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Domingo, 10 de agosto de 2003

PáGINA 3

La aventura del hombre

POR JUAN FORN

Dice Marshall Berman que, después de la aparición de su gran ensayo sobre la modernidad, Todo lo sólido se desvanece en el aire, a principios de los años 80, se fue sintiendo cada vez más arrinconado: “Crecí con la convicción de que un libro debe ser un todo orgánico y ha de surgir de las profundidades del alma de su autor. Conseguí escribir un libro así. Como no pude hacer otro libro semejante, dejé de publicar. Nunca he dejado de escribir, pero nada me parecía lo suficientemente elevado o profundo como para merecer el título de libro”. De hecho, este volumen titulado Aventuras marxistas (recién publicado por Siglo XXI) reúne piezas que Berman ya había publicado sueltas en inglés, bajo un concepto unificador sugerido por su editor Colin Robinson y reformulado por el propio Berman: “Había leído lo suficiente como para saber que hay muchas clases de libros buenos. Un escritor puede decir algo sin decirlo todo. Un libro no necesita ser completo para ser bueno”. Lo que hace bueno este libro es el doble diálogo que propone, y el lugar que adopta Berman en ese diálogo simultáneo, con el hombre que lo hizo marxista y con aquellos que quieran saber qué clase de experiencia humana ha sido el marxismo para Berman.
Para fijar las coordenadas de ese diálogo simultáneo, Berman nos dice primero qué representa Karl Marx para él (“uno de los escritores más comunicativos de la historia, porque presentó las ideas más complejas de la manera más intensa y dramática, y porque nunca escribió en lenguajes esotéricos o exclusivos –como suelen hacer quienes escriben sobre él– sino como un hombre que habla a los hombres”) y, a continuación, qué entiende el propio Berman por escribir (“presentar la propia visión tan clara y viva como sea posible, y dejarla correr con su misma energía”) y cuál es el momento más preciado que tiene lugar al leer (“el de la autorrevelación, que irrumpe en la mente de uno cuando uno menos se lo espera”).
Definidos tan claramente los tantos, Berman ofrece una formidable semblanza autobiográfica de su iniciación en ese marxismo que lo ayudó “a crecer e imaginar qué iba a ser en el mundo” (criado en el Bronx, hijo de un judío trapero, entró en Columbia gracias a una beca pública y desarrolló gran parte de su carrera en el City College, “entre estudiantes que, como yo, provenían de la clase trabajadora y de las calles de Nueva York”). A continuación, Berman hace foco en diferentes tópicos (esas notas sueltas, escritas a lo largo de los años), en las cuales puso a dialogar nuestro tiempo con Marx. El resultado es de alta eficacia. Berman logra hacer con nosotros lo que Marx hace con él: no contagiarnos una visión del mundo sino hacernos ver en sus palabras nuestra visión del mundo. Para Berman, Marx dejó la obra más elocuente de los tiempos modernos porque sigue explicando la realidad, nuestra realidad, como pocos, o como nadie. Esa elocuencia se debe no sólo a la amplitud del objetivo de Marx (la extraordinaria esperanza que implica un mundo donde el máximo objetivo del ser humano no sea vender y venderse sino superar la explotación de los otros hombres, de la naturaleza y de uno mismo) sino también a la intensidad con que escenificó nuestra condición (entendiendo por nuestra condición el mundo capitalista: ese mundo que les tocó vivir a Marx y también a Berman, y por extensión a todos nosotros). Hasta el más acérrimo adversario de Marx debe reconocer que nadie entendió más a fondo el capitalismo, nos dice Berman. Incluso el hecho de que la obra de Marx haya quedado inconclusa es una buena prueba de ello: “¿Cómo podía concluirse El capital si el capitalismo sigue vivo?”. Esto no es una boutade, sino una convicción de Berman en la elocuencia de Marx, que muchos marxistas pierden de vista o no logran transmitir: “La visión del mundo en su conjunto es lo más vivo y estimulante que puede transmitir un escritor a través de su obra”. Esa visión, dice Berman, es menos tangible que su política, su economía, su religión, su ideología; pero es más profunda, yhace que su trabajo mantenga la elocuencia después de que su causa política, económica, religiosa o ideológica se haya ganado, perdido o apagado. Pero “el inmenso poder del mercado en las vidas íntimas de los hombres modernos nos lleva a mirar la lista de precios en busca de respuesta a preguntas que no son realmente económicas sino metafísicas: preguntas acerca de qué merece la pena, qué es honorable. E incluso qué es real”. Llegado a ese punto, Berman nos recuerda que aquello para lo cual hoy buscamos desesperadamente definiciones ya ha sido definido, hace más de un siglo, por ese hombre que debió convertirse en el mayor experto en el capitalismo para que alguna vez lográramos superarlo, llegar más allá.
Lo que hace tan elocuente El capital, según Berman, es el hecho de presentarnos una visión tan amplia e intensa de la vida moderna que nos abarca incluso a nosotros: a esa asombrosa multiplicidad de voces, ilustres y anónimas, de mineros y tenderos y políticos y filósofos, que aparecen unas pocas líneas o entablan prolongadísimos debates con Marx, con una energía y fluidez de lenguaje arrebatadoras, se le van sumando las de cada lector que se sumerge desde entonces en su lectura. Como el capitalismo sigue rigiendo nuestros destinos, “El capital nos tiende la mano y nos desafía a que le demos un desenlace”. Incluso a aquellos que llenan los enormes edificios de oficinas de nuestras ciudades actuales, identificándose alegremente con los dueños del capital, ignorando lo contingentes y fugaces que son sus beneficios, hasta que la empresa o el mercado decrete la obsolescencia de sus habilidades, ignorando igual de alegremente que dan órdenes a personas que en el fondo, y por esa misma razón, son de su propia clase y comparten la misma vulnerabilidad. “Aunque Marx firmó con su nombre El capital, lo presentó como una empresa colectiva y en colaboración, que surgió del trabajo de cientos y miles de personas”. Incluyéndonos a nosotros.
Ésa es la provocativa premisa que ha regido el itinerario intelectual de Berman, ésa es la premisa que en estas Aventuras somete a diálogo simultáneo, con el propio Marx y con nosotros a la vez, y allí radica el gran valor del libro como cuaderno de bitácora de ese largo itinerario “liberador, emocionante; también problemático y atemorizante, pero esencialmente abierto al futuro”: el modo en que nos pregunta en qué tipo de sociedad vivimos y qué tipo de sociedad queremos. Y los elementos que nos ofrece para contemplar día a día la vida real que nos rodea, en el barrio, en el país y en el mundo. Según Berman, el gran obsequio que puede significarnos la lectura de Marx es “no un camino para salir de las contradicciones de la vida moderna sino un camino para entrar más profundo en esas contradicciones. Porque el camino que conduce más allá de esas contradicciones tendrá que llevarnos por fuerza a través de la vida moderna, no fuera de ella”. Citando las palabras con que Edmund Wilson terminaba su gran crónica de la era revolucionaria, Hacia la estación de Finlandia, y a la manera de un Virgilio que deja a Dante continuar solo su camino, Berman nos está diciendo ni más ni menos que “somos el último capítulo de la historia; el próximo lo tendremos que crear nosotros”.

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