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Domingo, 19 de octubre de 2003

Yo soy aquel

Bowie sigue en su buena racha: suena más atemporal que nunca y prueba, una vez más, que no envejece sino que se añeja.

POR RODRIGO FRESAN

ya hace tiempo que quien firma esto ha renunciado a intentar entender a David Bowie –la vida es tan corta, no hay tiempo para todo ni para todos– porque está más que ocupado intentando entender a Bob Dylan. Lo cierto es que dejé de entender a Bowie en 1989 (cuando le agarró la locura aquella de Tin Machine) y, desde entonces, me he limitado a disfrutar de sus ascensos y caídas y, ahora, de esta altura crucero tan parecida a la felicidad de haber alcanzado un cielo despejado y sin sorpresivas turbulencias.
Hace unos días, Bowie –ahora maduro genio de las finanzas, marido de la top-model Iman, obsesivo cuidador de su site en Internet– fue noticia porque declaró en una entrevista que en su inminente gira se vería obligado a utilizar un teleprompter (uno de esos atriles transparentes donde te soplan lo que hay que decir) porque sentía que había perdido buena parte de su memoria por culpa de su monumental ingesta de drogas durante los últimos setenta y primeros ochenta. Bowie dijo todo esto en el contexto del lanzamiento de su nuevo trabajo Reality. Once canciones -tres más en el CD extra de la special edition, una de ellas una revisión del clásico “Rebel Rebel”– paradójicamente memoriosas y que se inscriben en la misma estela de sus trabajos inmediatamente anteriores. Como en hours... (1999) y Heathen (2002), Reality –felizmente cansado de salir a buscar el nuevo modelo de la megamodernidad, la máscara novedosa de un nuevo personaje– se dedica a practicar el más saludable de los autohomenajes y suena al atemporal Bowie clásico que, por fin, se ha convencido de que ya no tiene nada que probarle a nadie. En la portada, Bowie aparece dibujado mitad manga y con ojos enormes à la perversa y naïf Margaret Keane. Adentro, lindas canciones bowiescas y raras como la psycho-jazzy “Bring me the Disco King”, dos covers inteligentes (el “Pablo Picasso” del primer Jonathan Richman y “Try Some, Buy Some” de George Harrison) y –tal vez lo más importante de todo– dos tracks que, después de tanto tiempo, pueden aspirar a hit-singles y a un futuro grandes éxitos Changesthree: “New Killer Star” (con alusiones a aquel 11 de septiembre) y la histérica y peterpánica “Never Get Old”, donde Bowie aúlla: “Jamás serán suficientes las drogas, jamás voy a envejecer”. Y después va y se queja de que no se acuerda dónde dejó las llaves.

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