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Domingo, 14 de septiembre de 2014

LAS COSAS QUE DEJARON

FOTOGRAFIA Desde hace diez años, la mexicana Mayra Martell viene documentando historias de mujeres desaparecidas y asesinadas en Ciudad Juárez. El trabajo, llamado Ensayo de la identidad, retrata la presencia de la ausencia: aquello que las mujeres dejaron atrás, el recuerdo de las madres, los cuartos, los objetos queridos. Martell habló con Radar en Buenos Aires sobre su relación con la ciudad y las familias, el secuestro que vivió en 2010 y la indiferencia ante la violencia que se sufre en México.

 Por Angel Berlanga

“Metas a corto y largo plazo”, dice el papelito que Erika Noemí Carrillo escribió con birome. Enseguida, enumera: “Entrar a natación; trabajar duro para pagar la inscripción de la escuela; juntar dinero para el cervantino; hacer el closet; pintar la casa en septiembre; comprar las sillas del comedor; comprarme unos zapatos; leer a Platón; hablar y ser simpática con la gente”. Por su ubicación en la galería, la fotografía que retrata lo que anotó Erika bien puede resultar la primera en ser vista en Ensayo de la identidad - Desaparición de mujeres en Ciudad Juárez, un trabajo que desde hace diez años viene desarrollando la mexicana Mayra Martell, que vino a la Argentina para hablar de su experiencia, para acompañar la muestra curada por Marina Oybin. Desde 1993, en esa ciudad del norte de México, en la frontera con Estados Unidos, centenares de niñas, adolescentes y mujeres jóvenes han sido secuestradas, violadas, torturadas, asesinadas; muchas otras permanecen desaparecidas. Erika es una de las 72 jóvenes sobre las que Martell averiguó, documentó. Estudiaba ingeniería civil cuando desapareció, el 11 de diciembre de 2000. Tenía 19 años.

En otra fotografía del cuarto de Erika se ven, desplegados sobre su cama tendida, un jean y una blusa que fueron suyos. Identidad: Martell retrató las habitaciones en las que vivían, en las que proyectaban futuros, lugares sostenidos para no resignar una batalla contra el tiempo y las historias horribles, para tener a la vista el sitio de una ausencia entrañable, para dejar margen a la esperanza de un retorno. Martell retrató la presencia de la ausencia. Las madres de estas chicas le han franqueado la entrada para que cuente, con sus fotos, de sus hijas hasta la hora del crimen, que el crimen no arrase por completo, al llamarle caso, además de la vida, la identidad. “María Guadalupe Pérez Montes, 17 años, estudiante de preparatoria. Desapareció el 31 de enero de 2009 en el centro de la ciudad”: en la foto enmarcada, en su dormitorio, se la ve vestida de fiesta, sonriente, con un ramo de flores en la mano. “Diana Noraly Piaga Reyna, 16 años. Desapareció el 27 de febrero de 2009. Trabajaba en una fábrica de productos electrónicos en el turno de la mañana.” “Blanca Grisel Guzmán, 15 años. Desapareció el 10 de octubre de 1996.” Los retratos, los osos de peluche, los cubrecamas prolijos, la luz tenue que se filtra por las ventanas.

DESESPERANZA Y ABANDONO

“Extrañar. Estar alejado del que te habita”, titula Martell su texto para la muestra. “Comencé a documentar los espacios y objetos personales de mujeres desaparecidas en 2005, a partir de los reportes de desaparición encontrados en las calles del centro de Ciudad Juárez. Se trataba de papeles mal copiados, con sus nombres, características físicas y una foto. Cada vez que las miraba, enmudecía hasta el alma. Desde ese momento no he dejado de sentir ese vacío.” “Estaba colmado de afiches, rostros, rostros, rostros”, dice Martell en la galería, ante sus fotos. “‘Bueno, pero esta gente, ¿quién es?’, me preguntaba. Llamé a uno de los teléfonos que aparecían ahí. Porque no es que empecé diciéndome ‘voy a hacer un documental’, para nada; es más, en los primeros encuentros era muy torpe, porque no tienes siquiera la sensibilidad ni el conocimiento para preguntar, para tratar eso. Hace poco me vi en un video y me daban hasta vergüenza las preguntas que hacía: ‘¿Usted cree que va a regresar?’. ¡Qué mala! Pero tuve mucho acompañamiento de las madres, que siguen haciendo reportes. Imagínate: una arqueología tremenda de la desaparición. En el caso de Erika, por ejemplo, yo tenía casi su misma edad, y a la madre un poco eso la conmovía. Casi como que actuaba de periodista, pero todavía no era un trabajo, era pura obsesión personal, ¿entiendes? Mucha curiosidad. Y a la vez, mucho nerviosismo. Se crea una atmósfera particular con estas historias. Para mí es muy importante poder presentar esto en Argentina, que se generara una relación con gente que entendiera. Ninguna ha vuelto a aparecer viva. Y muchas siguen sin aparecer.”

“Los secuestros y crímenes pueden ser por trata, pero también por muchas otras cosas –sostiene Martell–. Puede ser la policía, el padrastro, el funcionario de gobierno, el primo, o un vecino al que le gustaste, ¿entiendes? Es una locura. Se trata de una violencia que traspasa el tejido social de una manera muy fuerte, pasan cosas increíbles, pierdes tú también la cordura cuando te vas adentrando y viendo. Porque si encuentran algún cuerpo y detienen al criminal, en un juicio empiezas a escuchar cómo cuentan las aberraciones que hicieron. Lo que me ha interesado, en estos diez años, es qué sucede después. Hemos hecho de la violencia una cosa cotidiana, nos hemos acostumbrado a eso; ponemos los muertos en portada y la gente automáticamente se aleja. La agresión es parte de la descomposición social que tenemos. En Ciudad Juárez ya no funciona la familia, la religión, nada.”

“Toda esta situación estalló en Ciudad Juárez a comienzos de los ‘90 –sigue Martell–. En algunas casas a las que fui, yo era la periodista número ciento y pico. Entonces también se trata de romper un poco eso, porque las madres ya tenían lo que iban a decir. Así que mi interés fue otro, no era la nota o el reportaje, simplemente. Creo, entonces, que se generó otro tipo de información. Que igual, no sé si haga mucha denuncia. Las madres querían hablar de sus hijas, pero no pasa nada. Porque a los mexicanos, simplemente, no les importa. Tenemos un nivel de corrupción tremendo: ¡somos maestros! Te lo digo con vergüenza, porque soy parte. Somos nosotros: permitimos. Entró mucho dinero a las ONG, pero a las madres no les dan ni cinco, ni para que vayan a pegar sus reportes. Hay una desesperanza y un abandono tan grandes que a mí se me hace muy triste. Las primeras veces, cuando llegas, bueno, estás conociendo el tema, y no eres parte de eso, eres ajena. Pero con el tiempo empiezas a extrañar y a querer a gente que no conocías. Por las madres, que están llenas de anécdotas, de cosas. Nos quedamos platicando, y me dicen ay, Mayra, quédate. Es una cosa rara. No te la podría explicar desde lo profesional. Tú ves las fotos y no son así, las graaandes fotos, ¡qué va! Nada de eso. Pero la connotación es muy fuerte. Porque son personas que existieron, que ahora están, la mayoría, muertas.”

LA GENTE QUE SE QUEDA EN JUAREZ

Mayra Martell nació en Ciudad Juárez en 1979. A los 19 se fue a México DF, a estudiar fotografía; también estudió en Cuba y Estados Unidos. Volvió a Juárez en 2004, para trabajar en un libro sobre la ciudad. “Y ahí me encontré con una imagen muy torcida de la mujer, todas esas tiendas raras, y los carteles de los que te conté”, dice. Sin embargo, toma distancia de lo que llama “cierta connotación feminista”. “Yo me siento, más bien, humanista –dice–. Porque son padres, hijos, a los que también les rompen todo. Población vulnerable, allí, son niños, niñas, jóvenes. A nivel político, trato de llevarlo a otra parte. ¡Los padres están destrozados! Son las madres las que reciben los restos. Los padres son los primeros que se mueren. He visto mucha más fuerza en ellas. A lo largo de estos años he ido diversificando mi trabajo, la investigación: el índice de abuso de niños en Ciudad Juárez es tremendo. En cuanto a las desapariciones, en 2010 cambió la situación: aunque siguen desapareciendo mujeres, desaparecen más hombres. Por la guerra de carteles.” Martell vuelve sobre el factor feminismo: “En una charla, aquí, surgió esto de ‘es que es el machismo, el patriarcado’ –dice–. Sí, pero las mujeres educamos a los niños. Y es raro, porque aquí, por ejemplo, en un trabajo que hice en la Fundación María de los Angeles, con chicas que fueron rescatadas de la trata, pregunté quién había sido la primera persona que las había violentado: la madre. Y es muy fuerte. Somos, a veces, re bravas con otras mujeres. Yo lo he visto, y batallo mucho con eso. Hay mujeres increíbles, que te respetan, pero hay muchas que no. A mí me pasó: a mi hermano lo llevaban en carro y yo con doce años tenía que irme en colectivo. Llegas de trabajar, y te dicen: ‘Sírvele a tu hermano’ (se ríe). Es parte de la formación. Es una cosa de hombres y mujeres, de entender que lo que le hacemos al otro nos lo hacemos a nosotros mismos”.

Involucrarse a fondo le trajo algunos problemas. Graves. En 2010 tuvo un levantón: salía del supermercado y la cargaron en una camioneta. Estuvo secuestradas tres horas y pensó que no la contaba. Después supo por qué la secuestraron. Cuando desapareció Diana Noraly Piaga, de 16 años, a la madre no quisieron tomarle la denuncia: “Debe andar por ahí, no nos haga perder el tiempo”, le dijeron en la policía. Nunca la buscaron, y la madre empezó a poner cartelitos, en procura de algún dato. Martell dio cuenta de la situación con un artículo que publicó con seudónimo en un periódico; después de zafar del secuestro supo que habían llamado al diario y que allí habían revelado su nombre. Le dieron cuatro días para que se fuera de Ciudad Juárez. “Yo tenía un guarura, como un guardaespaldas, armado –cuenta–. Mientras me iba yendo, en un coche, oigo que pide refuerzos, porque nos seguían. Y se armó la balacera: ¡empezaron a dispararnos!”

Dice Martell que durante el secuestro estaba, ya, resignada. “Es que tú te metes allí, y sabes qué te puede pasar –dice–. Sabes: nadie me llevó. Hago estos documentales porque quiero. Yo entro y salgo, lo que me hace pensar en la gente que se queda en Ciudad Juárez.”

UN VINCULO, UNA COSA HUMANA, COMO ESPIRITUAL

“No puedo decir que esto sea puramente profesional, como que me traspasa –dice Martell–. Cuando llego a Juárez, veo los sitios, y voy diciendo ‘en esta escuela pasó esto’, ‘en este sitio pasó esto otro’. Empiezas a crearte mapas a través de la gente que conociste, que van trazando tu entorno.” Cuando vuelve para declarar en alguna audiencia, para avanzar en algún trabajo, tiene que tomar precauciones, variar el sitio en donde para. Ha hecho series documentales, también, sobre jóvenes asesinados por el ejército colombiano, o sobre la marginalidad en el barrio de Petare, en Caracas. Forma parte, además, de una ONG en la que da talleres de foto y video en poblaciones vulnerables. “Para que la gente aprenda a usar la cámara y a crear sus propios documentales –dice–. Más que nada como terapia, como el ejercicio de mirar y ser mirado puede sanar, aportar a la reconstrucción de la identidad.”

En esos recorridos por los mapas y el tiempo en Ciudad Juárez surge el Hotel Verde. Martell lo había fotografiado para aquel proyecto de retratar el sitio en el que nació. En 2011, en las afueras de la ciudad, encontraron 22 cuerpos. Se supo, también, que se trataba de una red de trata que funcionaba en el mismo hotel, que está en el centro de Juárez. “¡Pero si yo pasaba por ahí! –dice–. ¡Y las madres también! Imagínate, saber que tu hija estaba allí. Mónica, Diana, Cinthia: 9 de los casos que yo había documentado, estaban entre esas 22 chicas. Los tipos que fueron detenidos ahora están narrando las historias de ellas. Y las madres están enloqueciendo, ahorita. Un tipo cuenta lo que hizo otro, y así. Operaban con tiendas de zapatos en el centro: solicitaban chicas para trabajar. Llegaban y les decían: ‘Bueno, mañana traiga sus documentos’. Y se las llevaban. Unas historias terribles.”

Dice Martell que sigue con otros proyectos, pero que éste tiene un caudal emocional cargado a la vez de sentido y de sinsentido. “Muchas veces me pregunté, con las madres, ‘¿para qué las haces llorar, vale la pena estar molestándolas?’. Pero al final quiero pensar que estoy haciendo las cosas bien, que de algo sirve que traiga una muestra, y que ellas estén de acuerdo, y ser respetuosa con lo que estoy haciendo.” De la gente que viene aquí, a ver la muestra en la galería, le llama la atención, de repente, verla suspirar. “Ese suspiro dice mucho –plantea–. Porque no es una exposición para disfrutar: vas a salir triste, ¿entiendes? Pero vienen, ven las fotos, y tienen ese gesto que, siento, energéticamente produce algo. Yo lo veo como un tipo de velatorio, de extrañamiento, de esta gente que se va. Es muy fuerte, son las habitaciones de ellas, los sitios que dejaron, a los que no pudieron volver. Entonces se crea un vínculo, una cosa humana, como espiritual. Quién sabe...”

Retrato de una identidad
Mayra Martell
Galería Arte x Arte, Lavalleja 1062
Hasta el 26 de septiembre

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