risso, no sería tanto la venganza sino “la deliberación, la persistencia, el organizado frenesí con que se cumple la venganza”, reiteración ritual que lo lleva a buscarle otros sentidos. ¿Es acaso la peor venganza el cumplimiento a rajatabla del pacto de confianza que estaba en el origen de esta tragedia?

Sobre el final, Lanza, viejo periodista compinche de la redacción, el que se ve venir el desenlace suicida, se lamenta porque Risso, periodista de la sección Carreras, perdió de vista lo elemental, la primera hipótesis: ni siquiera evalúa que ella pueda ser una yegua. O, como le sugiere Lanza como una tabla de salvación a la que aferrarse, “la posibilidad de que estuviera loca de atar”. ¿Misoginia? ¿Tango? ¿La elegía del hombre herido? Son conjeturas, claro está.

Sólo faltaba para ultimar la leyenda, ponerle un broche, un título antológico. Onetti lo encontró en un poema anónimo del siglo XVI (para continuar con las versiones: algunos lo atribuyen a Teresa de Avila):

“No me mueve, mi Dios, para quererte/ el cielo que me tienes prometido/ ni me mueve el infierno tan temido/ para dejar por eso de ofenderte”.

El poema está dedicado a Cristo crucificado. El cuento (aunque Onetti solía dedicar sus escritos) no lleva dedicatoria. El infierno, desde entonces, empezaría a tener lugar en la conciencia de los hombres.

Hace exactamente 50 años se publicaba en la revista Ficción de Buenos Aires “El infierno tan temido”, uno de los relatos cortos más célebres de Onetti, llevado al cine por Raúl de la Torre y recogido en diversos volúmenes y antologías.

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