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Domingo, 15 de marzo de 2015

LABERINTO DE PASIONES

Fue tanto protagonista como espectador de esa movida que comenzó alrededor de 1982, apenas finalizada la Guerra de Malvinas y que alcanzaría hasta entrados los años ’90. Se la denominó under, una palabra que, según aclara, todos ellos rechazaban. El –protagonista y testigo– es Fernando Noy y ellos son Batato, Urdapilleta, Klaudia con K, Vivi Tellas, Mosquito Sancineto, Tortonese, las Gambas al Ajillo y una larga lista de actores, performers y personajes variopintos. En 2004 Noy hizo un programa con sus historias para Canal (á) que ahora se ha convertido en un libro de testimonios y recuerdos de flamante publicación: Historias del under (Reservoir Books), que revisita una época que aún irradia sus fulgores, pero que permite hacer un balance de estéticas, sociabilidades y estilos –a pesar de dar una impresión de caos e improvisación– que fusionaron teatro y danza con poesía y artes visuales. Una época signada por el desenfado en medio de la desesperación, la luz entre fragmentos oscuros, la enfermedad en medio de la vitalidad.

 Por Salvador Biedma

Es una catarata. Anécdotas, años, nombres propios van encadenándose, imparables, en la voz de Fernando Noy. La sola mención de una persona deriva en una explicación que él se resiste a interrumpir y, en eso, surge otro nombre que inicia otra larga historia. Aunque la idea es centrarnos en su nuevo libro, está determinado a explicar cómo llegó a ser representante del Cuchi Leguizamón. Entonces, toma un desvío y se remonta a un concierto de Mercedes Sosa que él produjo en Brasil durante la dictadura militar. De ese relato se desprende que fue testigo del momento en que la tucumana escuchó por primera vez a Suna Rocha y Raúl Carnota y recuerda que, en cuanto ellos terminaron “Grito santiagueño” –hace una pausa para cantar la primera estrofa–, Mercedes Sosa gritó (la imita, levanta la voz): “Eso es mío”.

De ahí, por alguna asociación, puede saltar a anécdotas con Marta Minujín, Pedro Lemebel, Tanguito, Alejandra Pizarnik, Antonio Gasalla, a la visión de Janis Joplin durante un viaje de drogas en Francia o a la admiración por artistas actuales como Sofía Viola. Entre tantos recuerdos atropellados, en ese laberinto de historias, con la mano se estira el cuello de la remera hacia abajo y hacia la derecha para mostrar parte del pecho, para que uno vea que, sin cirugía ni nada por el estilo, algo en su geografía le permite decir: “Los resultados de ciertas investigaciones dan un 80 por ciento de feminidad en mi cuerpo”. Unos minutos después vuelve a estirar el cuello de la remera, hacia abajo, ahora hacia la izquierda, mientras comenta la fascinación de Batato Barea por la piel de Klaudia con K, que murió el día anterior a esta entrevista, el 5 de marzo. Por eso, Noy casi no ha dormido.

Klaudia con K estuvo entre los tantos personajes del under de los ’80 y ’90. “Fue la primera travesti que se desnudó frente a los espectadores”, asegura Mosquito Sancineto en el recién editado Historias del under. Noy toma un desvío, explica que desde hace tiempo ve la muerte como una casa de citas a la que llama Hotel El Infinito (en otros momentos asegura que la gente no muere para él, que necesitó convencerse de que la muerte no existe, que sigue viendo a las personas después de muertas), y dice que Klaudia con K “era la odalisca travesti con la que Batato Barea armó millones de numeritos; tenía una mirada de tanta inocencia dentro de lo obsceno que esa fusión no se podía creer”.

Historias del under fue un programa de trece capítulos, escrito y conducido por Noy, que emitió Canal (á) en 2004. Se adaptó ahora a formato libro, con interesantes agregados, a partir de una propuesta de Tranquilo Producciones, la empresa que había llevado adelante el ciclo. Para eso, fue necesario desgrabar, reescribir, todo un proceso en el que colaboró Marcos Mayer. Noy afirma que hubo que hacer una “acrobacia” porque, desde luego, hay grandes diferencias entre una pantalla y un libro. Muchas veces él figura nombrado en tercera persona, como si otro hubiese escrito esas páginas. “No me quedó otro remedio”, explica. “Hablo de la época en un tono neutro, están los testimonios de los demás y, si no me ponía de ese modo, mi voz no aparecía. Asumí mi dualidad, mi luna en Géminis, y punto.” Usa el “yo” en el capítulo sobre Barea, pero en general la primera persona no aparece. Ya habrá “un ego absolutamente habitado desde el yo” en el Diario de insomnio que está preparando, que recorre las experiencias de toda su vida y seguramente saldrá en 2016.

Se hace difícil no pensar Historias del under en relación con otro libro de Noy: Te lo juro por Batato, publicado en 2001 por el Centro Cultural Rojas. Los dos construyen una sucesión de imágenes que se centran en la misma época, en los dos hay una multitud de voces que participaron en aquella movida, son muchos los protagonistas-testigos que hablan en ambos textos: Helena Tritek, las Gambas al Ajillo, Laura Ramos, Humberto Tortonese, Los Melli... Aunque uno es una biografía coral y el otro funciona como el registro de un ambiente, Batato Barea y el under están aunados en la memoria de muchos (“Batato era el poeta, el cráneo, la luz de toda esa movida”, dice Noy). Estos libros se complementan, juntos dan una idea bastante clara de lo que fue ese entorno.

Noy está un poco asombrado por la repercusión de Historias del under. No es que no la esperara, pero comenta que por primera vez publica en una editorial “mainstream” (Reservoir Books, del grupo Penguin Random House) y nota que existía una avidez por el tema del libro. Aunque la palabra quedó estampada en el título y él mismo la usa constantemente, afirma que en su momento odiaban el término “under”.

¿Cómo te suena hoy esa palabra?

–Es como si oyera llover, como si dijeras “gol”. Nosotros decíamos “engrudo”. Medio drogadas y borrachas, veíamos las letras de “underground” entremezcladas y dije: “Es un engrudo”. Tampoco usábamos la palabra “performance”. Con Batato, en las gacetillas, poníamos “numeritos a cargo de...”.

¿Y palabras como “varieté” no les molestaban?

–No. Eso nos sonaba más a trolas francesas, no venía del imperialismo yanqui.

Sin embargo, se usaba “clown”, que viene del inglés.

–Sí, todo viene... pero queríamos mostrar cierto inconformismo. Tampoco éramos “gays”, éramos putos.

¿Te lo juro por Batato e Historias del under sólo se podían contar dando espacio a distintas voces?

–Para el libro de Batato yo podía contar nuestra gran alianza, pero necesitaba que alguien corroborase esas historias, tenía miedo de que la gente no me creyera, una especie de paranoia mitómana. Entonces, entrevisté a Hebe de Bonafini, María Elena Walsh, Gasalla y muchas otras figuras que conocieron a Batato.

CULTIVO UNA ROSA NEGRA

Noy volvió a Argentina en 1982. Se había exiliado en Brasil en los ’70. Allá descubrió que, pese a la feroz dictadura, había “zonas encantadas” en las que los militares no se metían, donde estaba permitido “un tráfico de la autenticidad, el placer, la desmesura”. Conoció ahí el tropicalismo y cuenta que brilló en los carnavales. Sonríe al oír el nombre de Mijail Bajtin, presta atención a la cita: “El Carnaval une, acerca, compromete y conjuga lo sagrado con lo profano, lo alto con lo bajo, lo grande con lo miserable, lo sabio con lo estúpido, etcétera”. Las palabras de Noy atropellan: “Se puede decir, entonces, que el underground fue un Carnaval permanente”.

Hablamos de un ámbito donde se cruzaban géneros y disciplinas, donde se tomaban textos clásicos y se los deformaba, donde se parodiaban canciones arquetípicas de décadas anteriores o alguien recitaba poesía española mientras tiraba verduras al público. En algún momento, Noy, Barea, Urdapilleta y Marcia Schvartz recorrieron los carnavales porteños sumándose a la murga Los Viciosos de Almagro.

La música, el teatro, las artes visuales, la danza y la poesía se mezclaban –muchas veces con vestuarios reciclados, accesorios tomados de la basura, maquillajes robados– en lugares como Café Einstein (inaugurado en 1982), Cemento (1985), el Parakultural (1986) o el Rojas (fundado en 1984). En estos y otros sitios convivían varias tribus, desde punks hasta los “raros peinados nuevos”. Vivi Tellas explica en Historias del under que a principios de los ’80 no había bares ni teatros donde pudiesen actuar Las Bay Biscuits, pero el rock contaba con ciertos espacios y, entonces, el grupo se incorporó ahí. O sea que, desde el minuto cero, la movida under estuvo ligada al rock. Y esa sociedad se mantuvo con una larga lista de músicos: Virus, Sumo, los Redondos, Charly García, Los Twist, Soda Stereo, Alphonso S’Entrega y muchos más.

En diciembre de 1989, Eduardo Berti publicó un libro fundamental sobre el rock de los ’80: Rockología. Ahí plantea que la década empezó en 1982, con la resaca post-Malvinas de Galtieri, y marca un quiebre en 1985: hasta entonces hubo tres años de euforia y “rock divertido”, en 1986 empieza una etapa de desencanto ligada a lo dark. Noy menciona a Massacre Palestina, Todos tus Muertos, Geniol con Coca y su propia banda –Tetra Brik– como exponentes de esa estética.

“Yo, que había estado en el ‘amor y paz’ de los ’60 con la rosa sagrada como idea, de pronto me fasciné con la rosa negra, la rosa de cuero, que para mí era más blanca que la luz. ‘Negro es el corazón de la luz’, decía en una de mis canciones.” Cuenta que Rolly Bombón (“un gran diseñador que falleció de sida”) le preparaba el vestuario después de darle dos pastillas para dormir. Era el único modo de que se quedase quieto mientras le montaba la ropa con la que cantaría. Eso llevaba largas horas de trabajo con hilos de cobre y elementos tomados de la basura, además de unos zapatos con plataformas enormes, grafiteados. “No era una cosa naïf ni diabolique, sino un estilo nuevo, vinculado a lo dark.”

Aunque se suele asociar la movida under a los ’80, una de las obras emblemáticas fue María Julia: La Carancha, una dama sin límites (protagonizada por Barea, Urdapilleta y Tortonese), que se estrenó en 1991 y se reía de un personaje clave en la década menemista. Entonces, parece difícil marcar fechas precisas de inicio o cierre. Noy menciona varios hitos que, según él, forjaron el final. Cuando murió Barea, a fines de 1991, Marcia Schvartz le dijo: “Muerto Batato, muerto el underground”; eso le sonó a profecía. A la vez, quiere remarcar que, con la apertura de El Dorado, la Age o Morocco, el under se “desunderizó”. Claro que siguió –y sigue– habiendo circuitos alternativos donde circulan diversas disciplinas artísticas, pero ya no formaron parte de aquella movida.

El primer capítulo de Historias del under habla de La Organización Negra, que hizo un espectáculo en el Obelisco ante 60 mil espectadores.

¿Eso sigue siendo under?

–Sí. La Organización Negra venía de Cemento. Es under multitudinario. No importan las cifras. Nosotros hemos trabajado en el Parakultural para siete personas, para diez... Después empezó a llenarse. Estábamos en esa ballena alada que era la cueva del Parakultural y nos sentíamos a salvo de todo, no importaba si venían cinco o veinte.

Toda esta movida se centró en Buenos Aires. ¿Sabían lo que pasaba en otros puntos del país?

–A veces, acá la cosa se ponía mal y nos quedábamos sin pistas de aterrizaje para nuestra locura. Entonces, le decía a Batato: “Vámonos del país, vamos a Rosario”. Yo adoraba esa ciudad porque llegaba en cuatro o cinco horas, el tiempo máximo que puedo aguantar un viaje, y, aparte, en la época del “circo”, como acá habían prohibido las anfetaminas, los hippies íbamos a comprarlas a Rosario. Fue una de las ciudades más visitadas por los personajes del under. Me acuerdo de que, para un espectáculo en el Discepolín, conseguí unos hongos. En medio del escenario, de repente, los músicos que me acompañaban dejaban de tocar, se sentaban y le hablaban al piso. Ya no sabíamos cuál era el show, si había un show, si estábamos en este planeta... pero toda la platea parecía estar en hongo también.

EL TEATRO Y SU DOBLE

A lo largo de Historias del under se repite varias veces la importancia de un cambio en la relación con el público, la ruptura de la “cuarta pared” que separa al escenario de los espectadores. “Tratábamos de incorporar al público a los besos, a los arañazos”, cuenta Noy. “Uno se pone a buscar los misterios del éxito de esas noches loquísimas y quizá se deba en parte a que el público empezó a sentirse protagonista.”

No siempre esa interacción se daba en forma pacífica. También había entre los espectadores “gente petardista, reaccionaria”, según Noy. En una discoteca de Ramos Mejía tiraron un sillón al escenario mientras Urdapilleta actuaba. Le pasó cerca. Si le caía encima, dicen los testigos, es imposible saber qué habría pasado. “Bueno, estábamos en el Oeste y... el que quiere Oeste, que le cueste. Eran tiempos de los mataputos. Yo tengo marcas de torturas de la policía en el cuerpo.” Noy se restriega las piernas, los muslos, con las manos, por arriba del pantalón. “Estabas felando a un chabón y, cuando sentías el Actimel en la garganta, tenías que salir corriendo porque te mataba. Este era un país de mataputos y pasó a ser ‘gay friendly’. Me mato de risa. Tampoco es tan ‘gay friendly’ porque la palabra ‘puto’ sigue estando ahí. En la época del under, a la policía nos gustaba decirle la Gaystapo. Aparecían diez canas y te sentías una especie de Anna Frank-Frankenstein.”

Lo que cuenta choca de algún modo con la repetición constante de la palabra “libertad”, en distintas voces, a lo largo de su nuevo libro, pero hay que pensar que Argentina venía de la dictadura militar, que el under se vivía como un refugio de libertad creativa, había una suerte de destape –visible también en la revista Cerdos & Peces, por ejemplo– y, al mismo tiempo, hablar de libertad era una forma de pedirla, casi un sortilegio: “Teníamos que incrementar el bulbo verbal y por eso usábamos ‘libertad absoluta’ como lema”, afirma Noy.

Destacados artistas que estuvieron en la segunda etapa del Parakultural, cuando se mudó a la calle Chacabuco, están ausentes en Historias del under: Alfredo Casero, Fabio Alberti, Mariana Briski, Marcelo Mazzarello... Noy dice que admira a varios de ellos –en especial, a Casero–, pero no están en sus recuerdos de la época o sólo conserva imágenes de “cuando nosotros ya estábamos partiendo a otra etapa”. Hace una pausa mínima para cambiar de tono y afirma: “Ellos serían los nietos del under”.

No hay sorpresas cuando menciona a las principales figuras: Batato Barea, Urdapilleta y Tortonese. “Batato tenía un ritmo propio y el deseo de introducir la poesía en vez de la morcilla típica del clown... Pienso en Urdapilleta y me desmayo. Todavía no nos damos una idea de lo que fue: un cometa que podía unir a Artaud con Copi y con Perlongher.” Sigue hablando con un tono dulce que va creciendo para remarcar lo “irritable” que era Urdapilleta. “En general, las grandes son irritables. Creo que la única nena boba, la nena buena, era yo. Les tuve mucha paciencia a todos ellos.” Sin embargo, muchos de los que conocieron a Barea usan la palabra “ternura” para definirlo. Entonces, Noy aclara que Batato no entra en ese “ellos” porque siente que fue prácticamente su doble.

La catarata de palabras va sumando nombres y definiciones: las Gambas al Ajillo (“mujeres extraordinarias”), Omar Chabán (“el amigo del alma y el dolor más grande”), Los Melli (“por favor, no sabés lo que eran”), Mosquito Sancineto (“no estaba tan metido en nuestro grupo, pero estaba con su grupo y aportó una ecuación nueva”). Vuelve a Barea, a Tortonese. Habla de la foto de Marcos Zimmermann, tomada en 1989, que ilustra la tapa de Historias del under: “Está todo dicho ahí. Hay una fuerza... Es como un post-kabuki”.

También hay algo de Copi en esa imagen, ¿no?

–Claro, sí, pero Copi era una dama digna al lado de ellos. Yo lo conocí. Esto sería un Copi furioso, Copi-no-copiado, Copi furiosamente dulce y pasional.

Parecés ubicarte todo el tiempo como protagonista y espectador a la vez.

–Ah, ¿viste qué raro? Me tocó ser el transmisor, el médium, el chamán de esa tribu, pero yo también la habité: ése es el plus que me permite estar en paz.

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