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Domingo, 12 de abril de 2015

CERCA DEL PARAISO

EVENTOS La semana pasada se llevó a cabo la primera edición de La Semana del Arte en La Cumbre, Córdoba. Además de intentar reafirmar a la ciudad serrana donde tuvo su casa Manuel Mujica Lainez como un sofisticado polo de consumo artístico, busca reflexionar sobre la relación entre el centro y la periferia y ofrecer un menú que tiene desde muestras hasta talleres, performances, conferencias y arte en las calles.

 Por Leopoldo Estol

“¿Batman?”, se pregunta Roger Koza subiendo el tono frente a Carlos Engel. El reconocido programador y crítico de cine discute con el intendente de La Cumbre porque pareciera que la sierra cordobesa, además de suculentos senderos, tiene una efervescente escena cultural. Y la escena sigue, mientras Koza insiste: “No te puede gustar Batman” y endurece su postura tras años de cultivar una mirada más sutil en la sala de cine local. A lo que Engel responde con sarcasmo: “Sí, me gusta Batman inicia, El caballero de la noche, Batman asciende...” Bienvenidos a La Semana del Arte, donde está permitido polemizar, poner cara de “eso lo puede hacer un niño”, comer rico y tomar vino sin pagar: gran franquicia que aúna a los art lovers más fervientes de la región con sabores de meritorios chefs mediterráneos y sus altas cocinas, sazonado con muchas pero muchas visiones personales. Ana Gilligan y Leo Menna en calidad de gestores del encuentro reciben con los brazos abiertos y la entrañable calidez serrana de lo que no terminó y ya se está anhelando que se repita.

El formato es mundial, igualito a las Gallery Nights o si prefieren, a la Noche de los Museos. Como su nombre lo indica, La Semana del Arte se extiende durante varios capítulos a través de sesudas conferencias y complementarios y liberadores talleres, pero el epicentro es una noche. Observemos: dos chicos dan vueltas alrededor de un cuadro que es iluminado por un potente foco de exteriores. Los cuadros reposan sobre caballetes, algunos lo hacen de hecho sobresaliendo bastante. Los chicos se mueven de manera audaz y se sorprenden de que el chanchullo ocurra sobre una tela, quizás nunca se habían detenido a ver un cuadro de cerca y pensaban que pintar siempre se hacía sobre papeles, como en el colegio. Le dan vueltas y más vueltas y se miran con una sola pregunta: “¿Cuánto cuesta?”. Los cuadros de Alejandra Kohan son coloridos, están llenos de manchas y líneas vigorosas, no son estrictamente lindos... son por demás intensos. La artista responde a las dudas de los que llegan hasta ese patio nocturno. Esta noche la gente va y viene.

Alejandro Bovo Theiler se hace otra pregunta y la intriga crece como si de una partida de Go se tratara. ¿Qué es la periferia? Pregunta pertinente siendo la metralla noticiosa de la capital por demás abundante. Con actitud digna de un jugador zen, negará sus propias pisadas al rechazar la idea de que los artistas sean productores de sentido, que en resumidas cuentas sería como decir que los artistas no hacemos goles. En su lugar, sugiere: “Los artistas armamos juego”. Parece extraño, si los árboles brindan madera y oxígeno a la vez, entonces, ¿la obra de arte de qué estará hecha? Cada uno encuentre una respuesta propia. Con parsimonia Alejandro enumera una tras otra las ciudades como si de una larga sucesión de cobijos estuviese hecho el mundo. Como si todo quedase cerca de algo. O sencillamente demasiado lejos de todo lo otro. Así avanza junto a un grupo de vecinos dejando atrás el páramo: han logrado tras sucesivos escándalos refundar el Museo Ambato de La Falda. La premisa es aprovechar su acervo arqueológico para vincular lo ancestral con el prolífico caleidoscopio actual.

Esta semana se habló mucho del tren, el tren que sigue sin llegar a La Cumbre. Su última fecha de aparición es incierta: ¿1981?, ¿1996?, ¿2001? Así como vías y durmientes se han reciclado con los más diversos usos, parte de la vieja estación es hoy una bella sala de arte, espaciosa e impecable. El encargado de devolverle el alma es Fernando Allievi, que anda por los sesenta, cordobés de mirada serena, trabaja un registro hiperreal que por momentos se perfila excelso como un Chuck Close criollo y más allá de los retratos de amigos y paisajes logra colar cual hacker sutilezas de gramaje onírico entre alcachofas o en ese fulgurante higo que, cortado a la mitad brinda un inédito fulgor sexual. En más de una mirada (se cubre el crítico y con él su inconsciente) se hizo patente la fijación, es un higo pero por lo pronto parece una vulva colmada de dedos. Y como los colores son vibrantes no hay ambigüedad posible. Se puede ver, se puede tocar.

En la casa de Manuel Mujica Lainez no hay nadie, apenas un sereno que cuida. Con una linterna reparamos en sus miles de libros y con cierta melancolía notamos que están llenos de polvo, atravesamos salones jalonados por la picardía de sus curadurías, que mezclan lo profano con la familia y una ráfaga de luz ilumina las flores que abundan en su jardín. El Paraíso, ése fue el nombre que recibió la casa de su constructor y anterior dueño, luce desteñido. Y si no, imaginen lo que habrán sido los carnavales venecianos que organizaba cuando estaba vivo. Poco y nada queda. Habríamos de remover los zócalos para ver si aparece un poco de confeti.

En la casa de la familia Tesoriero la suerte del arte avanza a todo trapo: más de cien cuadros y esculturas de cabezas enormes han tomado el living. En el jardín, los amigos comparten una ronda musical. Desde la calle se escucha esa cofradía como si fuese una FM rural: a medida que nos acercamos se hace tangible la necesidad de romper el hielo. Los de afuera son en principio desconocidos, por ende, las señales fraternales son bien recibidas. En la casa, Damián Tesoriero ensaya una visita guiada. Estamos en La Cumbre, pero parece una galería de Berlín. Lentamente ha depositado grafito en un papel. Tan cuidadoso ha sido su trabajo que las tonalidades emergen convertidas en máscaras africanas. Su hermano pinta convencido de que es un pájaro y derrama franjas negras sobre las paredes de su taller. Le escribe desde Italia, “pintalo a Ocampo antes de que se muera”. Apremiante y sin medias tintas: así es la vida cuando se encuentra en retirada. Pero no termina ahí, desenrollando un amplio papel nos ofrece una magnética mancha oscura que no es otra cosa que la huella que ha dejado la placenta de su mujer Sofía sobre un hermoso papel canson. Impresión directa con cordón umbilical. Seis meses tiene ese aventurado experimento. Tan aventurado como este encuentro entre las sierras que, de seguro, se repetirá el año que viene.

La Semana del Arte de La Cumbre tuvo su primera edición del 2 al 5 de abril. La muestra de Fernando Allievi se puede visitar los días viernes, sábado, domingo y feriados de 11 a 13 y de 17 a 21. Hasta el 17 de mayo en la Estación de Arte. Av. Caraffa 300, La Cumbre, Córdoba. Más información www.lacumbre.gov.ar

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Obra perro gigante de santiagodarti
Imagen: Mario Tizón.
 
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