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Domingo, 28 de diciembre de 2014

CLASICA Y MODERNA

MUSICA Tiene 25 años, nació en Miami y este año con su disco debut Woman Child puso de rodillas al exigente mundo del jazz, incluso a los exigentes críticos de la canónica revista Down Beat, que en su encuesta anual le dieron todos los premios. Cécile McLorin Salvant, con su voz asombrosa, ya es la cantante de jazz más importante surgida en las últimas décadas, con un pie en las raíces haitianas de sus padres y otro en el más exquisito repertorio tradicional –y no tanto– norteamericano.

 Por Diego Fischerman

Un comienzo es una cuestión de principios. Y el de Woman Child no podría serlo de una manera más explícita. El disco que arrasó con todos los premios posibles en la encuesta de críticos de la revista especializada Down Beat podría iniciarse con el segundo tema. Sería más lógico. Allí está el grupo, perfecto, ajustado, potente. Allí suena “I Didn’t Know What Time it Was”, esa canción imbatible compuesta por los imbatibles Richard Rodgers y Lorenz Hart. Ese territorio seguro ya transitado por Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald, entre tantas otras. Pero Cécile McLorin Salvant, la (casi) debutante más exitosa de la historia del jazz, elige otra cosa.

La voz, con un asombroso manejo del color y de los cambios de densidad, se acomoda y se enrosca en una guitarra solitaria. Es un blues, claro. Lo cantaba Bessie Smith en 1920. Y gran parte de la sacudida que el mundo del jazz recibió por parte de esta chica de 25 años, que se viste como si recién hubiera llegado a Nueva York, pero en 1955, y usa unos anticuados anteojos de armazón blanca –lo anticuado: esa forma de la modernidad–, tiene que ver con eso. Con el mensaje que transmite esa “St. Louis Gal” con la que empieza Woman Child. Si toda nueva cantante de jazz con personalidad y estilo propio es, para el mercado, la gran esperanza negra, una que transmita a la vez juventud y reverencia por las raíces afroamericanas (la niña mujer de la canción compuesta por ella y que le da título al álbum, al fin y al cabo) es como tener todos los números de la lotería. Que la más canónica –y canonizante– de las listas de “lo mejor de”, a las que el universo del jazz es afecto por naturaleza, la haya entronizado en su sexagésimo segunda edición anual, otorgándole cuatro premios, tiene que ver, posiblemente, con ello. Pero también con la indudable calidad de Cécile McLorin Salvant y con las bellas artes de su arreglador y pianista, el talentoso Aaron Diehl, y del grupo integrado por James Chirillo en guitarra y banjo, y los ya veteranos Rodney Whitaker en contrabajo y Herlin Riley en batería.

Cécile McLorin Salvant, nacida en Miami de padre haitiano y madre francesa, fue educada en el Conservatorio Darius Milhaud en Aix-en-Provence, donde fue alumna de improvisación del clarinetista Jean-François Bonnell, que la acompañó con su quinteto en un primer disco llamado Cécile, grabado en Francia en 2010, cuando ella tenía 21 años. Ese mismo año fue premiada en la prestigiosa competencia organizada por el Instituto de Jazz Thelonious Monk, por un jurado conformado por Patti Austin, Dee Dee Bridgewater, Kurt Elling, Al Jarreau y Dianne Reeves. Y ahora ganó la encuesta de Down Beat a la vez como mejor cantante y como mejor cantante rising star (“estrella naciente”). Si se piensa que Woman Child es su primer disco publicado en los Estados Unidos, la segunda categoría le queda tan cómoda como la primera. Pero lo que se deduce de los resultados es que quienes no la votaron en una, lo hicieron en la otra. Es decir que la totalidad –o casi– de los 154 críticos convocados la eligieron a ella, por sobre Cassandra Wilson, Dianne Reeves, Dee Dee Bridgewater y Luciana Souza, entre otras.

También fue elegida “artista de jazz del año” en la categoría “estrella naciente”, lo que no resulta sorprendente. Lo que sí lo es, y en toda la línea, es que su disco haya sido premiado como edición del año. Y es que resulta casi imposible que un cantante se imponga a sus colegas instrumentistas, arregladores o compositores. Para el imaginario del género, el jazz vocal ocupa un escalón evolutivo algo inferior. Todos aman a los grandes vocalistas, pero a ninguno de ellos se le dedican capítulos completos en la historia del jazz. Además, y mucho más acá de la abstracción, están los nombres propios. En este caso, concretamente, el disco de Cécile McLorin Salvant fue más votado que los de Ambrose Akinmusine, Dave Holland con el supergrupo Prism, el Pat Metheny Unity Group y el trío de Keith Jarrett.

Entre el prometedor pero secreto Cécile y la explosión de Woman Child hay un punto de inflexión: la competencia Thelonious Monk. Y no se trata sólo de lo que ser premiado allí significa para los artistas de jazz sino de algo mucho más prosaico. El día que McLorin Salvant ganó, entre el público estaba un representante de artistas llamado Ed Arrendell. Un manager que, hasta ese momento, tenía un solo cliente: Wynton Marsalis. Ahora tiene dos. “Cécile era diferente”, contó a Down Beat en su edición de agosto de 2014. “Ella tiene una sinceridad, una espiritualidad. Hay algo en su sonido, en su estilo, que comunica que ella ha entendido la tradición que representa.” El compromiso de McLorin Salvant con el jazz, sin embargo, nació bastante recientemente. Cuando entró al Conservatorio Darius Milhaud lo hizo para estudiar el barroco francés y, según cuenta, fue Bonnel quien la hizo cambiar de planes. “Ya a los 8 o 9 años yo pensaba que sería cantante. Pero me imaginaba cantando ópera. O musicales. En realidad no tenía la menor idea. Lo que veía me gustaba. Más bien lo que quería era cantar para las películas de Disney, que me fascinaban.”

El cuidado más extremo, nota por nota y a veces más allá, en las infinitas inflexiones con las que es capaz de desarrollar un solo sonido, suena siempre con la máxima fluidez y naturalidad. En su disco hay dos o tres señales claras hacia la tradición del jazz y el blues: “John Henry”, un tema tradicional del siglo XIX; “You Bring out the Savage in me”, una pieza que había cantado Valaida Snow en la década de 1930 (y que desde ese entonces no aparecía en el repertorio de nadie); y la exquisita relectura de “Jitterbug Waltz”, del pianista Fats Waller, interpretada aquí sin piano. Pero lo que importa, como en esas imágenes donde la figura y el fondo intercambian sus papeles según cómo se las mire, es aquello en donde jamás podría ser confundida con el pasado. Y, para refrendar el presente, están también los temas propios, como el que titula al disco, o la bellísima “Le front caché sur tes genoux”, en que McLorin Salvant pone música a un poema de Ida Faubert, una escritora feminista haitiana que vivió en París hasta 1969 y había sido hija de Lysius Salomon, presidente de Haití entre 1879 y 1888. Allí están, sobre todo, su voz, la elección del repertorio y su manera de interpretarlo. La manera en que están concebidos los arreglos, con un manejo experto de la sustracción y de la posibilidad de llevar las texturas a un adelgazamiento extremo. La capacidad de estallido de un grupo perfecto. Un control de la expresividad de una meticulosidad tal que, con apenas un poco menos de swing, podría resultar manierista. Allí está la cantante de jazz más importante surgida en las últimas décadas. Y, como bien saben los astrónomos, no son tantas las oportunidades para ver nacer una estrella.

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