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Domingo, 2 de noviembre de 2003

OJOS DE VIDEOTAPE ESTRENOS DIRECTO A VIDEO

Que ves cuando me ves

Mezclando la cibervirtualidad, el video hogareño y las premisas de los reality show, nace un nuevo género del cine de terror adolescente. Sus dos primeros exponentes –Miedo.com y La cámara secreta– no auguran un futuro muy promisorio.

Como la burbuja del negocio puntocom, el fenómeno estaba destinado a trasladarse al cine y, tal vez, a cuajar en un subgénero igualmente efímero y volátil. El exponente más notable de la serie, que combina Internet, video y reality show, sería El proyecto Blair Witch, en el que el soporte de registro hogareño es central al argumento y el fenómeno del negocio (de un film de presupuesto ínfimo) se generó desde la red. A lo que hay que agregar, entre aquel estreno (hace cuatro años) y ahora, la popularización del formato Gran Hermano. Así es como llegan al video local, a fines de 2003, dos películas que se estrenaron en sus países de origen (Estados Unidos e Inglaterra) hace no más de un año y ya parecen estar llegando tarde.
Una, la peor, la norteamericana, se llama Miedo.com, una historia de fantasmas en la que quedan involucrados los incautos que ingresan a cierto sitio Web. Las pocas ideas interesantes que encierra fueron descaradamente robadas de un film japonés reciente llamado Kairo (Kiyoshi Kurosawa), que a su vez rapiñaba con demasiada obviedad el suceso de la escalofriante versión nipona de Ringu (rehecha el año pasado en Hollywood como La llamada). La otra película, producción británica con alguna participación francesa rodada en un ambiente boscoso, blanco y desolado de Nueva Escocia (Canadá), es más interesante, aunque tampoco es nada del otro mundo. En rigor, no trata de cosas del otro mundo sino de otras bien terrenales: el cine snuff (cine de circulación clandestina que, realidad o leyenda urbana, incluye muertes verdaderas). Combinación un poco deforme de El Gran Hermano y Blair Witch, La cámara secreta (My little eye en el original), del director Marc Evans, sorprende a los cinco participantes (tres chicos y dos chicas de veintipico) de un reality show en la última semana de una internación de meses sostenida por una consigna grupal: si alguien abandona la casa, todos pierden el premio de un millón de dólares. Todos están evidentemente hastiados por el confinamiento y la convivencia, y la paranoia colectiva se desata en esas últimas jornadas cuando deja de llegarles el alimento provisto por “la compañía”.
Los personajes son esquemáticos, las situaciones poco originales y la casa definitivamente no es el Overlook Hotel de El resplandor. Sin embargo, hay algo interesante en la idea de que todo el asunto esté narrado desde el punto de vista de las numerosas webcams instaladas para seguir el reality show. La resolución, al menos, no termina convirtiéndolo todo en otra fábula previsible, negra y moralista, sobre una juventud descarriada, ni –otra posibilidad demasiado obvia– sobre el voyeurismo. Y pesa sobre el género –que no promete un gran futuro– un interrogante decisivo: ¿por qué debía inscribirse dentro del cine de terror adolescente? En parte, piensa Evans, porque “Gran Hermano puede ser una experiencia horrorosa”. Y agrega: “Como cualquiera, tengo una relación enteramente de amor-odio con él. Hay un sentimiento masivo de autodesprecio cuando uno lo ve, pero aun así lo ve. He visto cada serie y todavía no he llegado al fondo de la cuestión de por qué es tan compulsivo. Pero lo es. No tengo una objeción moral, pero creo que explotatanto a la gente que lo ve como a la que participa. Hay algo de terror psicológico; algo definitivamente cruel”.

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