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Domingo, 1 de febrero de 2015

MúSICA. LAS CANCIONES OCEáNICAS DE LA CANTAUTORA MENDOCINA MARIANA PARäWAY

SIRENA EN EL DESIERTO

 Por Juan Ignacio Babino

“¿Me das dos minutos que estoy en una entrevista con Piñón Fijo? Y manda un beso Piñón.” Del otro lado, la voz suave y amable de Mariana Paräway propone una breve espera. Ella está en medio de algún valle en la ciudad de Alta Gracia y hace no muchas horas tocó en la fecha inaugural del 9 Encuentro de cantautores de esa ciudad. Y que haya tocado en un festival de cantautores la ubica sólo en parte, porque si bien su música y sus canciones tienen ese rasgo, el de la cantautoría, es la veta cancionística la que brama en su música. “Un amigo me dijo que hago neo-folk. Puede ser, no lo sé realmente”, dice.

Entre idas y vueltas, ella volvió –de alguna manera y sólo por ahora– al lugar de origen: Mendoza. Nació en General Alvear –su nombre real es Mariana Porta, tío DJ, abuelo violinista–, vivió en La Pampa y Buenos Aires para finalmente radicarse en la capital mendocina. Allí es donde, entre clases de música para niños y niñas de entre cuatro y siete años y sus canciones, vive y anda. No es un detalle menor, éste, el de las clases: hoy día tiene de alumna a la nieta de una de las profesoras de música que recuerda con más cariño. Y ésta es una de las cosas que definen a su nuevo disco, Hilario (Concepto Cero, 2014): no la casualidad, sino la causalidad; de qué manera las cosas se suceden para que otra cosa –quizás más grande aún y más inesperada– suceda. Los “hilos” que atan a las personas y a las cosas. “Me enrosqué mucho –explica– con esto de que no es casual que nos encontremos con ciertas personas en la vida, cómo te va llevando y cómo te das cuenta que estamos todos un poco entrelazados. Y esas palabras tienen mucho que ver con hilo. Por eso Hilario es un muestrario de hilos y de lazos, entre la gente, entre las canciones, entre uno mismo con uno mismo.” Antes de Hilario, Mariana editó dos discos que, a la distancia, pueden pensarse como un proceso lógico: El tiempo (2011) era sólo su voz y su guitarra, ahí, como desnuda, y en Los Peces (2012) la instrumentación es otra y empiezan a aparecer cosas que antes no: guitarras eléctricas, algunas percusiones, programaciones. “Mi primer disco es sólo guitarra y voz. Las canciones tal como las compuse, sin arreglos ni nada. Siempre pensaba que el bajo, la batería, las cuerdas no pegaban con mi música. En el segundo disco uno se está conociendo y buscando y creciendo. Uno va cambiando. Y ahora en este disco, trabajando con Leandro Lacerna, le dije ‘tenés la libertad absoluta de deshacer los temas como vos quieras’. Y el disco tiene muchísimos instrumentos, texturas. Esa apertura que se va dando es lo que hace que en este tercer disco haya tantos timbres y demás.”

La constante, sí, es la rareza –a esta altura ya habitual en ella– de que cante en otros dos idiomas: inglés y francés. Esas canciones sugieren que la búsqueda en esos registros es más sonora que textual. Por eso, esas pronunciaciones. “Yo tengo un recuerdo –explica– de ser muy chiquita y cantar canciones en inglés, obviamente un inglés inventado, que me producían algo interno aunque no supiera qué estaban diciendo. Y a mí la música me pasa primero por el sentido del corazón que por el sentido del intelecto. La música que me hace vibrar, que me emociona, es ésa. Ese sonido que te conmueve. La cuestión de los idiomas pasa exclusivamente por la sonoridad, por tener, además, otra cosa que suena, que está sonando ahí. Y que está diciendo sus cosas, no para entender sino para sentir.”

En definitiva, Hilario es un disco más: más profundo, más arriesgado, más rico instrumental y tímbricamente, más producido. Y sí, claro: más bello. Además de guitarra criolla, charango y arpa –instrumentos que Mariana domina y toca habitualmente en vivo– hay bajos, programaciones, hammond, cuerdas, theremin, percusiones, guitarras eléctricas. Once canciones que van del registro más cercano al formato pop –“Sirena”– a “The Pact” –ella en el piano mostrando su costado songwriter–, pasando por ciertos giros folklóricos en “Hilaria”, “Marinera/La llorona” y “Azul”, ese aire de baguala donde canta: “sola, sola con la noche, sola, noche no te me adentres. Noche vete lejos y llora por mí”. El disco, además del muestrario de lazos –la edición de lujo viene con postales, aguja, hilo y una guía para coser– tiene una presencia explícita: el mar. No por nada el personaje que ilustra la tapa –todo en gamas de azules y celestes– es un hombre barbado y lleva una pequeña ancla a su costado: un marinero. “Quizás sea un poco eso de idealizar el mar como un lugar de absoluta libertad, como lo que no tiene fin casi, y que la montaña te pone un límite inmediato, ¿no? En el mar parece que podés seguir, seguir y seguir. Y también tiene esto de los marineros, que son solitarios, la cuestión melancólica de los puertos. Siguen yéndose y eso me parece un concepto interesante. Y tiene que ver conmigo, me pasó muchas veces de llegar a mi casa de viajar por tocar, desarmar la valija y ponerme a llorar”, dice. Y agrega: “No es fácil saberse nómada. Porque hay un montón de relaciones que uno no puede sostener en el tiempo: de amistad, de familia, de pareja, con uno mismo. No tener raíces, y aceptar eso y empezar a quererme desde ese lugar, fue muy difícil. Por eso el disco habla mucho de marinera, del mar, de no tener rumbo fijo”. Por eso, en “Hilaria” canta: “queda mucho por nadar, contracorriente sin mirar atrás”. Por eso, en “Sirena”: “puedo descifrar mi código marino, desprender y enterrar mi antiguo estado andino”. Entonces vale pensar el disco en su recorrido: el barco, la balsa que zarpa en aguas amables, de a poco adentrándose hasta que el horizonte ruge con una canción, con una tormenta en medio del mar, del océano. Esa tormenta, esa canción –uno de los puntos más altos del disco– es “Verano/sturm and drong”, con arreglos y dirección de cuerdas a cargo de Alejandro Terán. “Quiero todo, le dije a Terán, en esa canción. Y lo hizo. Es un tema compuesto en el arpa. Es como una tormenta. El verano tiene esas tempestades, esas tormentas fortísimas que al rato se disipan. Me imaginaba que todo después de la tormenta vuelve a nacer de alguna manera”. Y si todo, después de la tempestad, vuelve a nacer, ahí están esas dos últimas canciones: “Azul” y “The Pact”, donde esa guitarra reverberada que acompaña el piano y su voz podría ser, tranquilamente, esas ondas espiraladas de cuando algo cae al agua, mansa finalmente. Un disco sobre el mar llegado de una provincia que se levanta sobre un desierto. Inventar ese mundo, ese caudal de agua, ese animal –otro además de la montaña– que no está pero hay que traerlo. Con canciones, con cantos de sirena entre las rocas.

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