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Domingo, 13 de enero de 2002

PáGINA 3

Por el camino de Anteojito

POR RODRIGO FRESAN, Desde Barcelona

Escribo esto desde muy lejos. Lejos en el tiempo y la distancia. Lo escribo rápido y a medida que surge como suele surgir todo ese tiempo extraviado que fluye y me alcanza y me cubre como una ola. No escribo de memoria: escribo haciendo memoria, ¿se entiende?
La cosa es así: me llaman desde Buenos Aires, me dicen que la revista Anteojito va a dejar de salir o ya dejó de salir, en estos días, da igual. Me preguntan si quiero escribir sobre el tema y no se trata de lo que uno quiere o deja de querer. Se trata de lo que está allí, para siempre, al fondo y a la izquierda de la infancia. Ahí voy y desde ahí vienen estos necrológicos apuntes dispersos.

LOS UNOS Y LOS OTROS
Entro en Internet. Lo que pensaba. No hay site de Anteojito. No sé por qué, pero me parecía imposible que Anteojito tuviera site. Y es que Anteojito siempre tuvo algo de retro, de primitivo, de artesanal, de más cercana a Peter Pan que a Harry Potter. Me niego, por supuesto, a fijarme si Billiken tiene site. Algo me hace sospechar que, sí, tiene. Encuentro, sí, la siguiente noticia flotando en la Red: “La revista infantil creada por el español Manuel García Ferré el día de su cumpleaños, el 8 de octubre de 1964, suspendería su publicación en las próximas semanas, luego de 37 años de aportar a la educación de los niños. La difícil situación del mercado editorial no ha favorecido las expectativas de la revista que, en octubre último, declaró al Instituto Verificador de Circulación (IVC) una venta semanal de 33.330 ejemplares (habiendo llegado a vender hasta 200 mil ejemplares por semana), contra 26.757 de Billiken, de Atlántida. La revista Genios, de Clarín, consiguió quedarse con la mayor porción de mercado, con una venta promedio de 72.673 ejemplares. Pese a la fuerza de la versión sobre el cierre de Anteojito, fuentes próximas a García Ferré lo negaron. “No hay idea de cortar la publicación. García Ferré mantiene reuniones con inversores para obtener fondo”, dijeron. Ahora, bueno, parece que García Ferré no consiguió ni inversores ni chuculita-chuculata. Si yo tuviera mucha plata, algo pondría. Y no tengo la menor idea de qué cuernos es la revista Genios (aunque su título un tanto huxleyano me inquieta un poco); pero sí me duele que siga saliendo Billiken, que vendía menos pero, seguro, está mejor apuntalada por otras publicaciones de esa editorial con nombre de Continente Perdido. A mi modesto entender, Anteojito y Billiken tendrían que desaparecer juntas porque son dos caras de una misma moneda. Durante mi lejana infancia, la de Constancio C. Vigil era prolija, burguesa, bastante desabrida, perfecto material de lectura para chicos que querían ser los mejores alumnos y su parte más lúdica buscaba emparentarse con la estética progre-aristocrática de María Elena Walsh. La de García Ferré (quien paradójicamente le debe su último gran éxito a la walshiana Tortuga Manuelita) era caótica, alucinada, decididamente psicótica, dedicando páginas al Día de la Bandera entre visiones del planeta Marte o instrucciones para construir alguna ideíta de Leonardo Da Vinci. Los lectores de Billiken calzaban Adidas y empuñaban lapiceras Parker, los de Anteojito metían sus quesos adentro de zapatillas Flecha y mordían plumas Scheaffer. Los que pateaban con Pampero y 303 no leían nada, pero eran los que mejor jugaban al fútbol y los que ganaban todas las peleas en los recreos. Es fuerte la tentación de proponer una teoría de cómo se ha constituido la sociedad argentina de hoy a partir de la distribución de lectores de entonces entre Anteojito y Billiken y, de hecho, alguna vez me valí de este subterfugio a la hora de intentar explicar aquella vieja contienda dentro de las entonces jóvenes letras nacionales entre los llamados Babélicos y Planetarios (Dios mío: ¿habrá sido eso un debate literario?). No sé. Lo cierto es que uno estaba de un lado o de otro por más que leyera las dos revistas. Y lo cierto es que, también, uno sabíaperfectamente quién era Anteojito, mientras que todavía hoy sigo preguntándome quién o qué cuernos es un Billiken.

EL CUENTO DEL TIO
Hay algo inquietante en el personaje Anteojito. Esa voz de pito, esa bufandita maleva alrededor del cuello y –por encima de todo- esa perturbadora relación con su tío Antifaz de carácter un poco Humbert y un poco Tadzio. Recuerdo a Anteojito como intérprete de una encendida canción de amor sobrinesca; ese insufrible “tíiíiiiiiiiio, tíiíiiiiiiio, tíiíiiiiiiiiiiio” y ya saben que tío y sobrino solían ser eufemismos para definir con elegancia relaciones entre hombres consideradas non-sanctas. Recuerdo, también, ese disquito con la canción del “Feliz Cumpleaños” versión Anteojito. Mi tío que no se llama Antifaz solía atormentar a mis primos que no se llaman Anteojito con su obligatoria audición cada onomástico; en el lado B venía una especie de monstruosidad calipso-caribeña de nombre también equívoco: “Juanita Banana”. Y cómo olvidar aquel formidable largometraje Mil intentos y un invento que a Tim Burton le encantaría, seguro, y donde, si mal no recuerdo, en una escena Anteojito se quita las gafas y la visión es tan horrible como la de Ray Milland al final de El hombre con los ojos de Rayos X.

IMPORTANTE
Los “juguetitos” que traía la revista Anteojito eran mucho mejores que los de Billiken (siempre más plásticos, prácticos e inocurrentes, mejor hechos, pero menos divertidos) y, ah, aquel día en que Anteojito anunciaba, triunfal, que venía con una computadora de regalo, como otra veces nos había traído la alegría de un endeble pantógrafo o unas torpes gafas 3-D seguramente desarrolladas en el laboratorio croto del Tío Antifaz. Entonces, la palabra computadora todavía era sinónimo de ciencia ficción, y corrimos hasta los quioscos y armamos, entre emocionados e incrédulos, una computadora de cartón que funcionaba en base a tarjetas perforadas. Funcionaba más o menos bien. El único problema es que ofrecía nada más que diez respuestas a preguntas del tipo: “¿Cuál es la distancia entre la Tierra y la Luna?”, y no decía nada sobre, por ejemplo, cómo se sostenía el peinado de Isabelita y cuánto tiempo iba a sostenerse el gobierno de Isabelita al frente de la presidencia de Trulalá.

EL MUNDO DE TRULALA
Al final resultará que Trulalá, patria de Hijitus y lugar que Anteojito visitaba de tanto en tanto, es uno de los territorios más poderosos, babélicos y planetarios que ha dado el imaginario argentino. Anteojito decía “intríngulis chíngulis”, creo. Hijitus exclamaba “y chúcuchucuchu”. Anteojito era clase media en picada y, en ocasiones, trabajaba como canillita o, ugh, manicero para mantener a su paupérrimo tío; Hijitus era un pobrecitus que vivía con su pichichus en un cañitus y entre los dos –y gracias a García Ferré y sus secuaces– conjuraron a una fértil galaxia de personajes entre los que se contaban el oligarca Gold Silver y su hijo Oaky, el Comisario, las Damas del Patronato, Ketchum, el Dragoncito Cantor, el robot Truku, el Director del Museo, el Boxitracio, el terrible niño Raimundo, la Bruja Cachavacha, la Vecinita de Enfrente y, por supuesto, el Profesor Neurus siempre al borde de un ataque de nervios por las torpezas de sus ineptos cómplices: el a veces bueno y a veces malo Larguirucho (a quien George Lucas plagió subliminalmente o no para el engendro anfibio ese de Episodio I: La amenaza fantasma), el tanguero Pucho (“Pobre arrabal, qué viejo estás”, cantaba tristón) y el hermético Serrucho que –sorpresa de sorpresas– resultó ser ni más ni menos que el maléfico y todopoderoso Gran Hampa. A veces aparecían Donald (cantante) y Pipo Mancera (television-man). Y, sí, a veces llegaban Anteojito y Antifaz vaya a saber uno de dónde y quienes, con su extremo civismo enciclopédico que más tarde se extendería alrepugnante y topogigiesco pingüino sabiondo Petete, poco y nada tenían que hacer en esa Trulalá siempre a punto de apocalipsis. Hijitus y Larguirucho también tenían revista –de historietas, pero que regalaban obras maestras de la literatura jibarizadas en lindos minilibros de muy pocas páginas– y que funcionaban en tándem con Anteojito (Anteojito como publicación didáctica para los días de colegio y “la revista escolar más completa, útil y divertida”, el formato apaisado de Aventuras de Hijitus y Desventuras de Larguirucho para sábados y domingos de permisividad y fiaca absoluta) en los que llegaba, en la tele, “El Club de Hijitus” (con Anteojito de invitado y la participación del Hada Patricia, Firulete y Salta, Violeta así como el resumen semanal de los capítulos de “Hijitus”), que después tendía sus redes vía imperio golosinero –los auspiciantes Georgalos con su Mantecol o Felfort con sus chicles y su insuperable Chocolatín Jack con Sorpresa albergando en sus tripas muñequitos trulalenses o lucha-catch– hasta la melancólica noche del domingo en la que negábamos la inminencia del retorno a las aulas con nuestra dosis de violencia psicotrópica cortesía de Martín Karadagian y sus “Titanes en el Ring”. Ico y Trapito ya no son de mi época y me detengo aquí y releo esto y dos visitas me interrumpen y yo aprovecho para preguntarles qué piensan del fin de Anteojito. El escritor chileno Roberto Bolaño me dice: “Nunca la vi. A Santiago llegaba Billiken, pero era muy cara para mí”. Y después se pone a hablar de “Andanzas de Patoruzú”, y yo le cuento que Dante Quinterno es una especie de Howard Hughes y no me cree. El director de cine y ópera argentino Sergio Renán se disculpa con un: “No sé que decir... Seguramente algo melancólico”.

R.I.P.
De acuerdo, las acusaciones contra García Ferré –que van desde franquista a procesista– pueden ser pertinentes. Y la estética Anteojito podía parecer como fosilizada en los 60/70. Pero era linda e imprevisible e interesante. Era única. Calculín, Pelopincho y Cachirula, Sónoman, La Pandilla Yé-Yé, esa cruza de Tweety con Luky Luke que era Pi-Pío... Todos ellos desaparecen ahora y ya no habitarán sólo mi memoria sino la memoria de ellos mismos. La memoria de esa revista donde entraba todo un mundo y cuya computadora de cartón jamás pudo responder la pregunta más importante de todas, el interrogante decisivo, la duda existencial más absoluta de nuestras entonces f-a-c-u-l-t-a-d-e-s intactas, pero ya definitivamente erosionadas por el amor y la sordidez: si se llamaba Anteojito... ¿por qué tenía los anteojos tan grandes, eh?

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