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Domingo, 18 de enero de 2015

TANGO DE LA BUENA SUERTE

 Por Mariano del Mazo

La música popular italiana ha sido azotada en la última mitad del siglo XX por la maldición de San Remo. Pese a que han surgido y han pasado notables artistas por su escenario, las características del festival nivelaron hacia abajo e impregnaron casi todo con un rancio vaho más meloso que melódico, más comercial que popular. En los márgenes, casi como contrapropuesta, se fortaleció una exquisita canción de autor que tuvo a partir de fines de los ’70 a Pino Daniele como uno de los faros musicales que rastrilló la bota desde el fondo del pozo, esto es, desde Nápoles, su patria. Pino Daniele acaba de morir a los 59 años y el sur lo lloró como lo que fue: una de sus más lúcidas voces. Diego Armando Maradona, que conoce el paño de las tensiones sociales de la región, escribió en su cuenta de Facebook: “Chau Pino, estarás siempre en nuestros corazones”.

El saludo no es azaroso. Más allá de la sintonía fina que maneja Diego para estar atento a los casos que provocan conmoción popular genuina, Daniele le escribió la canción más bella y tal vez la menos conocida en la Argentina. Se sabe: las canciones dedicadas a Maradona son un género en sí mismo. Hay más de cincuenta. Las más famosas son las que compusieron, en diferentes momentos de la insondable vida de Diego, Fito Páez, Peteco Carabajal, Rodrigo, Los Piojos, Charly García, Manu Chao y otros. La de Pino Daniele es un tanguito perdido, que destaca por melodía, por interpretación, por buen gusto: “Tango della buena suerte”. Sin el crescendo de “Dale alegría a mi corazón”, sin la épica del tema de Andrés Ciro, sin el tribunerismo de Rodrigo o Manu Chao, la canción de Daniele –disponible en YouTube– se desliza por una sutileza desgarradora, un susurro spinetteano que, al pasar, nos recuerda que el tango argentino hunde sus orígenes en los puertos del sur italiano. Daniele imaginaba al 10 como “un viento de la Argentina, con sus ojos abiertos de par en par”. Salió publicado en el disco de 2004, Passi d’autore, y fue, según él mismo dijo, fanático mal del Napoli, “un agradecimiento por tantas tardes mágicas vividas en el Estadio San Paolo”.

Desde su debut solista en 1977 con un disco significativamente titulado Terra mia, Daniele abordó Nápoles sin subrayados obvios. En la ciudad de la canzonetta tendió un puente entre Roberto Murolo y el blues que lo acercaba aún más al continente africano que ardía un poco más abajo. Murolo fue un cantante absolutamente extraordinario, de principios de siglo XX, cultor de un estilo interpretativo incorruptible, algo así como el Gardel napolitano. Daniele llegó a producirle un disco en los últimos años de su vida –el crepuscular Roberto Murolo and Friends– y, sin especulaciones, continuó a su modo el legado. Cantó muchas veces en dialecto napolitano pero incorporó elementos del rock, del blues, del jazz y el varieté y, con una obra más condensada y de alguna manera más política que la del gran siciliano Franco Battiato, fue la contracara sureña de artistas como Paolo Conte, Lucio Dalla, Lucio Battisti, Francesco di Gregori y Fabrizio de André.

Daniele fue parte de la camada que, partiendo del gran melodrama italiano, pusieron al día el movimiento que motorizó con fuerza en su momento Domenico Modugno, y que tapizaron de popularidad Mina y Adriano Celentano, entre otros. Como ocurre con Brasil, la soledad idiomática de Italia ha cimentando una música popular propia orgullosa y endogámica. En una época –otra vez, San Remo– Italia exportaba artistas. Cada vez menos.

Además de cantautor, Pino Daniele fue un guitarrista consumado. Tocó con Eric Clapton, con el Gato Barbieri, con Nana Vasconcelos, Pat Metheny, Chick Corea, Mina, Gino Paoli. Escribió las bandas de sonido de las películas Ricomincio da tre, Le vie del Signore sono finite y Pensavo fosse amore invece era un calesse, todas dirigidas por su amigo Massimo Troisi.

La última gira la realizó el año pasado y la tituló “Nero a metà”, una autocelebración de su disco del mismo nombre editado en 1980. Esa “mitad negro” en vivo fue, finalmente, su última declaración de principios. Parafraseando a John Lennon, sentía que Nápoles era “lo negro de Italia”.

El primer tema de su primer disco solista se llama “Napule è” y marcó lo que vendría.

Nápoles es mil colores
Nápoles es mil miedos
Nápoles es la voz de los niños
que se levanta despacio
y vos sabés que no estás solo.

Nápoles es un sol amargo
Nápoles es olor a mar
Nápoles es un papel sucio
y a nadie le importa
y cada uno espera la suerte.

Nápoles es un paseo
por los callejones entre la gente
Nápoles es todo un sueño
y la conoce todo el mundo
pero no saben la verdad.

Pino Daniele sabía la verdad, y no se la llevó a la tumba. Late en su obra.

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