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Domingo, 19 de octubre de 2003

Los chicos no están bien

Travis ya no es la banda que elevaba las canciones con acné a la categoría de obras maestras. Ahora se parece demasiado a Radiohead.

POR R.F.

En un hipotético colegio primario del neo-pop inglés, Radiohead vendría a ser el niño autista; Coldplay es ese chico mejor-alumno que no es que estudie mucho sino que tiene una memoria privilegiada y una envidiable capacidad simbiótica-camaleónica-fagocitaria; The Coral es el curioso que un día abre un cajón prohibido y se traga todas las drogas de papi y mami. Y Travis, sin dudas, se constituiría en el perfecto muchacho hipersensible que en unos años se enamorará para pasarla bien y mal al mismo tiempo mientras sueña con viajar a París para sentarse a escribir poesías en un café con vistas al Sena. Travis (cuarteto formado en Glasgow, 1991) parece girar alrededor del rostro de tipo bueno y simpático de Fran Healy: de esas canciones tan canciones que despertaron la admirada y confesa envidia de Paul McCartney y que le ganaron los premios musicales más serios y prestigiosos del Reino Unido, así como el amor incondicional de una nutrida masa de fans y el sólido desprecio de buena parte de la crítica que suele considerarlos un tanto soft. Lo que –esto último– no es justo: Travis se inscribe dentro de esa rama del pop juvenilista y soñador que incluye tanto a los primeros Simon & Garfunkel como a los primeros Sui Generis: canciones con acné elevadas a la categoría de obras maestras. Así, el debut un tanto irregular de Good Feeling (de 1997, todavía un poco contaminado por todo eso del brit-pop de Oasis y Blur) fue seguido por los formidables The Man Who (1999) y The Invisible Band (2001), ambos desbordantes de pegadizos singles y de luminosas canciones sobre sombríos lobos esteparios compuestas con mano y receta infalibles: canciones contentas sobre asuntos tristes. Imposible resistirse.
Con el recién aparecido 12 Memories, parece, ha llegado el momento de crecer, de tomar conciencia, de sufrir en serio y como adultos y, ay, parecerse un poco más a Radiohead y a Coldplay. Resultado: adiós a aquellas melodías cristalinas y hola a un disco más denso, con más ruiditos, con letras angustiosas envueltas en una música turbia donde se extrañan aquellos estribillos implacables y en las que –por lo menos durante las primeras audiciones, ya veremos qué pasa después– sólo el primer single, “Re-Offender”, evoca esos días inocentes y soñadores en los que Travis –como Holden Caulfield– no perdía la sonrisa a la hora de cantarle a su afortunadísima mala suerte.

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