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Domingo, 5 de abril de 2015

DURO COMO EL CIELO

ENTREVISTA Es una de las figuras más erráticas, originales y potentes de la escena uruguaya. Pedro Dalton es el cantante de la mítica Buenos Muchachos, pero además es dibujante –ilustró desde libros de Horacio Quiroga hasta tapas de discos de Los Estómagos y La Vela Puerca–, escritor y poeta. Y siempre es dueño de un imaginario propio, con algo de maldito y mucho más de romántico. En esta charla recorre desde sus primeras líneas de dibujo al lado de su abuelo hasta su llegada a Buenos Aires, donde prepara canciones para el próximo disco de su banda, comparte su vida con su novia de hace diez años y canta con la banda local Chillan las Bestias.

 Por Juan Ignacio Babino

Pedro Dalton en realidad no es Pedro Dalton sino Alejandro Fernández Borsani. Aunque, pensándolo bien, Alejando Fernández Borsani no podría ser otro que Dalton, este que es: mediana estatura, un tanto corpulento, esas bolsitas debajo de los ojos, ese cuaderno Rivadavia de hojas rayadas y tapa dura que lleva en la mano, la voz cascada; ese aire suspendido entre un boxeador amateur y un bohemio escapado huérfano de alguna noche. Y sobre todo, y aunque se defina huraño, un tipo encantadoramente entrador y conversador.

Dalton nació en 1967 en el barrio de Pocitos, en Montevideo, Uruguay –“a cincuenta metros de la playa, nomás”–. Esa cercanía explícita a ese gigante le duró poco –a los diecisiete se mudó solo al centro–, aunque aún hoy algunas cosas de su infancia sigan resonando: por ejemplo, las caminatas por la rambla cada vez que puede, por ejemplo, los dos dientes que trae partidos desde niño por algún desafío al básquet. Y, por ejemplo, su apodo –que es más que eso, es su manera de ser nombrado en el mundo, nadie lo llama Alejandro y mucho menos por su apellido compuesto: Pedro por su parecido al de Los Picapiedras, y Dalton por los Hermanos Dalton de la historieta de Luky Lucke–.

Un catre, una lámpara, un radiograbador Phillips, un cajón grande. Esas y apenas otras pocas cosas son las que llevó con él en aquella mudanza. “Mi viejo –cuenta– tenía una boutique, en el centro, de dos pisos y yo me metí en uno de los depósitos de ropa para vivir solo, arriba. Tenía un patiecito. Y ahí arranqué con el tema del arte. En ese cuarto arriba de la boutique dibujaba. Y empecé a grabarme música, tenía un amigo con doble casetera y podía grabarme cosas. Recuerdo cuando conocí la música de Tom Waits; fue increíble. Un amigo tenía toda su colección en vinilos y me la llevé para casa, me grabé todo. Y no me quedé con ninguno eh... le devolví absolutamente todos los discos.” Su padre, además de modisto, fue músico de jazz: tocó el saxo y el clarinete hasta que una enfermedad mal diagnosticada y peor curada le impidió seguir. Los dibujos que menciona Dalton es algo que también trae desde su niñez: enganchado no solamente porque fue lo primero que lo hizo dejar de llorar en el jardín, sino porque lo mamó de su abuelo. “José Borsani, un tano que me hacía dibujar. En realidad a mí me gustaba mucho cómo dibujaba él, y me copaban mucho los comics. ‘Eh, un boen dibujante e puede dibujare todo...’, así en tano me retaba. Bueno, hijo de puta, a mí no me sale, pensaba. Me enrosqué en dibujar en serio. Tendría ocho, nueve años, era guacho de departamento y con algo tenía que calmar. Mi abuelo vivía en el sexto piso y nosotros en el octavo, entonces cuando mis viejos salían quedaban mis dos hermanos –Orlando y Marcelo– con mi abuela arriba y yo bajaba al sexto con mi abuelo y dibujaba. Esto a los cinco, seis años. Primera escuela que tuve. Todo lo que tenía de calle lo tenía dibujando. Cuando crecí era un tarado, fue mi contacto, mi vínculo primitivo con el arte que sigue hasta hoy. Es lo único que manejo solo”, cuenta. Y ahí están, entonces, algunos de sus dibujos: sus primeras líneas en la revista GAS (Generación Ausente y Solitaria) a fines de los ochenta, la tapa del primer disco de Los Estómagos, Tango que me hiciste mal (1985) y El Impulso (2007), de La Vela Puerca, la serie animales y todos los que forman la edición ilustrada de Cuentos de amor, de locura y de muerte, de Horacio Quiroga (Ediciones Piloto de Tormenta, 2014). Casi todo en blanco y negro, mucha tinta china y papel, casi todos personajes desangelados, como rajando de algún lugar. Algunos de los que acompañan esos cuentos son simplemente geniales; por caso, “A la deriva”, donde el bote es a la vez nave y ataúd, o “El almohadón de plumas”, el perfil de esa cara como aletargada, las plumas como hojas, cayendo, todo sobre fondo negro. Además ha tomado diferentes talleres con Nelson Ramos, Clever Lara, Alvaro Mengual, alguno de fotografía, un paso breve y fugaz por la Universidad del Trabajo (UTU, Uruguay). “Yo creo que los argentinos son grandes, grandes ilustradores. Unos genios. Mi pire es dibujar en Caras y Caretas. Un día María me regaló un número especial en el que venían todos los dibujantes de todas las épocas y lo miraba y decía ‘¡pah loco!, lo que daría por ser uno de ellos’.”

Y escribe, también, Dalton.

UN MONTON DE PALABRAS

Así como el dibujo en cierta manera le llegó a través de su abuelo, puede decirse que los primeros libros le llegaron a través de su papá. “Había mucho libro también en casa, mi viejo era comunista, entonces había mucha literatura rusa, los científicos rusos y mucha filosofía. Cuando empecé a leer de su biblioteca lo hice con narrativa: Quiroga, Onetti, Bradbury. El primer rockero escritor que conocí fue Bukowski, aunque antes de él había leído a Sam Shepard. Yo no estaba acostumbrado a las lecturas de él. Imaginate después lo que me costó Carver. Fue cuando me empecé a enamorar de los escritores. Sigo prendido hoy en día con ellos”, dice Dalton. Cuatro libros de poesía y un montón de ojos en la cabeza (Estuario, 2010) reúne sus dos primeros libros de poesía –Mentira el cielo y No sólo de hambre vive el hombre– junto con dos inéditos. La referencia al escritor nacido en Andernach no es para nada en vano. Si no, lean: algunos de los poemas llevan por nombre “Caminando despacio en la noche con el walkman al mango” (que termina diciendo “la belleza no está donde quieras verla sino donde la puedas ver”) o “Whisky post biblioteca”; y en algunos de los pasajes puede leerse algo como “es un gran pijo deforme de hierro que no tiene huevos” y también, en Arte fino, donde después de nombrar a Goya, Van Gogh, Beethoven, Nick Drake, Juan Pablo Rebella y Ozzy Osbourne, remata: “Luca Prodan habiendo dejado tanta certeza en sus opiniones, igual que en sus letras, hoy la gente masacra sus sentimientos peinando con clavos vacíos su cabeza pelada, Dios podría haberse tirado un pedo más grande que el culo, ¿no?”.

Dalton dice: “Después de hacer La cara del ángel corté un poco con la escritura. Y eso que tengo una carpetita de esas que armo, ideas o cosas que después me pueden servir para una letra, pero lo cierto es que cuando escribo una letra no voy a eso, muy pocas veces voy ahí. Me manejo mucho por la necesidad”. La cara del ángel es, hasta ahora, su única novela (Piloto de Tormenta, 2010): una historia cruzada por los vacíos existenciales, los excesos, la banda de sonido que bien podría ser la del propio autor, de The Clash a los 13th Floor Elevators pasando por Lou Reed y Bowie, y las muertes de algunos de sus personajes aunque tenga un final donde el amor termine redimiendo. Al leerla, es imposible que no resuene la voz ronca del propio Dalton, como repasándola en voz alta. “Esto es un calmante, una ventana gigante de fantasía que hace que el baño sea sólo un retrete y no un mundo. Hay más vida en El Bosco que en las baldosas cuando tintinean”, le dice uno de los personajes a una muchacha al regalarle, después de un pico de heroína, esa pintura.

Y Dalton, claro, canta.

ACARICIANDO LO ASPERO

Un poco en chiste –y no tanto– Dalton cuenta que Buenos Muchachos surgió como antídoto a la resaca y al aburrimiento de los domingos. El y Gustavo “Topo” Antuña –únicos dos miembros originales al día de hoy– se conocieron en esos días en el Club de Grabado de Montevideo. En aquella buhardilla arriba de la boutique mientras dibujaba, ponía esos casettes que grababa y cantaba arriba: Nick Cave, Tom Waits, Sumo. “Fue una escuela directa. En vez de una profesora de canto que me dijera ‘hacé laralala’ yo hacía lo que hacía Waits o Luca en tal canción. A Sumo llegué a verlos en vivo en el Montevideo Rock I, año ’86 creo. Y fue demoledor. Entender a Sumo fue un instante. Fue verlos”, dice. La banda se formó en 1991, pero tardaron tres años en editar por primera vez algo: Nunca fui yo tuvo una pequeña tirada en cassettes –financiada por los ahorros de un amigo– que luego tuvo su edición en CD. “En esa época pintaba casas. Arranqué en realidad laburando de peón en reformas, de casas viejas, picando baños, rasqueteando paredes, cargando escombros. Necesitaba algo físico en ese momento y me lo dio ese laburo. Con el canto antes tuve como una pasantía en la banda Neanderthal reemplazando al cantante. Ahí empecé a entender las herramientas que había que usar, fue una escuela.” Buenos Muchachos –que tuvo sus primeros toques en Juntacadáveres, una especie de Cemento de allá–- en estos casi veinticinco años lleva editados seis discos: además del ya citado debut están Aire Rico (1999), Dendritas contra el bicho feo (2001), Amanecer Búho (2003), Uno con uno y así sucesivamente (2006) y Se pule la colmena (2011), más algunas cosas piratas que andan dando vuelta.

El lugar ocupado por Buenos Muchachos en la música uruguaya es único porque únicas son sus características. Y aunque también hayan sido alcanzados por la explosión que tuvieron las bandas de rock uruguayas de un tiempo a esta parte –con No Te Va Gustar y La Vela Puerca a la cabeza– poco comparten con ellos musical y letrísticamente, más allá de la admiración y el respeto que existe. La música de Buenos Muchachos nació adulta y en ella se pueden encontrar ciertos rasgos comunes con, por ejemplo, Las Pelotas y Los Redondos. Y es una banda de música rock, oscura sin ser dark, potente, corpórea, donde subyace cierto espíritu tanguero. Canciones que por momentos parecieran llevarte hasta la última piedra de la última escollera del último rincón del mundo y ahí, justo ahí, balancearte apenas un poco hacia adelante y volverte para atrás; y la voz de Pedro sonando tan ardiente como una brasa caliente en la mano. “Lo que escuchábamos era gente muy profunda, pesada. No somos una banda para festivales. Yo empecé a cantar a los 22 años. Y cuando empecé a cantar escuchaba Tom Waits. Si hubiera empezado a cantar a los quince, que escuchaba La Polla, sería más La Polla. Mi escuela fue otra, gente que cuando los escuché ya estaban viejos.”

En 2006, después de grabar Uno con uno... la banda casi se separa...

–Sí, estábamos mal entre nosotros, muy descontrol con la banda, con la vida. No estábamos bien. Muy desordenados, laburando mal, tocando mucho sin querer hacerlo. Fue un parate antes de que explotara, de que se cayera. Se iba a caer feo. Yo no estaba pudiendo con mi cabeza, no me daba el bocho para lo que estábamos haciendo. No lo disfrutaba, no le encontraba la gracia a cantar, estaba mal con la música. Justo al Topo y Marcelo (guitarrista, hermano de Dalton) les sale ir a Europa por el Festival de San Sebastián, y se fueron. Y yo me vine a Buenos Aires a vivir con María. Fue hacer un corte y veamos, y la banda empezó a funcionar de vuelta. Nos contactábamos por mail. Y ahí todo el mundo tenía cosas compuestas y nos mandábamos y empezaron a pintar temas. En esa época reactivé dibujo, le entré a dar para terminar la novela.

Nada más literal sobre aquel momento crítico de la banda que la tapa y el arte de aquel disco: diferentes personas caricaturizadas –que bien podrían ser cada uno de ellos– comiéndose entre sí. Era, de alguna manera, emprender instintivamente la retirada para poder quedar juntos. Era –fue– desarmarse para volver a armarse. Mucho de eso lo cuenta el propio Dalton y los demás integrantes de la banda en Rengos con Nike. Conversaciones con Pedro Dalton y los Buenos Muchachos (Estuario, 2014), excelente libro que recorre a través de entrevistas, escritos, fotos y facsímiles la historia de la banda. Nelson Barceló, autor del libro dice: “Es increíble cómo todos los integrantes se abrieron a contar sus experiencias con absoluta sinceridad, incluso respecto de las drogas, cosa inédita en Uruguay, dado que basta leer cualquier biografía de un músico o banda y notar que ése es un tabú”. Y sí, Buenos Muchachos ha sido una banda tóxica. Nomás basta escuchar sus canciones, volver sobre algunas de sus letras para saber qué cosas le han metido a su cuerpo. Por ejemplo “Iris de morfina”: “Molida va la piel, ya no hay brillo no hay quien llorar, recuerdo la estación en aquel baño y era irreal. De la cuchara vuelan las abejas derecho al cráneo, iris de morfina, manos muy quietas caen pesadamente en el pantalón, en las baldosas cambia el reflejo por la emoción. Y las gotitas bajan por la cara y salan la piel”. Pero Dalton, sin demagogia ni reniego de aquello, dice: “De este lado se está mucho mejor”. Aquella mención al cuaderno Rivadavia no es en vano. Por estos días Dalton está terminando algunas pocas letras que le faltan en vistas a la pronta grabación del nuevo disco de Buenos Muchachos.

Y desde hace un buen tiempo a esta parte, hay dos cosas que lo hacen estar yendo y viniendo a ambos lados del Río de la Plata. Por un lado, la nueva banda de la cual forma parte y es cantante, Chillan las Bestias (algunos ex Angela Tullida), con disco editado el año pasado a través de Scatter Records. “Yo no podría tener un proyecto mío aparte de Buenos Muchachos. Y con Chillan es que Gonzalo, el cantante, se va, quedan ellos y se ponen a ensayar arriba de El Imaginario, en la esquina de casa, acá en Buenos Aires. Quedamos en juntarnos, con la propuesta de que lea algunas poesías sobre músicas que tenían compuestas. Los escucho y digo: ‘Pero esto es para cantar’. Y arrancamos. Con el detalle de que nueve y media de la mañana antes del ensayo nos encontramos en un bar de la esquina a tomar un café y charlar.” Chillan las bestias tiene también ese costado oscuro, pero más acústico, con otra instrumentación.

Tanto la música de Chillan... como la de Buenos Muchachos tienen algo denso.

–Sí, no hay mucho chiste en ninguna de las dos y ambas se gustaron mutuamente. Amabas tienen una cosas tanguera. Nos tomamos las cosas con profundidad.

Y la otra cosa que lo tiene a Dalton seguido por aquí es el amor. El amor a una mujer, María, su compañera desde hace diez años y parte esencial de sus días. “Somos compinches, compañeros. Nos conocimos una noche después de tocar en El Imaginario y nos quedamos conversando hasta las nueve de la mañana. Nos elegimos mutuamente. Hay amor. Obvio que tenemos nuestros mambos. Rock and roll y minitas las pelotas. Rock and roll es una música alucinante, nada más. Y el río no nos separa, el río nos une. Vamos por ahí.”

Es que sí, Dalton –todo en él, su voz, su fisonomía, su cara, su andar– tiene un costado animal, como indómito, y otro de ternura, que se le escapa, quizás, en esa mirada aniñada, de buscar algo inocentemente. Un tipo duro, sí. Duro como una nube.

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Imagen: Nora Lezano
 
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